Pablo Cingolani La historia es así, sumarísima: una ballena gigante encalla en la playa de una ciudad alemana, al final de la Segunda Guerra Mundial. La gente se moría de hambre, la ciudad (podemos imaginar que era Kiel) estaba destruida, como todas las demás. La ballena agoniza y la gente, sorprendida por la novedad, acude a verla sucumbir a orillas del mar Báltico. Pasan las horas, pasan algunos días, el cetáceo sigue vivo pero las personas ya no se sorprenden ni se apiadan de la bestia: empiezan a verla como comida, para mitigar su ausencia. Pero nadie se anima a tocarla. No es una vaca, no es una gallina: es un monstruo mítico y desconocido que vino, vaya a saberse por qué, a padecer a esa playa. Hasta que uno, alguien, cualquiera, rebana con un cuchillo un trozo de la carne del animal, lo envuelve entre sus ropas, sangrante y caliente, y se va a su casa, a alimentar a su mujer y sus hijos. Luego, todos seguirán su ejemplo. Mutilarán a la ballena, que seguirá viva varios días más,
A Gustavo Farruggia ¿Por qué resistes? ¿Por qué te obstinas? Los rayos, las tempestades, los vientos no te doblegan, insistes, sigues ahí ¿Cuál es tu fuerza? ¿Cuánta? Te expones a los elementos sabes de ellos e igual persistes ¿Cuál es tu don? ¿Señalar los caminos? ¿Marcar al destino? ¿Saber de antemano? Me rindo ante tu osadía Honro tu valentía Eres un espejo De mi fe Cuatro las huellas Cuatro horizontes Cuatro manos Me guían Cuatro virtudes Cuatro pasiones Cuatro silencios Me inspiran Y si, al final No viera la luz Ni comprendiese palabra Y todo se nuble Y me asedie Y me acose Yo sé Que tu Estarás conmigo Yo sé Que tú Estarás ahí . Pablo Cingolani Antaqawa, 22 de marzo de 2023 A Gustavo Farruggia por el Madidi, por El Impenetrable, por La Higuera, por Don Laureano y por todo.