Todos los muertos


Miguel Sánchez-Ostiz


«El cónsul bebía inextricablemente con estos macabros personajes de los que no podía deshacerse» (Malcolm Lowry)

Todos los Muertos se celebraba al día siguiente de Todos los Santos. Era medio fiesta, de asueto decían. Ya no se dice o no lo oigo. Aquello quedó muy atrás, como los muertos de entonces que, con serlo, no son los de ahora. A cada cuál los suyos. Vivo en un país de muertos propios y ajenos, de sepulturas propias y ajenas, respetables unas, risibles otras, enemigas, irreconciliables en el fondo porque los muertos y sus voces resucitan. Ya no sé bien en qué país vivo, al margen de los papeles administrativos quiero decir. Supongo que en una geografía difusa, en un país extranjero, en el que hasta el inmigrante ecuatoriano que pasa por casa me dice de forma interrogativa y confianza súbita: «Usted no es de aquí». No le llevo la contraria porque para qué desilusionarle. A mí también me resultan extrañas las voces ajenas, sus maneras y ferocidades de temporada. Estamos que mordemos, azuzados. El país se ha convertido en una gallera en la que tú tienes todas las de perder porque no tienes ni gallo, ni mañas, ni guita para apostar, ni sobre todo ganas. Tal vez por eso conversas con tus muertos, los que siguen viviendo en tus recuerdos, personajes de tu propia historia, escribes a su dictado, sin enconos, con nostalgias... te sientas con ellos en la sala de respeto y escuchas sus parloteos y escribes luego de ese mundo invisible que es el tuyo.

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