Concha Pelayo
Recuerdo que cuando cumplí 50 años escribí un artículo que titulaba “Medio siglo” donde escribía…la verdad es que no recuerdo lo que escribía pero debía de decir lo que sentía al hacer tan importante y redondo cumpleaños.
Mañana, día 3 de febrero cumpliremos, mi marido y yo, las bodas de oro, 50 años de casados y la verdad que no sé qué escribir, no tengo ni idea lo que voy a decir a continuación. Pero, ¿tendré que dejar algo dicho? Lo cierto es que es una cifra importantísima en la que una pareja ha subido y bajado la montaña tantas veces, en la que se han vertido lágrimas y también sonrisas, donde se han dicho cosas que no se quisieron decir, otras se callaron. Cincuenta años juntos dan para mucho. Ni siquiera podía imaginar que íbamos a celebrar juntos fecha tan importante. Y digo bien, porque hemos pasado por situaciones graves de enfermedad, que hemos superado, que vamos superando.
Tengo todavía a mi madre, 93 años, con la cabeza perfectamente rigurosa. Se acuerda y recita auténticos relatos/ensayos que le contaba a ella su abuela. Me dice que se los decía un par de veces y se le quedaban. Y se le han quedado. Hasta uno de sus nietos, siendo estudiante de bachillerato, ganó un concurso en su colegio recitando una de las historias de su abuela, mi madre.
En todo este tiempo, he ganado muchos amigos, otros se han ido quedando por el camino. Algunos han desaparecido, otros todavía están pero se ha enfriado la relación. Incluso se ha perdido para siempre. Se cometen errores, omisiones, olvidos…y se pagan caros. Es triste perder amistades con las que se han compartido muchas cosas, pero la vida es así.
Hoy mismo he encontrado por Facebook a una antigua amiga de estudios, cuando ambas estudiábamos Secretariado de Dirección en aquella escuela de Claudio Coello, muy próxima al lugar donde mataron a Carrero Blanco. Éramos íntimas y compartimos muchas confidencias. Espero que me conteste y acepte mi amistad. He visto su imagen y aunque el paso de los años ha transformado su estampa, he querido reconocer su mirada picarona, su sonrisa resplandeciente, también atisbos de tristeza que se quedan impregnados en la piel y en el semblante. El sufrimiento, las frustraciones, los desengaños son sentimientos universales que nadie se libra de ellos.
He organizado una comida con algunos amigos, pocos, para celebrar el acontecimiento. Con la familia, con mi hija, con algunos de mis hermanos y sobrinos lo celebraremos una semana más tarde porque algunos no podían estar el día 3. El día 3, San Blas, se dice, que veremos las cigüeñas. Ahora no hay que esperar a esta fecha porque las cigüeñas ya no se van, se quedan y se enseñorean de las ciudades; las veo a diario en los campanarios de las iglesias, por el río Duero cruzando las aguas con alguna rama para llevar a sus nidos. Las veo, incluso, frente a los jardines de mi casa, paseándose por el césped con sus andares parsimoniosos. Desde mi cama, incluso, las veo aparearse en los nidos de la Iglesia del Carmen. El macho sobre la hembra, un minuto o algo más, después, el macho se separa y sacude sus alas y se aleja volando. La hembra se queda quieta, tranquilla y relajada.
Mi salud, pese a que han pasado 50 años desde aquél 3 de febrero es buena. Tengo, todavía, mucha vitalidad y curiosidad. Hago ejercicio, escribo. Procuro hacerlo casi a diario para no perder esta vocación literaria que Dios me dio y que no me ha abandonado nunca. Tengo proyectos que me permiten seguir adelante para que los años no me pesen demasiado.
No sabía qué escribir.
1 Comentarios
Te felicito por tener una buena pareja y por tanta vitalidad.
ResponderEliminarFelicidades de nuevo.