El profesor rosarista, joven, se asombra de que todavía el gobierno colombiano no haya impartido la pedagogía de la sentencia anterior del tribunal de La Haya. Explica él, que no puede considerarse como una derrota o perdida para Colombia. Muchos recuerdan que el veterano coronel Londoño, a quien Jorge Child llamaba el limítrofe, habló de lo mismo. Y de alguna manera el sibilino decir bogotano de la ministra de Relaciones Exteriores advirtió algo semejante.
Lo peor de un episodio como el de la sentencia es, que además del maximalismo histórico, nos comportamos ante la adversidad iguales a la ralea incubada en las escuelas de derecho que confunden la defensa jurídica con la complicidad con el acusado. No velan por el proceso y la sentencia en derecho sino por la exculpación apuntalada con babas y vergüenza.
Hay que preocuparse por la arenga del señor. Se fundamenta en conceptos de los magistrados que no ganaron. Como si los abogados litigaran con salvamentos y no con las decisiones. Por supuesto que los salvamentos tienen un valor para el derecho, pero no son argumento para incumplir la sentencia.
El presidente López Michelsen había insistido, por años, en la necesidad, ante la pretensión de Nicaragua, del arreglo bilateral.
En el fondo y la superficie del problema está la ineptitud del aparato de relaciones exteriores de Colombia. No es sólo este país. Desde las épocas en que los libertadores iban a las cortes europeas y rusas a exponer sus ideas y buscar apoyos a los ideales en juego, bastante agua ha corrido. América pensó que esas relaciones eran apenas unos protocolos de mesa y buen saludar y un modus vivendi de unas clases parasitarias, o el agregado pensional para generales insatisfechos que sabían saludar a la bandera. Se creyó democratizar el servicio asignándoles cuotas a los políticos. Como eran retribuciones no se estudiaba.
Esta vez el conflicto está en el Caribe. Este tema es chino para el gobierno y sus relaciones.
La comedia alivia. Oímos al presidente Betancur pidiendo una carta de agradecimiento a la Corte de La Haya porque, según él, al fin los colombianos nos uníamos. Lo salva su anacronía poética. En esa ocasión concluyó recitando en los micrófonos con un descendiente de Casas, unos versos irrepetibles. Olvidados.
¿Será hora de oir a : Bell Lemus, Posada Carbó, Munera Cavadía, Adolfo Meisel, Alberto Abello, Diego Cardona, Ortíz Cassiani, Heisel Robinson, Ariel Castillo, Nadia Celis, el hijo de Rafael Bassi y empezar a trazar el mapa que vislumbre el porvenir?
La hazaña de Torrijos, López, Graham Greene, Jimmy Carter, mostró una diplomacia de verdad. El frac es un disfraz.
Cuánto habría servido invocar a Rubén Darío y Núñez, al cura Cardenal y a Agudelo en Solentiname. A Martínez Rivas y su Yadira en Cartagena de Indias.
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