Sudeste


Pablo Cingolani

Ellos pavimentaron el paraíso
Y pusieron un estacionamiento
Con un hotel rosa, una boutique
Y un boliche.
¿No parece siempre
Que no sabes lo que tienes
Hasta que se ha ido?
Ellos pavimentaron el paraíso
Y pusieron un estacionamiento.
Joni Mitchell: Big Yellow Taxi

En el Libro general de matrícula de la provincia del Cercado (La Paz),
practicada por el apoderado fiscal Cnel. Manuel de la C. Franco en 1870,
está anotado que en la hacienda Guacallani vivía una sola persona,
un indio tributario cuyo nombre desconocemos.


Aquí no hay nada. Sólo hay montañas

Aquí no hay nada. Son tantas, son infinitas: sólo hay montañas. Montañas ocres, montañas verdes, muchas montañas nos rodean, demasiadas montañas nos abrazan. Aquí no hay nada.

Aquí hay montañas selladas con salitre que lamen las vizcachas. Aquí hay montañas que andan desnudas: su flora es tenaz, su flora es brava: a sus flores prodigiosas las cortejan incesantes colibríes y sus mínimas alas.

Aquí hay tabaquillos y retamas y molles tan valientes que no saben lo que es el vacío. Aquí sólo ellos y los cactus y sus duendes se aferran a la tierra seca de las laderas: sólo ellos saben cómo cantarle al agua para que acuda a estas montañas y las fertilice. Aquí no hay nada.

Aquí sólo hay rastros, huellas. Aquí hay una estética de la desolación y su secreta belleza. Sólo hay un camino inmemorial que arañaba los cerros, juntaba arenas del valle, vadeaba su río, serpenteaba sus aguas.

Ahora hay una carretera por donde bajan y suben autos, camiones, vagonetas. Ellos vienen. Ellos van. Ellos vienen y van: nosotros y los cactus nos quedamos acá.

Aquí no hay nada. Sólo hay un cielo que deslumbra. De día y de noche. Aquí-no-hay-nada, amigo: es el sudeste. Son las serranías que se estiran hasta la Gran Montaña. Es el cielo que la besa, las estrellas que la agasajan. La montaña mágica. Es de los dioses, su morada. De todos los dioses de los Andes: aquí no hay nada. Sólo la ausente presencia de los dioses, sólo las montañas: aquí no hay nada.

Ahora, al borde de la carretera, hay algunos patéticos carteles que dicen “mini market”, que dicen “Coca-Cola”, que dicen “urbanización. Compre su lote”, aquí, aquí donde no hay nada.
Sólo la piedra agreste, desgarrada, sólo la aridez, sólo la memoria de todas las arideces. Sólo el silencio, el infinito silencio, que acuna a las grietas. Aquí no hay nada.

Hay una casa, arriba. Una casa, unas tapias, unas acequias antiguas, túmulos de piedras, senderos, trancas para que no escapen vacas. Hay una casa, sólo una casa: su morador se llama Elías.

Ahora, debajo de donde vive el Elías, unas máquinas han trepado a los cerros y lo han aplanado, arrasando peñones, vizcacheras, aguadas, sendas y santuarios a la tierra. Han demarcado el límite de la devastación –el límite de su propiedad privada- con unos postes de color blanco y se han retirado.

Aquí, aquí en Río Abajo, aquí en el sudeste, aquí sólo hay altares y vientos y arenas que se desatan; aquí sólo hay la hostilidad que nos ampara, aquí no hay nada.

Pablo Cingolani
Río Abajo, 22 de mayo de 2018

Imagen: Ferdinand Hodler

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