Guinda khora y sewenka, mala madre y lap’ia, y otras hierbas medicinales, con Aurelio hablamos de sus propiedades, de sus efectos y de sus leyendas. Hace veinticinco años atrás andaba con Barth y Peter por Apillapampa entrevistando a hierbateros y médicos tradicionales. Hoy me pareció volver a aquel tiempo, recolectando y preguntando, seleccionado y conservando. Pajonales y k’ochas de altura, llamas desafiantes frente al móvil y el viento que en algunos dias mas será acuchillador como en las narraciones de Oscar Cerruto y de Raúl Botelho Gosálvez. A 4200 metros se puede solamente tocar el cielo y mirar los de abajo. Peter y Barth se alojaban en nuestra casa, eran biólogos de la universidad de Gent, el Peter un “reventado marca cañón”, como les decían aquí a los yippies hasta final del siglo pasado, y Barth el clásico estudiante modelo “todo casa y estudio”, las dos caras de una misma moneda. A mí me recordaban a Kayerts y Carlier, los dos personajes de uno de los mejores relatos de Joseph Conrad, Una avanzada del progreso.
A esta altitud la oxigenación en nuestros cerebros es muy distinta que a los 2600 metros de Cochabamba; urinsaya y anansaya, los de arriba y los de abajo, hoy sin ser ayllu y con los del medio que están como prenda de una condición inédita. La revolución del ’52 y todos sus efectos han ido solamente metamorfoseando cuanto Kafka sostenía de las revoluciones. Para intentar comprender estas condiciones la literatura hizo de los suyos en cada región del mundo. Si mal no recuerdo fue Lezama Lima en decir que “la ficción es necesaria a nuestra flaqueza”. No encontré en otros lugares la belleza de las páginas de Rosario Castellanos o de la condición humana como en Ciro Alegría. En esta tierra deberíamos valorar más a Jesús Lara.
En Chucarasi, una comunidad del Norte Potosí a la misma altitud una campesina nos iba hablando de la convocatoria que el sindicato les hacía para ir a marchar en la ciudad en defensa de la “canasta familiar” y ella que con su espléndida sonrisa iba contestándole: “Para que tendríamos que ir a defender algo que aquí en el campo tenemos a diario, vitaminas, proteínas y alimentos sanos?”. Aurelio me lo dice con su mirada, que son palabras que hallo más puntuales y más sabias aun, en el silencio de la puna, donde la tierra es fértil y solo el agua puede ser un obstáculo a la producción, me hace ver su carpa solar adentro de la cual tiene prácticamente todas hortalizas, alguna que ni siquiera los de abajo, en Tiquipaya, están produciendo. Luego van alistando el pampaku, papas recién cosechadas, un cordero y muchas habas bajo las incandescentes piedras. Ganas de compartir y un mundo aun donde aprender. No sé si podrá existir aquí una Huasipungo, en la mirada desdeñosa de sus habitantes, si se podrá verla en el reflejo de la laguna o del atajado artificial, en las comidas que compartimos o en los gestos que han cambiado con el tiempo, en cuanto el paisaje y el sueño de su gente se haya ido disolviendo o en el realismo mítico que hizo de narración después del indigenismo. Sigo preguntándomelo. Hay mucha belleza e misterio en todo esto.
Se habla de la producción agrícola y también de la situación política. Toda la larga historia colonial no ha sido aún bien metabolizada, sigue en proceso el peso colonial, el peso patriarcal, cierto tribalismo y el modernismo tardío. A veces me parece ver una verosímil inverosimilitud. Muchos reconocen que el buen vivir se ha ido transformando en el “métele no más…”. Y se nota en sus sonrisas la tristeza de esta tragedia.
Arriba queda un aire de pureza única, abajo la tempestad del progreso, y al medio nuestra incertidumbre. El paso incierto que tiembla frente a las tres realidades.
Maurizio Bagatin, 24 de mayo 2025
Imagen: Llamas en Totora, altiplano de Tiquipaya
0 Comentarios