De niños éramos cow boy o indianos, éramos Héctor o Aquiles, héroes o villanos, siempre con una nuestra infantil e ingenua ética. Fascinados por Hollywood o por la Ilíada. Ni habíamos oídos aun hablar de Voltaire, de Montesquieu o de La Fayette. Nadie nos había contado de la Revolución americana y de la toma de la Bastilla. Si hubo influencia de la primera en la segunda, si la Revolución industrial se acomodó o fue cómplice de las dos. Si “a soberanía revolución, a governance tumultos” era solamente la visión de Spinoza o si en la realidad es cuanto ocurrió desde siempre.
En 1989 estaba en Paris mientras la grandeur francesa festejaba los 200 años de su Revolución. Las grandes obras de François Mitterand lucían como la hoja de la guillotina, brillaban en la canícula parisina, el Sena y su ocaso celiniano, lo de Henry Miller y el espectro del Marqués de Sade. Aun no entendía porque Kafka una vez escribió que “Toda revolución se evapora y deja atrás el limo de una nueva burocracia”. Con el tiempo tuve que reconocerle al buen Franz esto y muchas cosas más. Sobre revoluciones y reacciones se aprende más leyendo a Shakespeare que la entera obra de Lenin. El estado absoluto está necesariamente en Luis XIV como en Marx.
Hoy, con el total reino del vil metal, está dejando de existir hasta la última esperanza de la democracia, orden y desorden amenazan el pueblo, llevándolo siempre más cerca de un todo contra todos.
El 14 de julio 1789 queda como una lápida, un espejo frente a la miseria humana contemporánea. Quizás la mirada de Camus frente a la de Sartre, el guiño de Derrida como esperanza inalienable de la humanidad.
Maurizio Bagatin, 14 de julio 2023
Imagen: Eugene Delacroix, La libertad guiando al pueblo
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