El sueño, otra vez


Roberto Burgos Cantor

Es probable que ese transcurrir incesante de los años, que agota el tiempo de la vida, permita escudriñar cuál es la ilusión que alienta a seguir los pasos concedidos a cada quien.
No sé en cuál momento de la historia, vivir se convirtió en dura incertidumbre, destino oculto. Había oficios cuya continuidad aseguraba formas de una sociedad. Por lo regular los regía avanzar, a partir de lo heredado, en técnicas posibles, nuevas. Nunca se trataba de hacer del trabajo una forma de existencia. Si era el recurso de la subsistencia y la preservación de un espacio digno y útil para la comunidad. Generaba respeto, solidaridad, y sentimiento de igualdad.
En ese ejercicio honesto el ser humano reservaba sus zonas de los sueños, de las imaginaciones, para oír a los músicos, reírse o llorar con los teatreros, aplaudir a los poetas, leer, cumplir prácticas reflexivas de la religión.
Podía suceder, es el caso del director de cine Jacques Demy. Laboraba con su familia en un taller de mecánica para automóviles. Un día lo atrapó la imagen y sus movimientos. Los suyos, entre carburadores y bujías, lo apoyaron. Así, ese puerto negrero de Nantes, tuvo la delicada cámara de bellas ternuras, melancolías de afecto, paraguas y casi inocentes encantamientos amorosos.
Tal vez la peor de las fatalidades de hoy es que todo se volvió trabajo. Los políticos, los curas, los médicos, los maestros, quieren ser, y lo son, trabajadores. Una demencia sin remedio incineró el soplo íntimo que permitía a las creaturas guardar en su morada de intimidad, una ilusión propia. Ese propio que al distinguirnos, enriquece el abrazo.
Una reacción observable en los jóvenes que heredaron a los pocos y extraños seres que resistían, fue rechazar lo que llamaron un esfuerzo inútil o pendejo de unos padres fuera de la realidad. Prefirieron entonces vivir el vacío y consumirse.
Quién dirá si la humanidad se transforma con la voluntad humana.
Hoy, una descendencia, sin propósito colectivo también, se aburre del sin sentido de la corrupción, de la vacuidad de los discursos, de las apariencias con las cual los salvadores esconden, en un frac de alquiler, la abundante pelambre de orangutanes, ¡Gracias Echandía¡
¿Qué hacer con la esperanza?

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