MANUEL GAYOL MECÍAS -.
Los decretos de FC
Desde hace 51 años y más no hemos dejado de padecer la Isla ni un día, ni una hora ni un minuto. De una forma o de otra no hemos podido echarla a un lado, y la hemos añorado, maldecido, llorado, soñado (noche por noche y día por día) y no hemos logrado sacarla no solo de nuestras mentes, sino además (y peor aún) de nuestros corazones.
La Isla de Cuba desde 1959 se convirtió en un campo de experimentación en todos los sentidos, y no voy a hacer un recordatorio pormenorizado, y mucho menos extenso, de cada renglón y aspecto que ha rodeado la vida del cubano porque esto es harto conocido. Se ha publicado en libros, se ha dicho por noticias, por el cine, la literatura y el arte, y se ha sufrido socialmente. Por lo que entonces solo voy a hacer un breve recuento, y aclarar, por si acaso existe confusión, que el Dictador Invisible no ha sido ni es Raúl Castro (RC), el hermano de Fidel, ni Fidel mismo, sino algo más complejo (para no decir siniestro) que expondré más adelante.
En la economía, Fidel Castro (FC) se deshizo mayormente de todo tipo de coherencia, de lo razonable y justo que caracterizan las necesidades y estímulos humanos: violó las leyes del comercio, las enredó, las menospreció y hasta las desechó, porque en su interpretación, Cuba antes era simplemente un lugar “injusto” (ahora es justamente un lugar miserable), y la mayoría no dijo nada. En efecto, F (al igual que Ernesto Guevara de la Serna, quien fue ministro de Industria y presidente del Banco Nacional de Cuba en la década del 60 antes de marcharse a formar su guerrilla en Bolivia) intentó hacer creer que las leyes económicas no eran objetivas e independientes y que se podían cambiar, y muchos, aun los que podían conocer de estos errores, no dijeron nada. Más importante para F (o FC, como se prefiera) venían a ser las leyes políticas e ideológicas (por la conveniencia de los decretos para sus caprichos). Asimismo, F con sus acólitos destruyó la agricultura y la ganadería, la propiedad privada, las costumbres y tradiciones; había que ser ateo porque la religión era “el opio de los pueblos”; destruyó la moral, cuando ayudó a que imperara el machismo más obtuso y ganara terreno la tendencia contra el homosexualismo; rompió la unidad familiar y la amistad, al enfrentar a padres contra hijos, hermanos contra hermanos, ciudadanos contra ciudadanos; al imponer el odio ideológico contra cualquiera que fuera disidente; cuando se aferró a la divisa de dividir. Y en verdad, los que sabían no pudieron decir nada porque hubieran sido destruidos. F y su Gobierno eliminaron las libertades de expresión, de prensa, de voz y de movimiento, acabaron con la ética de decir las verdades. Instituyeron el chisme con los Comités de Defensa de la Revolución, permitiendo que los vecinos se metieran en la privacidad e interioridad de los otros vecinos y se espiaran y denunciaran unos a otros. En fin, han sido tantas y tantas cosas, tantos aspectos de la vida humana que este Big Brother (BB) con su régimen ocasionó en la existencia de cada uno de nosotros, que muy bien se ha dicho que —en gran medida— atentó contra el alma del pueblo cubano… Y digo “atentó”, porque aspiro aún a que, incluso a estas alturas de la vida, después de todo lo que hemos tenido que pasar y también lo que hemos permitido que pase (que esto es lo más difícil y esencial de reconocer), no se haya podido extirpar la esencia auténtica de nuestra Nación (con mayúscula porque me refiero al alma cubana, que supongo aún está escondida —ojalá que no me equivoque— en lo más remoto de la nobleza, esperando el momento de volver a salir. Así sea) ni de nosotros mismos, que viene desde los primeros trazos de nuestra historia (de los orígenes fatalistas de nuestra historia: de conquistados, colonizados, esclavizados y neocolonizados hasta llegar a ser totalizados en estos más de 50 años); historia que habrá de hacerse diferente alguna vez, cuando el cubano recupere su evolución, la que fue interrumpida en 1959, pero que se logrará rehacer si es que realmente acabamos de entender el pasado para convencernos de que lo que vale es el presente con el propósito de hacer un futuro mejor… Entonces su actuar incansable (el de FC), en el fondo de lo que ha hecho, ha conllevado el menosprecio —oculto quizás— contra el prójimo. Un sentimiento que no puede traducirse sino en un “odio” injustificado contra su propio pueblo
El escalpelo de Fernando Ortiz
Pero independientemente de que F y su grupo no hayan podido acabar con el sentimiento de luz y de imaginación que subyace en el alma recóndita de ese cubano esencial que aún nos queda, sí lograron obnubilar las mejores características económicas, sociales, morales y espirituales que nos habían estado haciendo evolucionar hasta el año de 1959, y con ello lograron que salieran a relucir e imponerse en la Isla los peores defectos de los cubanos. Nos estancaron y, por tanto, nos atrasaron.
Para entender entonces, un poco siquiera, lo que aquí sucedió, al menos lo que de nuestra existencia tenía que ver con aspectos genéticos, psicológicos, sociales y antropológicos que apuntaban o nos llevaban a un acercamiento de cómo eran nuestras potencialidades físicas y anímicas, y por qué razón FC pudo trasvasar las fronteras de ese mundo corpóreo-imaginativo del cubano e imponer su espejismo, es imprescindible —a mi juicio— retomar el análisis, aunque positivista, no menos cierto en un grado histórico, de nuestro siempre socorrido sabio don Fernando Ortiz, cuando en fecha tan temprana de la “República”, en los principios de la década del 10, hurgó incisivamente en “la interioridad nuestra”. Para ello están sus escritos recopilados en su libro El pueblo cubano, y dentro de este específicamente el capítulo sobre “El alma cubana”(1).
En efecto, Ortiz en sus observaciones nos dejó saber muchas cosas que nos duelen, porque las dijo sin tapujos. Quizás debido a su implacable escalpelo positivista de aquellos tiempos, en que aún andaba por los caminos del italiano Cesare Lombroso; pero que al menos —aunque superado por él mismo un tiempo después— la imagen interior del cubano que nos daba Ortiz no tenía por qué quedar en la tragedia de lo irremediable, sino en la instigación de lo que podíamos salvar y lo que podíamos cambiar.
Entre tantas cosas que señaló el sabio cubano en aquellos tiempos, voy a citar algunos terribles defectos que ya históricamente nos desgajaban y empobrecían, y que muy bien pudieron prevalecer hasta 1959, puesto que los veníamos arrastrando desde siempre y que con posterioridad a ese Año Cero (léase 1959) que tantas veces he mencionado, se tuvieron que desarrollar en grado sumo hasta el momento de hoy en día. No obstante, quiero hacer la salvedad de que a la par de esos defectos, incluso me atrevo a decir que por encima de sus observaciones positivistas, y en aparente contradicción con sus propios criterios, él sí reconocía que habíamos tenido virtudes que nos hacían avanzar, con lentitud, pero nos hacían avanzar, como también ya advertí en otro momento. En este caso aclaro que no interesa ahora hablar de las virtudes, sino de los mencionados defectos, porque pienso y siento que hay que acabar de reconocerlos para poder establecer alguna vez el punto de partida de nuestro necesario mejoramiento humano.
Dice Ortiz: “Nuestra sintética característica intelectual es la ignorancia. Somos un pueblo de ignorantes, dicho sea sin eufemismo ni rodeos” (Ob. cit., p. 36). En esta época, años de la década del 10, es innegable que la ignorancia pululaba. Además venía asimismo desde antes, desde la colonia, por supuesto, por lo que el antropólogo cubano precisaba:
“No nos faltan latentes energías intelectuales, que despertadas
podrían darnos días de consuelo y de gloria. Y si esto es así, ¿a qué
achacar ese triste y bochornoso estado de incultura? Miremos hacia
atrás.
A poco que quiera profundizar nuestra mirada, encontrará las
impenetrables tinieblas de la esclavitud mental, agravada aun en su
densidad por la esclavitud política. España no quiso instruir a Cuba.
Enseñanza significaba rebeldía, intelectualidad equivalía a separatismo,
instrucción era libertad. El analfabetismo que padecemos es un estigma
del coloniaje” (Idem; pp. 38-9).
No por gusto el mismo José Martí había dicho, aunque desde una perspectiva universal, que “la ignorancia mata a los pueblos”. Indiscutiblemente estas palabras se enlazaban y enlazan aún con las de Fernando Ortiz. La ignorancia, a nivel popular, fue uno de nuestros talones de Aquiles, porque gracias a esa ignorancia nuestra imaginación se fue debilitando —nuestra inteligencia, sí, era práctica y estaba por encima de nuestra ninguna instrucción, pero por la falta de instrucción no pudimos darnos cuenta de que nos iban a cambiar la imaginación, nos iban a lavar el cerebro, nos iban a adoctrinar, mediante un lenguaje aparentemente revolucionario y por ello la visión mental se nos estrecharía más—, y llegó un momento en que no tuvimos el necesario poder imaginativo para responder a un mar de otras imágenes falsas que se nos echaban encima, por ejemplo, “la Revolución es tan verde como nuestras palmas”, cuando en realidad se iba volviendo roja; “Cuba, territorio libre de América”, cuando en realidad se estaban llenando las cárceles del país; “Armas, ¿para qué?”, cuando en realidad se entrenaba a uno de los ejércitos más poderosos del continente y más bien armados. Nuestra ignorancia no supo medir la imagen de la Alfabetización, en la que sí se enseñó a leer y a escribir a muchos cubanos, pero ¿a leer y a escribir qué?... El que aprendía a leer se veía sumergido en un estanque de ideología revolucionaria: Fidel (con mayúsculas) se escribe con F, I, D, E, L; y la palabra revolución (también con mayúsculas) se pronuncia RE-VO-LU-CIÓN (¡Cuba, Estudio, Trabajo, Fusil; Lápiz, Cartilla, Manual; Alfabetizar, Alfabetizar, Venceremos!). Se proponía lo que era malo y lo que era bueno, según el criterio del Gobierno. Se le daba a la gente lo que tenía que leer y poco a poco se fue creando la lista negra de los autores prohibidos, aunque en realidad esto fue ya después de la Alfabetización, pero en la misma se habían sentado las bases para coartar la libertad de pensamiento y de expresión. Toda lectura que no acoplara con los intereses del nuevo poder sería tachada de contrarrevolucionaria. ¡Qué más infelices podíamos ser cuando nos teníamos que creer el adoctrinamiento revolucionario!
Se aprovechó “la apatía que caracteriza de manera genérica nuestra psicología [la cual] se muestra así mismo en nuestras manifestaciones mentales; somos intelectualmente perezosos. Nos gusta muy poco el trabajo mental; estamos como adormecidos y gozamos de nuestra somnolencia. Baste a demostrarlo nuestra muy escasa producción librera” (Fernando Ortiz; ídem; p.39). Ello fue en los primeros tiempos de la “República”, en que el sabio cubano detectó estos grandes males que acarreábamos. Y es justo que ahora aquí se reconozca que después del triunfo de la Revolución empezó una enorme producción y distribución de libros, y las campañas de lectura para tratar de masificar la instrucción y la cultura. El semanario “Lunes” del periódico Revolución llegó a crear una expectativa cultural sorprendente, pero por sorprendente en su libre expresión lo eliminaron… Porque tuvo que ser la instrucción y cultura de lo que le interesaba al Gobierno, con su marxismo, su ateísmo, su realismo socialista. Es cierto que se podían leer algunas obras universales, pero eran las que se consideraban no dañinas al nuevo sistema que se forjaba. En realidad, con los libros de textos, literatura y publicaciones periódicas no se estaba enseñando a pensar, y mucho menos a desarrollar un espíritu de libertad, sino a encerrarse en las nuevas directrices mentales, hablando de libertad sin permitir leer lo que se quisiera; hablando de patria, nación y democracia, cuando lo que ya se había ido formando era un país dependiente y la diversidad política y de ideas se había conculcado. Ciertamente eran libros, revistas y artículos periodísticos para un lavado de cerebro, un adoctrinamiento político, un vaciamiento de la imagen que había venido ampliándose con nuestra historia, como también hicieron con la televisión: películas rusas y muñequitos (animados o cartones) soviéticos, ¡in-di-ge-ri-bles!.
Del ego y el alma
Desde los primeros años de la Revolución, el pueblo empezó a reunirse en la Plaza convocado por ese flautista de Hamelin. Era como una especie de éxtasis imaginario, en el que todo el mundo seguía como coro de teatro griego las palabras de aquel hombre que señalaba con gestos apasionados y con una elocuencia avasalladora un futuro de promesas y de utopía; un futuro que se encontraba a unos cuantos años-luz, porque nunca se iba a cumplir, simplemente por el hecho de que todo era una ilusión y un hechizo; era la potencialidad de ese ser para transformar el pueblo en una masa, y que en cada asamblea, en cada concentración, en cada mitin se enardecía más y más, y apuntaba su rumbo hacia una cueva (o Cuba) oscura que terminaba en un despeñadero. Ese “pueblo” cubano, en aquel tiempo, la emprendía contra otra parte de sí mismo que venía a ser cada uno de los que ellos decían eran burgueses y los hijos de los burgueses, descendientes de españoles, de negros y de cuanta criatura aterrizó en Cuba, y que ya por historia de medio siglo admiraban y rechazaban a los estadounidenses, pero que, peor incluso, no transigían con la nueva palabra del caudillo, y nunca le quisieron perdonar su arrogancia de poder ni de que violara la democracia. En realidad, se creó una lucha entre el Alma cubana y el Ego cubano. El ego de un enorme número de isleños escogió el espejismo de lo fantasmagórico y dejó sola a su imaginación anímica, que tuvo que ocultarse o marcharse del país en un riesgoso vuelo o travesía que siempre conducía a la incertidumbre o al naufragio. A partir de ese año de 1959, el Anima Cuba cayó en la ansiedad, el dolor, la soledad y la inercia.
Se dio mucha importancia a los periódicos oficialistas; y en un principio se contuvo y más tarde se prohibió en su totalidad la prensa extranjera; hasta de la Unión Soviética llegaron a prohibirse publicaciones. Todos sabemos que en Cuba, desde mediados de la década del 60, hacer una cultura basada en la exclusiva lectura de la prensa o en las informaciones oficiales dadas por un noticiero de televisión, discursos insoportables, y ya en estos tiempos una mesa redonda (“mesa retonta”, dicen en Miami) es —más allá de contribuir con la pereza mental histórica que teníamos— algo que no conduce más que al descomunal y burdo aburrimiento de una mediocridad noticiosa, espantosa, amén de la infamia de la desinformación, la patraña y la insistencia idiotizante de lo ideológico al lado de la cerrazón política.
La pereza mental —junto al hecho de que España nos negara la instrucción, como bien dijo Ortiz, para que los habitantes de la Isla no lograran discernir las causas de la realidad que vivían— ha sido una de las claves que ha dado lugar a la ignorancia, y de aquí al debilitamiento de la potencialidad imaginativa que antes (época de la década de los años 50), al lado de la inteligencia natural y un sentido empresarial, hacía que el cubano progresara.
El flautista nos señalaba el camino de esa ignorancia nuevamente, creando espejidades de eslóganes en vez de imágenes verdaderas: “¿Voy bien, Camilo?” (el ya mencionado escritor y periodista Roberto Álvarez Quiñones me ha comentado que F nunca dijo eso, sino: “¿Se oye bien, Camilo?”, porque había dificultades con el audio local y los micrófonos, y el público se quejaba con frecuencia de que no oía bien las palabras del líder barbudo cuando las palomas se le posaron sobre el hombro, en aquel inicial acto en el campamento de Columbia de La Habana, el 8 de enero de 1959, pero que después un periodista tontamente incauto, o nada inocente, lo tergiversó para titular su crónica del acto con esa supuesta “história”, bonita frase de: “¿Voy bien, Camilo?”, que en apariencia expresaba la “humildad” del nuevo caudillo). Y el BB obviamente aprovechó muy bien la confusión de la frase.
“Para atrás ni pa coger impulso”; “todo lo que somos hoy, se lo debemos al socialismo” (dicho sea de paso, uno de los pocos lemas, sino el único, que es una verdad tan enorme como una catedral. Este es un slogan-boomerang). Y de este modo, cada una de las intervenciones estaba plagada de símbolos, imágenes, consignas. Y las personas en la Plaza, y al otro día en los trabajos, comentaban con entusiasmo, con la resolución de seguirlas hasta el final.
Y había un afán de sospechosos fans; algo que parecía ser moda y no lo era. Porque la gente no se acababa de dar cuenta de que cada vez pensaban menos y se apasionaban más, se dividían más, hasta que se les fue metiendo en el meollo la condición de ser-turba (más-turba-en-acción: masturbación). Y así, los sesos se iban a los calcañales, como diría un cubano de esos años, y también se iban a los albañales, como diría la lógica de cualquier tiempo. Pero lo más grave y triste es que todo esto no era la moda por un cantante, o un equipo de béisbol, o por un espectáculo determinado, no, sino por un hombre y unas ideas absurdas que estaban costando sangre, fusilamientos, torturas y cárcel.
Y muchos —aun cuando hablamos de buenas personas que creían en el proceso revolucionario con la mejor intención— no eran capaces de descifrar la melodía de aquella flauta medieval que los embobecía, y que era la voz de FC, que les empastaba las ideas en una masa amorfa de embriaguez. ¡Ah!, por supuesto, no todos fueron así. Muchos se dieron cuenta desde un principio, los preclaros, los que de una forma u otra contaban con una visión larga, aunque a decir verdad, después de que se marcharon de la Isla, unos cuantos también volvieron a perder esa largueza de vista y cayeron en la intransigencia contraria, y pensaron que las cosas se resolverían en un año, dos o tres, y además con la misma violencia que le habían aplicado, y es que se pretendía responder con el pasaje bíblico de “ojo por ojo y diente por diente”…
Hay que reconocer que rectificar es de sabios, aunque esto suene manido o refrito. En la actualidad, las personas que han sido consecuentes con la vida y con la honestidad de lo que sienten han reconocido sus equivocaciones, y a mi modo de ver —si nunca hicieron daño, en ningún caso criminal—, pues se merecen el respeto y la consideración que se les debe dar a los que vuelven al mundo corpóreo-imaginativo, al mundo inteligente y sensible. Y hasta algunos que han confesado, en la Isla y en el extranjero, su oscura tozudez de antaño, se les debe admirar por honestos.
Lo interesante de este fenómeno es que los primeros que se dieron cuenta del engaño, y venían a pertenecer a la misma generación que la de F y R (y quizás a una anterior), primero, se atrevieron a sacar a los hijos en la Operación Pedro Pan, y luego buscaron la manera de lograr salir ellos. Este fuerte desmembrado generacional (hablo de los que conforman la misma generación que tomó el poder en Cuba y, como ya dije, algunos también que probablemente fueran de la generación anterior y también posterior, claro que sí), con el dinero que se pudieron llevar, con el esfuerzo laboral y la audacia empresarial y, claro, la educación que poseían —muchos habían estudiado y contaban con una preparación profesional—, ese referido desmembrado generacional, repito, logró hacerse poderoso y cambiar, incluso, la fisonomía del entorno miamense. De modo que los exiliados se constituyeron en las nuevas células extremadamente fuertes de la oposición. Habría que hacer un estudio bien imparcial, desprejuiciado de partidismos e ideologías, y desde la perspectiva económica, política y social del exilio, y así sabríamos cuánta ejemplaridad ha dado ese verdadero exilio, al que sí se le puede llamar histórico, cuántos aportes —al igual que los emigrantes de México y demás latinoamericanos— ha dado a la multiexpresividad cultural de Estados Unidos; aportes con los que fue recíproco a lo que este país le entregó.
La generación dividida
Quizás, entonces, en una breve visión del sentido de lo generacional, podamos entender mejor o acercarnos en algo siquiera a ese extraño fenómeno de lo que nos pasó a los cubanos en la Isla, o mejor: de cómo esta hecatombe en la actualidad promete nuevos frutos… podridos.
Por intuición estoy seguro de que, entre varias causas, se encuentra esta de carácter antropológico y al mismo tiempo psicosocial; es decir, de cómo se comporta el cubano de estos tiempos. En realidad, yo sí intuyo (y disculpen que use el pronombre “yo”), de que el problema de Cuba empezaría a resolverse (con muchas dudas, claro, porque verdaderamente el problema de Cuba siempre ha rondado en la incertidumbre y lo impredecible) el día que las dos partes de esta generación de los años 50 que tomó el poder en la Isla haya quedado en el pasado, en la historia de algo que fue y no debió ser; generación que, al escindirse, una parte se instaló en Miami y la otra se quedó en Cuba en posesión de todo; cuando los “intransigentes” (algunos de los que han vivido en Estados Unidos y han tomado la misma postura de los castristas pero desde el extremo contrario) y otros que son los “infiltrados” (venidos con el propósito implícito de socavar la imagen del exilio y de hacerle, por supuesto, el juego a los herederos de los Castro; es decir, a los nuevos ricos y poderosos hijos, parientes y acólitos castristas que aspiran a seguir en el Poder y a querer persuadir de que en Cuba “no pasó nada”, que todo ha sido barrido por la “reconciliación”, algo así como dice el escritor Armando Añel: “El cambio sin cambio”); es decir, repito, el problema de Cuba empezaría a resolverse cuando esas dos poderosas partes del mal, extremas pero que se dan las manos, desaparezcan definitivamente de la palestra pública.
El día que los neocastristas —los que dicen venir como inmigrantes “económicos” y, por supuesto, les han quedado reminiscencias doctrinarias, y que en verdad nunca han representado ni representan al verdadero exilio político (2), aun cuando muchos inmigrantes “económicos” también sean exiliados políticos pero aparenten no saberlo— ya no puedan realizar labores de zapa (como “intransigentes”, o como “infiltrados” o como “tontos útiles”) ni acciones políticas encaminadas a hacer el juego al Gobierno de la Isla (desde Miami los que dicen creer que el Gobierno de los Castro se está abriendo y desde Cuba: los que se dejan instruir y preparar para venir luego a Estados Unidos a cometer distintos tipos de fraudes); cuando todo este saco de incautos, ingenuos y apasionados (que han pasado buena parte de sus vidas dando bastonazos en el suelo o golpeando la mesa con la punta del dedo índice, afirmando que “la dictadura se caerá el año próximo”), y también los malévolos, oportunistas, espías y torturadores camuflados ya estén completamente seniles, y aunque sea, quizás, algunos, por suerte para nosotros, hayan comparecido ante la justicia, sí, ante la Justicia y no ante la venganza, aclaro; y la otra parte de esa misma generación, más senil aun (desde la Isla), pierda la voz ya por el desgaste de sus mítines de repudio; cuando ya todos estos grupos no tengan la posibilidad objetiva, tanto dentro como afuera, de hacer sus participaciones y decisiones respectivamente, entonces vuelvo a insistir: será cuando en realidad podría crearse una esperanza para empezar la verdadera transición en lo económico, político y social con las nuevas generaciones; es decir, los que en la actualidad son jóvenes (y que conforman una importante cantidad del pueblo) y que aparentan estar descastrizados (si es que no quedan descuartizados), descomunizados (si es que no quedan demonizados), jóvenes audaces y que ya, por ley de la vida, no conocen el miedo o tienen menos miedo que el que hemos tenido nosotros, entonces, insisto, es cuando se supone comenzaría una transición que recaería, como ya dije, en esos jóvenes, y que tendría la posibilidad de restaurar la energía genética e imaginativa necesarias para continuar con la espiral de progreso que se rompió en 1959…
Bueno, claro, el problema, como ya se ve, es muy complejo, por la gran diversificación de tipos de personajes en que se ha fragmentado el cubano de estos tiempos; el hombre nuevo del que tanto se habló. Después de los muchos cambios cosméticos que se han tratado y tratan de implementar ahora, el cubano, acostumbrado ya a la discriminación y distribución de la miseria —ansioso de paz y de progreso pero con miedo al liberalismo económico y a una libertad que pudiera inhibirlo del seguro de vida de un paternalismo que les compra el alma—, podría seguir en la corriente de la dependencia y no interesarse o no importarle los grandes valores de la justicia, de la verdadera libertad ni de los derechos humanos y seguiría navegando en las lagunas de la corrupción y la supuesta resistencia servil.
Así sería fácil caer en un nuevo autoritarismo (bajo un poder disfrazado de democracia, como sucede en estos tiempos en Venezuela); muy probablemente sería el neocastrismo “democrático” de nuevos cuatreros poscomunistas que gobernarían el país, para así crear otro caos, ahora dentro del capitalismo desbordado, sin que la Justicia y las instituciones hagan ruido, o mejor dicho: impongan un orden institucional y, de hecho se, dé “el cambio sin cambio”… Pero todo esto es una verdadera incertidumbre, y como es natural, depende de las nuevas generaciones de los cubanos.
El escalpelo de Fernando Ortiz (II)
Un poco más de los aspectos que Ortiz veía en nosotros, aun cuando eran las más duras advertencias, y los más ásperos criterios antropológicos y sociales, los puedo citar ahora con el propósito de estremecernos, y saber un tanto cómo éramos de alguna manera, reconociendo que esto fue visto y pensado por él en la década del 10 del siglo pasado, como ya dije, pero que en los años posteriores a la década del 20 podían haberse estado transformando; quiero decir, algunos defectos debieron irse modificando para bien y otros, de hecho, aminorándose. El caso es que no está de más que acabemos de darnos cuenta de que, a pesar de que avanzábamos, resultábamos moldeables, pues a pesar de las taras y deficiencias que veníamos limando, en realidad siempre éramos susceptibles de ser mal influenciados, y que si esto sucedía en esas décadas, por tanto, qué no pudo pasar a partir de 1959.
Fernando Ortiz no dejaba descansar su escalpelo: “Si en algún país la masa popular siempre se ha plasmado a voluntad de los caudillos, este país se llama Cuba” (3).
Esta es otra de las características nefastas que hemos tenido: el caudillismo (y la supuesta necesidad de sumisión a un líder), ya lo he dicho y lo reitero, porque hace falta que este defecto lo entendamos bien para que de una vez por todas nos dejemos de tantos héroes y romanticismo barato que tanto daño nos ha hecho y nos podría seguir haciendo; pero además, súmese la división, la intolerancia, la desfachatez y la masa, de todo lo cual ya hemos hablado.
En relación con el divisionismo —y ya he hablado de ello también, pero continúo con la insistencia—, salta el hecho de que todos tenemos ideas diferentes. Esto, en realidad, es muy bueno para un contexto y situación democrática, pero dentro de un orden y organización política. Lo que sucede es que en nosotros desde las guerras de independencias, los caudillos estaban por doquier, muchos querían mandar y no reconocer a los otros, y la gente los seguía. En realidad, en cuanto a la división de las ideas, es como si cada cubano nos creyéramos que teníamos la verdad en la mano (4), incluso, hasta para discutir de pelota…
Entiendo perfectamente la tristeza de Ortiz, que podría ser la tristeza de muchos, y, entre tantos, la mía, pero asimismo quiero hacer la salvedad de que el etnólogo cubano, cuando años después llegó a su conocida teoría de la transculturación, pudo darse cuenta de que no tenía que haber tal suma de defectos como algo congénito que se hace irremediable, sino como rasgos circunstanciales que podían ser acentuados por el entorno social, por las interrelaciones del momento de época, y que la transculturación nos salvaría como lo estuvo haciendo hasta el repetido año letal de 1959 en el que se nos empezó de nuevo a estancar la mente. Lo que quiero significar es que el cubano tuvo siempre, a pesar de este desgarrador análisis bastante determinista, posibilidad de superarse, y que lo estaba haciendo en la medida en que nuevas aculturaciones y transculturaciones ocurrían, porque el cubano era y es un ser en gestación. Véase en los escritos citados de Fernando Ortiz la segunda parte de “El alma cubana” (capítulo V del cuaderno citado), otro conglomerado de ideas en el que, de alguna manera, quizás más bien breve pero habla sobre los progresos del cubano, y donde ya su mirada, su observación acuciosa se podría hacer un poco más comprensiva, y así saltan de una forma u otra los reconocimientos y el destaque de virtudes que proyectan, en definitiva, valores y aciertos del cubano.
Pero esto de los defectos, naturalmente, no lo estoy descubriendo yo sino lo descubrió él, nuestro Fernando Ortiz, alguien a quien nunca acabaremos de agradecer la enorme comprensión que nos legó de nosotros mismos, al mostrarnos esos defectos, y el aporte tan extraordinario que hizo no sólo a la antropología cubana, sino mundial. En un capítulo anterior de este libro (más exactamente en el capítulo IV, ‘Transculturación y futuridad’, de “El ser diverso”) pretendí ahondar un tanto, intuitivamente, en el valor de la transculturación y el sentido de la futuridad. En este, ahora, intento resaltar la probabilidad de que algunos aspectos señalados por Ortiz hayan incidido en el debilitamiento mental, imaginativo, del cubano cuando comenzó la era del Gran Estancamiento (1959), y cómo, en efecto, fue utilizada nuestra pereza intelectual para vendernos gato por liebre, haciéndonos creer en la necesidad imperiosa, excesiva, de un patriarca, de un dictador necesario que nos lo iba a dar todo masticado, digerido, y que utópicamente nos iba a liberar de las fatigas de los explotadores procesos laborales, que nos iba a ayudar a convertir la exageración y la fantasía en una realidad de sueño, que nos iba a sacar de las trabas y el engaño de las religiones y los fetichismos, que nos iba a educar con su prensa y su palabra, que nos iba a cambiar la vanidad y la aristocracia por una importancia crucial como centro del mundo y que no nos iba a permitir el choteo y el brete, además de la vigilancia y el acoso, como un medio general, práctico y constante de relacionarnos, incluso con el mundo… ¿Y no es cierto que toda esta ingenuidad es el vacío propicio para que un espejismo lo llene?…
La seducción del flautista
Ahora viene a colación algo que se ha venido expresando en estos tiempos en América Latina, según encuestas que se hicieron en 2007, de que incluso hay buena parte de pueblos que hoy en día han declarado su preferencia por un dictador si este les garantiza trabajo, estabilidad y una vida más segura (ello tiene que ver con el sentido de víctima que hemos aparentado en Latinoamérica y, en específico, en Cuba). Como quiera que se mire, esto es un regreso a los primeros tiempos del feudalismo, cuando el siervo de la gleba no tenía libertad y estaba obligado a entregarle su trabajo y su mayor parte de cosecha al señor feudal, pero asimismo recibía el cuidado y la seguridad de este amo, y contaba con una cuota de su mismo trabajo para subsistir. ¿Sería esta la misma mentalidad en la que cayó el cubano bajo el feudalismo patriarcal de Fidel Castro? (5), con la diferencia, por supuesto, de que el siervo de la gleba en la Edad Media, en su momento, decidió convertirse en burgués y dedicarse al trabajo artesanal y al comercio.
La melodía del flautista, como el de Hamelin, en nuestro caso se ha extendido en la voz de FC por más de cincuenta años, y no dudo, que ya como un susurro continúe un tiempo más. Es el sonsonete de una flauta (bueno en el caso de él es de una voz) cochambrosa que ya ha llegado (desde hace tiempo llegó) al centro de la cueva y al borde del abismo, y que con su ronronear y chirrear de enmohecidas teclas (su voz enronquecida), sigue seduciendo para que algunos, extremadamente pocos ya, ¡a Dios gracia!, se lancen al vacío (recuerden al difunto Hugo Chávez, y ahora a Nicolás Maduro, y cuál ha sido el resultado de cómo está Venezuela).
La pereza mental se reactivó para traer de nuevo la ignorancia y ayudó a fracturar la imaginación que estaba ligada a las circunstancias corpóreas del cubano. Al fragmentarse, se alteraron la recepción y comprensión de las imágenes que podían darse, y se crearon en las mentes los bastiones y atalayas de un castillo de arena.
Ese castillo de arena mental, cuando se deshacía por las olas del mar de la realidad cotidiana, iba dejando espacios vacíos y sedimentos de algas desconocidas, se empollaban sinuosidades repetidas como meandros, las mentes se llenaban de esporas, estratificaciones que lo cambiaban todo, niveles de cosas confusas que entraban en el ser del cubano como fantasmas y lo llenaban de rabia, de violencia inaudita, de consignas, de lemas, gritos y más gritos, de aplausos continuados como máquinas incansables que habían recibido el chip de la adulación, del hecho de creer “porque me lo dijeron”, y “la Revolución y el Comandante lo piden”, lo exigen, “nos convencen de que hay que seguir hacia adelante”… La ceguera de seguir a un “líder” inflamado de egolatría… Este es el síndrome del flautista de Hamelin (la relación idolátrica que ha existido entre él y las masas cubanas)… Y somos uno y el Uno somos todos. Y la mente se hacía Uno, con el brazo levantado y el puño cerrado se desgañitaba (se desgañitan algunos todavía); y la mente se llenaba (se llenan algunas todavía) con los residuos del mar para transformarse en masa compacta, calcárea, entumecida por la ira que les venía de la Voz, de esas palabras que ya eran melodía embaucadora y que estremecían los glúteos y castraban el miembro viril en el éxtasis de un coito político de muchedumbre enardecida.
Sí, este tipo de cubano se mutaba en un ser de ventosidades luciferinas para seguir enronqueciéndose en la Plaza, en las marchas, en los mítines de repudio, en la prensa, en la radio y la televisión, en las mesas redondas. Así las cosas, el Sempiterno F (también “f” de flautista) tenía que estar en todos los lugares de la Isla, en las casas, en las oficinas, en cualquier lugar de trabajo. El culto era la “verdad”. Aunque en las noches, con la cabeza bajo la raída almohada te defecaras en el culto y en la verdad siempre entrecomillada. Ah, pero entonces te podías justificar a ti mismo, y decirte a ti mismo que la culpa no es del Big Brother (BB), no, la culpa es del Imperio, de los que no les quieren ayudar, los que día a día le traicionan; hacen las cosas al revés; él es el líder; el ejemplo, y tú tienes que apoyarlo, darle un espacio en tu mente, y así hasta las calendas griegas, para que tu mente y tu yeyuno, tu ilion se hagan más estratificados, más esporas y dieran paso así al “hombre nuevo”, que aún se mantiene en algunos de la Isla y del extranjero.
De modo que tu mente daba paso al sospechoso patriarca, a un dictador supuesto de que fuera buena gente, el que velaba por ti hasta en el sueño; el que hacía (y hace) que todos los días del mundo tú, donde quiera que estuvieras (o estés), no pudieras (puedas) deshacerte de él, porque te hacía falta para hablar con los tuyos en la casa, puesto que las cosas dependían de él (¿o dependerán ahora de R?), o con tus amigos en el barrio, o con tus colegas de trabajo, para hablar en la escuela, en el cine, en el estadio; tu fiel Dictador, a quien matabas y matas cada día del mundo y siempre resucita, porque está metido dentro de tu cocorioco, de tu cabezota, porque ya no sabes cómo te lo vas a quitar de arriba, cómo nos lo vamos a sacar de las pesadillas, y que no importa que muera de verdad, porque eso será mentira, vivirá en las mentes (¡y hasta en las claras y preclaras!), vivirá en las pesadillas, en las monstruosidades que han existido dentro y afuera, Él, que vive (y vivirá) y te persigue (y perseguirá) en los rincones del planeta, hasta que vengan nuevas generaciones que desglosen mejor este 25 % (6), ó el 30 %, o el por ciento que tú le quieras dar de culpa que tenemos, deshagan y fulminen de una vez y para siempre el espejismo inoculado de ese Dictador Invisible que tiene todo ser desprovisto de amparo, ¿sabes?, oíste bien, ese Dictador Invisible que te (nos) cosquillea bien adentro y que si no te haces fuerte (me he dicho siempre a mí mismo) y te aclaras las entendederas, podrá surgir siempre y te acosará siempre y te hará bailar al son de su flauta. Pero si despiertas… entonces… si despiertas… (si despertamos, como creo que desperté)… sólo entonces, nuestra estirpe del por ciento que sea descansará en paz para quizás poder configurar la espiral, volver al verdadero presente de la futuridad y hacer así la Isla más humana, la que con honestidad hemos imaginado (7).
Notas:
1.- Consúltese a Fernando Ortiz: El pueblo cubano, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales [Edición crítica por Gladys Alonso González y prólogo de Ana Cairo Ballester], Instituto Cubano del Libro, 1997, [“El alma cubana”, capítulo IV, pp. 35-60; “El alma cubana” II, capítulo V, pp. 61-70].
2.- Sobre este tema del exilio histórico quiero citar otro trabajo de Jesús Hernández Cuéllar, titulado “Para nostálgicos del infierno”, publicado en su columna “Café Impresso” del mes de agosto de 2008, en la revista Contacto (hacer clic en http://www.contactomagazine.com/cubaindex.htm). Las ideas con las que Hernández Cuéllar refuta los ataques contra el exilio de Miami en realidad perfilan la esencia de esta comunidad. Cito un fragmento mediante el cual me hago eco de su aclaración:
No fue en Miami donde centenares de miles de cubanos tuvieron que ir a
trabajar obligatoriamente en campos agrícolas hasta que el gobierno tuviera a bien
aprobar su salida del país. Eso ocurrió en Cuba. No fue en Miami donde se abrieron
campos de concentración para homosexuales, fue en Cuba. No ha sido en Miami
donde se han escuchado las sórdidas estampidas de los pelotones de ejecución, fue
en casi toda Cuba. No existe en Miami algo igual a la fortaleza de La Cabaña. En
Miami, como en todas partes, hay gente radical y extremista, ignorante, tal vez
insoportable, pero no es allí donde se encarcela a la gente por el delito de “divulgar
propaganda enemiga”. Eso ocurre actualmente en Cuba, a personas que expresan
opiniones críticas de la dictadura. Ha ocurrido allá durante 50 años, desde el
primer día. La gente de Miami que ha cumplido 20, 25 y 30 años de prisión, no fue
encarcelada todo ese tiempo en la sureña ciudad floridana, sino en Cuba. Por
razones políticas.
3.- Fernando Ortiz: Ob. cit.; p. 50.
4.- Y desde su misma obra, arremete de nuevo don Fernando Ortiz:
“Cuando la vanidad se enseñorea en un pueblo, lo primero que hace es generar
en ese pueblo una atmósfera de una refracción tan especial, que los hombres, las
cosas y los acontecimientos resultan dentro de ellas estirados, henchidos y
magnificados fuera de toda humana proporción” (p.53).
Y otra más:
“Es también en ellos la vanidad la principal instigadora de la ambición de poder
y su más efectivo acicate. El poder y el mando se aman en Cuba, y es probable que
continúen amándose…” (p. 54).
Y en párrafo seguido de la misma página concluye:
Pero todavía no he citado nuestra mayor desgracia [intelectual] psicológica, la
que esteriliza los esfuerzos más nobles, la que corroe mortíferamente nuestra
sociedad, la que no sólo impide nuestro progreso y liberación, sino que nos hace
indignos de sus bendiciones. No nos basta ser ignorantes, gregarios, imitativos,
fantaseadores, apáticos y [supersticiosos] crédulos; sentimos además —y esta es
para el cubano autor de estas líneas la confesión más triste— el alarde de nuestra
inferioridad, el orgullo de nuestra ignorancia y el desprecio olímpico hacia los
hombres y las cosas superiores. De lo mejor nos burlamos; es cubano el choteo.
Nos mofamos de todo, no con la sonrisa voltariana de un escéptico ilustrado,
sino con la estúpida carcajada de la ignorancia vanidosa.
El choteo es la desgracia criolla.
5.- Consúltese a Eric Fromm: Miedo a la libertad, Barcelona, Ediciones Paidós Ibérica S.A., 1947.
6.- Este 25% de aceptación (¿culpa?), que le compete a una mayoría de cubanos, es mi consideración personal, hasta el momento en que escribo, insisto; pero es variable, según cada quien; según el convencimiento que cada quien tenga, por su honestidad y forma de ver la vida; y, naturalmente, por el grado de reconocimiento, aunque polémico, que tenga de este trabajo.
7.- El flautista de Hamelin, según versión tomada de Wikipedia:
En 1284 la ciudad de Hamelin estaba infestada de ratas. Un buen día apareció un desconocido que ofreció sus servicios a los habitantes del pueblo. A cambio de una recompensa él les libraría de todas las ratas, a lo que los aldeanos se comprometieron. Entonces el desconocido flautista empezó a tocar su flauta, y todas las ratas salieron de sus cubiles y agujeros y empezaron a caminar hacia donde la música sonaba. Una vez que todas las ratas estuvieron reunidas en torno al flautista, este empezó a caminar y todas las ratas le siguieron al son de la música. El flautista se dirigió hacia el río Weser, y las ratas, que iban tras él, perecieron ahogadas.
Cumplida su misión, el hombre volvió al pueblo a reclamar su recompensa, pero los aldeanos se negaron a pagarle. El cazador de ratas, muy enfadado, abandonaría el pueblo, para volver poco después, el 26 de junio [qué causalidad, por un mes no fue el 26 de julio], en busca de venganza.
Mientras los habitantes del pueblo estaban en la iglesia, el hombre volvió a tocar con la flauta su extraña música. Esta vez fueron los niños, ciento treinta niños y niñas, los que le siguieron al compás de la música, y abandonando el pueblo los llevó hasta una cueva. Nunca más se les volvió a ver.
Algunas versiones hablan de que dos niños se quedaron retrasados y no entraron en la cueva. Ellos serían quienes avisaron a los aldeanos de lo que había ocurrido. Uno de los niños sería ciego y no podía indicar el lugar donde sus compañeros habían desaparecido. El otro sería cojo y tampoco pudo ver nada.
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[Este trabajo, ‘El síndrome del Flautista de Hamelin’, es un fragmento ensayístico de otro ensayo mayor titulado “El Dictador Invisible”, que a su vez forma parte del libro inédito: 1959, Cuba: el ser diverso y la Isla imaginada].
2 Comentarios
fotos del segundo semestre de verano en Cuba, University of Tulane
ResponderEliminarhttp://www.flickr.com/photos/22729374@N08/sets/72157631574441780/
Mesuradas y clarificadoras palabras que nos ayudan a comprender el contexto histórico reciente de Cuba, así como el ser cubano, con todo lo que ello implica.
ResponderEliminarValiosísimo ensayo, mi querido amigo.
Un fuerte abrazo