Verano del 87


Pablo Cingolani

Dicen que todos los veranos se repiten, no es así: el verano del 87 fue mejor que ninguno

Ese verano y no otro, dejamos atrás las ciudades, las envolvimos en el celofán de lo que se podía abandonar a su agonía

Y nos lanzamos a los caminos, benditos caminos, que nos unieron en la búsqueda del amor, de la vida, del destino.


Ese destino empezó a brillar una tarde en Molinos, allí donde los Valles Calchaquíes gemían en su olvido, allí donde el único consuelo de todos era el color humano, el calor de la gente, mezclado con la coca y el vino y ese nunca te voy a olvidar que viene de adentro y se dice más bello aún porque puede que haya ausencias que jamás se reparen pero lo que nunca faltará entre los cerros, será la poesía

Ese verano, el verano del 87, había tanta pero tanta poética reunida que nos volvió a convocar en Cachi, donde todo desbordaba: la imponencia del nevado, morada de todos los dioses, la furia de los ríos, el agitarse sus aguas con deseos que vendrían, la promesa de volver, volver siempre a los lugares amados que es volver siempre hasta uno mismo

Luego fue Salta, hoy llamada Capital, entonces la ciudad desgarrada habitada por un hombre medio juez, medio poeta, medio ángel, medio delirio, que nos mostró sus libros y los tomates y las albahacas que cuidaba en su casa, sabiendo que la vida ya lo cuidaba a él, sabiendo que a la vida ya la había honrado, ya la había vivido


Más luego, la carretera, la osadía, la odisea de cruzar todo un país, un país que pugnaba por no dejar de ser cerril, eso que lo volvió amable, eso que lo forjó generoso, eso que podía sentirse conversando con aquellos que te alzaban en la brema y te llevaban, ruta 34, diagonal sin mácula, huella tatuada en la piel, atravesando ese país que no quería ser domado, domesticado, doblegado, donde el verano era más verano –eso, siempre sucede en Santiago del Estero-, donde la distancia es siempre más distancia –eso era ese Santiago del Estero- y donde se siente más lo que vale la pena sentir: la fraternidad entre los seres humanos, el deseo de justicia, el cerco a la hostilidad por puro ampararse en arraigos y mate compartido –eso también era Santiago del Estero


Fue así que llegamos a Rosario, y de Rosario acaso nunca te vas porque Rosario es algo que siempre hay que llevarlo puesto, y de allí Entre Ríos y que viva Pancho Ramírez, la Delfina, vos y yo, y la Siempre Santa Federación, y de allí a Uruguay

Al Uruguay del fondo de mi corazón –tenías que ver Uruguay, una vez más, cuidado uno muera

Siempre hay que ver y sentir Uruguay una vez más, cuidado te olvides de quererlo y de recordarte siempre que Nuestro Padre Artigas nos hizo a todos como él, a su imagen y semejanza: rebeldes, inconformistas, puteando siempre

Esa vez, ese Uruguay, ese Uruguay de mis recuerdos de ese verano, el verano del 87, recuerdo La Paloma y recuerdo La Pedrera


En La Paloma, don Dorín, abogado laboralista de la CGT de los Argentinos combativos y gaucho matrero de Corrientes, me enseñó algunos secretos que nadie enseña, me enseñó a cómo sobrevivir. Me enseño sobre la poesía del monte, del estero, del Iberá, de la selva del exilio: me enseñó su versión nutriente del peronismo raigal, bagual, indomable, de donde él acudía con sus cicatrices y saberes, su voz chamameceando esas orillas…

En La Pedrera, recuerdo si mal no recuerdo, un barco, una osamenta oxidada que resistía en la playa a los percebes incesantes y a los vientos que ya no enfrentaría


Pura memoria de andares vagabundos que otro vagabundo –yo- te mostraba, enamorado de vos, para mostrarte también que toda esa arena abandonada, esas olas que clamaban, esa nave que un día naufragó, yacía allí, frente a nuestra mirada, invicta y victoriosa

Podía ser un espejo fértil, un detonante de esa eterna y persistente búsqueda de la gracia, la pasión, el ardor, el amor, la vida, un destino

En medio de las montañas de Bolivia
Entre tanta lluvia que está cayendo
Y llueve fuerte, esta noche, en los Andes
Treinta y un años después, lo escribo

Lo sentí así.
Así, igual
Me sigue latiendo, vibrando
Me sigue encendiendo
Lo sigo sintiendo.

Pablo Cingolani


Río Abajo, sigue la lluvia, el 26 de enero de 2018

Imagen: Valles Calchaquíes, Salta, Argentina.

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