Cumples Años

JUAN PABLO JIMÉNEZ -.

“A los 29 ¿quién no es

Frágil, Doliente,

Cínico y Valiente?”

Álvaro Henríquez

Yo nací el mismo día que mi mamá estaba de cumpleaños. O sea, cuando ella estaba pariendo, con todo el dolor propio de eso que jamás sentiré, estaba celebrando su cumpleaños. O sea, yo era una especie de regalo para ella en ese día cuando es probable que ni siquiera se acordara que era su cumpleaños.

“El medio regalito…” “El medio cacho…” suele decirme el mundo cuando les digo a los mortales que cumplo años el mismo día que mi madre.

Estoy acostumbrado. Algunos se emboban pasándose películas esotéricas.

Veintiocho de agosto de mil novecientos setenta y tres. Dos semanas después el hijo de puta de Pinochet comenzaría a torturar y matar gente. 

Incluso a señoras que nunca tuvieron nada que ver con nada. Señoras que se vieron obligadas a meter la cabeza en baldes con caca o a aguantar que los milicos en sus vaginas apagaran colillas de cigarros.

A mí como que no me importa estar de cumpleaños. Siempre quiero estar como atolondrado, como ratón envenenado. En el fondo, quiero que todos se vayan a la concha de su madre ese día.

Quiero irme al mar. Incluso he pensado que en esta fecha quiero ser el controlador de un faro. O un astronauta. O el que lleva pisco sour a las habitaciones de un motel. Que nadie sepa de mí. A quien mierda puede importarle que hoy esté pisándole los talones a los cuarenta.

Es como la Navidad: quisiera estar borracho a las 11 de la noche en mi cama con la luz apagada. O el Año Nuevo: quisiera estar jugando al ludo a eso de las cero horas un minuto, sin tener que cumplir con aquel decreto que me obligue a bailar cumbia para evadir los problemas. (La gente baila para evadir los problemas. También lo hace con el karaoke. Qué imbecilidad. Yo soy un imbécil que evade con botellas)

“Tus cumpleaños siempre son radicalmente distintos” me dice Cyntia, compañera de trabajo y amigota. Y claro, hace tres años pagué una fortuna para celebrar mi cumpleaños treinta y cinco en el mejor club de mi ciudad-pueblo. De los 60 invitados, con el tiempo unos 50 culeados me dieron la espalda. 

Aquella vez mi ex esposa hizo un espectáculo de danza árabe. Movía su cuidado culo. Se le veía la mitad de las tetas. Y estaba sentada a mi lado en la mesa HIP: “Hueones Importantes”, actuando como que estaba feliz porque su marido estaba feliz.

- Cuando bailaste, ¿lo hiciste para mí? –le pregunté días después sabiendo la respuesta.

- Lo hice para que vieran mi arte –dijo La Quintrala. O sea, para lucirse.

A las 8 semanas se fue de casa después de algunos líos de faldas. (Entiéndase que las faldas eran de ella: según declaró yo le reclamaba porque eran muy cortas).

Un caballero sí tiene memoria. Por eso me acuerdo que al año siguiente celebré en la casona que se llevó el terremoto con un puñado de gente que amo y amaba. Esperaba un hijo con la chica de los 2 turrones, ángel que perderíamos al rato después en esos días del aniversario patrio. Corría 2009.

Al año siguiente me fui a la playa con mi hermana, su pareja y Fonola. Hicimos asados, bebimos y fumamos pasto en la madrugada frente al mar, esperando que el tsunami nos llevara o nos dejara. Daba lo mismo.

Y este veintiocho estaba comiendo carne de chancho y bebiendo vino con Cyntia, María Elena y Enrique. Estos últimos son mis compadres (dado que confiaron, a pesar de mi retardo mental, en mi buena voluntad para regalarme simbólicamente a Laura, su primera hija).

En el intertanto compré El Libro de Urantia, recibí regalos simples pero hermosos y Andrea, esa muchacha de los ojos de miel que ha sido la única que sabe conocer mi esencia en medio de la guerra, me acompañó en casa de los viejos aun cuando a su madre el cáncer le esté conquistando territorios en el organismo todos los días.

Mi padre en mi cumpleaños lloró. En el cumpleaños mío y de su esposa. Andrea ya se había ido.

Y hablamos de la vida. Y recordó sus pellejerías. Mi hermana lo abrazó por la espalda. Mi madre, le acarició las canas. Mi hermano a la distancia debía cuidar a su castor que viene en camino.

El celular sonó todo el día. Yo volví a recordar la fragilidad de la vida. Se volvió a cumplir la profecía de Cyntia: que todos mis cumpleaños son radicalmente distintos.