ROBERTO BURGOS CANTOR -.

Se preveía la concurrencia de los devotos de las Lajas, los comerciantes de Ipiales y los campesinos ecologistas de la Cocha. Del allá vendrían los tejedores de Tulcán y los camiones cargados de cacao premiado en los mercados de Europa.
Cortarían cintas los respectivos Presidentes, pronunciarían los discursos previsibles, y las comitivas prestarían caras de circunstancia. Los periódicos tenían los titulares y las advertencias para no recordar detalles desagradables.
Llegó el día y la fotografía de primera página que mostraría como Colombia juega en la asociación del Pacífico pero no abandona al Sur no apareció. Se quería ver al presidente Correa sonriente y sin la mirada de boxeador que quiere cobrar un golpe bajo de su contrincante y busca dónde conectarle un corto, como en la isla de Santo Domingo.
Esa foto fue sustituida por un cuadro minúsculo, en página interior, sin banderitas removiendo el aire frío y limpio de las montañas, ni bandas y coros, ni niños de las escuelas rurales, apenas el presidente de Colombia dando un regalo al presidente de Ecuador: una camisa amarilla del equipo nacional de fútbol. Dijo que como aspiraba a ser reelegido le estaba prohibido inaugurar.
Nadie sabe si faltaba esta situación para entender – si alguna vez entendemos algo – cómo seguimos viviendo entre la molestia del ridículo y la impotencia dolorosa de las tragedias.
Este impedimento de atender una cortesía internacional surge de un engendro que llamamos ley, expedida con inconciencia, sin ningún razonamiento, y cuyo resultado es exhibirse, en el significado popular de mostrarse estrafalario. Así lo utilizó Alejo Durán camino a un festival vallenato.
Dicha ley, denominada de garantías, ¿para quién? surgió ante la determinación de permitir que los presidentes de la República aspiraran a ser reelectos en el período inmediato. Coherente con nuestro extremismo es una ley que paraliza la administración. Para evitar tal catástrofe en algo de por si detenido, obligan a los administradores públicos a repartir el presupuesto con tal presión que el atolondramiento genera fallas, omisiones.
No sería mejor establecer una regla sencilla: si el Presidente o sus funcionarios utilizan sus funciones para influir en las elecciones serán destituidos de plano. Y quien comercie votos será metido al calabozo de plano y perderá la representación el beneficiado.
Este remedo de democracia es tan caro que …
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