Badlands Blues


A Gonzalo Guzmán,

también conocido como El dólar

con mi gratitud de siempre



Las cicatrices de la tierra se abren para ti, la geografía se descarna, el territorio está herido, roto, huele a laceraciones geológicas de larga, inmemorial data, y allí está, todo tuyo para que sangres o te sanes con él


Quebradas, quebradas infinitas que se multiplican, se fagocitan entre ellas, derramando su frenesí de piedra revuelta e indómita sobre las playas o en oquedades imposibles, tajos desmadrados, cauces ciegos, agujeros negros aquí abajo, donde resisten con su enigma y el olvido a cuestas


Porque nadie las habita, salvo las huellas. Porque nada se demora allí, salvo esa eternidad que se erosiona siempre, que no cede, juegos perpetuos del viento y la lluvia que cuando cae, cae rabiosa, llena de ardor porque no puede llegar más allá del muro cordillerano al que anhela y corteja, pero no puede, no sabe cómo franquearlo, como hacerlo suyo


Por eso, a nuestros badlands, también los llamamos precordillera.


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“I am Lakota/ Lakota…”, Yo soy Lakota, aullaba la Joni Mitchell. Lakotas, una parcialidad de los Sioux, fueron Caballo Loco y Toro Sentado, grandes guerreros del norte en armas. Badlands viene de unas palabras en idioma lakota para referirse a sus tierras. Ellos sabían. Este es el Badlands Blues…


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Una carretera ofídica atraviesa los badlands que ciñen por el sudeste a la ciudad de La Paz. La vía sigue el curso del río que nace de los deshielos de los nevados andinos, parte en dos el valle donde se asienta la urbe y luego empieza a descender, con tal ímpetu sus aguas, que rompe el espinazo montañoso -coronado por el imponente Illimani- pero unos 70 kilómetros más abajo de donde se sitúa la ciudad: entre La Paz y el Illimani se está la precordillera. Toda esa región aquí se conoce con el gráfico nombre de Río Abajo. Para acceder a ella, basta subirse a un minibús que va faldeando los cerros y bajarse allí donde cualquiera de las quebradas que desaguan en el río se abre, se ofrece, se exhibe serena, enigmática, victoriosa.


Son lugares desolados, ya te dije: allí sólo habita la aspereza pero no cualquier aspereza sino una extrema, agobiante, capaz de alterarte si lo que buscas es algo que se parezca a un lugar turístico, algo manso, un paisaje domesticado, plácido, ausente de rigor: por el contrario, allí dentro debes convivir con una crueldad de los elementos muy manifiesta, un desarreglo, una sensación de caos, de ese caos primigenio de donde nos parimos, de donde venimos, un microcosmos fatal para aquellos que no se deleitan con “la estéril belleza de la desolación”, aquella imborrable alusión de Lawrence al desierto.


Porque algo es cierto: si te despojas de la mirada urbana, reprimida y represora, la visión convencional acerca de lo que es bueno, nutriente y bello, en este otro mundo de la tierra seca y la piedra devastada encontraras no sólo suelo fértil para sentir que estás viviendo sino también una belleza arrasadora, brutal, salvaje que no se parece a nada que conozcas: la desolada belleza de lo estéril, diré parafraseando al amigo, a todo esto, un verdadero valiente.


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Es que la idea detrás de todo esto es, en el fondo, templarse, seguir esa huella invisible pero cierta que te preserve “contra todos los males de este mundo” como cantó Spinetta, encontrar el antídoto como señaló el Flaco inmortal. Él sabía.


Jodidos estamos todos, sentenció un palestino. Y, tal vez, esa sea la más verdadera de las verdades, pero eso, en el fondo, no significa nada más que eso.


Eluard, para contraatacar, profetizo: hay otros mundos, pero están en este mundo. El mundo de las quebradas, el mundo de asperezas de las quebradas, está en este mundo. No se necesita reserva previa, menos invitación.


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Hace años que escribo siempre lo mismo: sé que es así y que no obedezco a ningún plan ni otro propósito que no sea el honrar la obra de Dios/Viracocha/Madre del Universo en cada escrito. Sucede así: me siento a teclear sin cauce y bajo la protección y el amparo del Santo Niño de Atocha, la Virgen Niña y todos y cada uno de mis Apus, sucede, se escribe, ellos me guían. Es devoción pura, pura ofrenda hecha letra, y nada más. El día que esa Sagrada Inspiración me abandone, Machu Katantika impídelo, Tata Mullumarka bendíceme siempre, dejaré de escribir: este es el Badlands Blues.


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“Hagamos juntos nuestros caminos separados” (Patti Smith: Babel. Al lector). Eso fue en 1986 y ahora volvimos juntos/separados de las quebradas: este es el Badlands Blues.


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Nacimos después de Santa Clara. Crecimos mezclando la guerrilla con el rock: este es el Badlands Blues.


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En medio de la arenisca batida, se alza una mole de piedra negra, pizarra heroica, que proyecta una sombra bienhechora, bondadosa, salvadora, feliz. Es una pared indomable, antiguo fondo del mar que quedó allí, estampada en el medio de la nada líquida, sola en su altivez, sola en la soledad desértica.


Siempre se impone: atesora un poder de atracción único, imposible de sustraerse, te imanta sin remedio, está ahí: es invencible.


Debajo de ella, a su dichosa sombra, el salitre brilla de otra manera, no habitual, sobrenatural: es magia pura.


Uno, entonces, se deja envolver por el blanco, por lo blanco, lo blanco del mundo… San Juan, Sanjuanillo amado protégeme, y la maldad se exilia, se licua, desaparece.


Pablo Cingolani
Antaqawa, 11 de julio de 2023




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