De lecturas y calendarios


Roberto Burgos Cantor

Volver a los libros que acompañaron, más que un recurso de consuelo en épocas duras, una prueba desesperada de fidelidad, es también la exploración de cauces cuyas marcas se fueron perdiendo.
Entre la formación y los primeros sufrimientos, el talismán de silencio y amistad que ofrecía palabras, mostraba algo del mundo, la realidad, los sueños, que no ofrecían los días, ásperos o benignos, llevándonos a orillas desconocidas, o barrancos imprevistos.
Las primeras lecturas llegaron por los oídos, en el susurro de la voz de mi madre entre el oleaje nocturno con sirenas soñadoras, y ella que leía sin cansancio a Wilde, Neruda, Hernández, algunos ritornelos. Yo cerraba los ojos.
Después los abrí. Me quedé sin lectora. No para siempre. Madre sabe sus maneras de soplarme. De no asustarme con los fantasmas de Wilde y de reírse con Platero y yo.
Entonces, el silencio de la lectura con los ojos abiertos y el bullicio interior de ese diálogo donde uno pregunta y el texto insiste en esa su letra que cada lector vivifica a su manera.
La lectura de ojos propios construye compañías. Un espacio distinto al confesionario de la infancia. Ahora se funda un bar propio. Comienza el lector a entender que apuntala un territorio, una nación sin pasaportes, donde reconoce la libertad y fortalece su intimidad.
Así, cuento un acercamiento para mostrar aquel escalón, o traspatio de la vida, que estaba guarecido en su tiempo intocable. Poder devolver pasos o avanzarlos hasta que abrí Caballería Roja de Isaacs Babel. El corresponsal de la guerra rusa que desfondó sus informes de periodista para revelar verdades, noblezas y miserias de los seres humanos matándose por ideas que no han estudiado, no conocen.
Al acudir al encuentro con Babel, ese buen escritor me recordó a Malevich, el pintor. Vuelve uno a pensar si ese portentoso proyecto de cambiar a una sociedad mediante la revolución, que siguen llamando la partera de la historia, era posible. Todos observamos que el antiguo espíritu religioso permanece. Lo sagrado que debemos reflexionar y cuyo infinito nada que ver con dogmas precarios de peluquero de Coello.
Malevich, el artista del esfuerzo por mantener la libertad del arte, tiene un cuadro precioso que tituló Caballería roja.
Saldrá del Baúl, en la próxima.

Imagen: La caballería roja (circa 1930), de Kazimir Malévich

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