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De Coquimbo soy…
Comienzo
a cantar para despertar. Cantante soy de mis fracasos y mis triunfos. Vamos a
cantar hasta perder la voz. Vamos a cantar y reír. De Coquimbo soy. Me mojo la cara en el baño y me visto para salir a
caminar. Después de haber dormido en un sofá, quiero relajarme. Caminar sin
rumbo fijo por Coquimbo. Salgo a caminar
por la cintura cósmica del sur. Para no pensar tanta huevada con cabeza de
huevo. Me vendrían bien unos huevos fritos pero el refrigerador está vacío y no
me queda dinero. Walking around.
Comienza el round.
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Al
andar por el puerto veo a tipos, entre treinta y cincuenta años, vender parche curitas.
Otros piden para un pan en la puerta del supermercado. Otros están borrachos, con
una botella de plástico vacía en la mano y piden monedas a los automovilistas. Estoy
en Coquimbo. No sé hasta cuándo. Escucho la sirena de los bomberos. Anuncia la
mitad del día. Las doce y doce gaviotas en el cielo. Caminante no hay camino, se hace camino al andar. La calle Pinto
está repleta de peluquerías. Ha inaugurado hace poco una barbería dominicana.
Desde su interior se escucha merengue. Buscando
visa de cemento y cal. También sobreviven peluquerías con señoras de
estolas blancas, quienes llevan décadas en el oficio. Siempre sale de allí un
olor a tintura y laca. La misma laca que usaba mi abuela.
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Soy lo que soy, mi propia creación, mi propio destino. Me dieron ganas de
caminar para no irme por el wáter. Siempre pienso que al sentarme en la taza
del baño, saldrá de abajo un bicho mutante y me morderá el culo. Me detengo
ante una tienda de disfraces. Veo una máscara del Pato Donald. Sonríe animal. Look at me, I’m the disco duck. Disco, disco Duck. Sigo mi ruta sin
destino preciso. Los surrealistas o gente como Guy Debord hacían lo mismo.
Pasear por una ciudad hasta perderse en los festejos del azar. Tengo ganas de
estornudar y no puedo. El sol está fuerte. Es un metal amarillo y caliente que
te hace llorar por la piel. Plaza Vicuña Mackenna. Vengo cantando este guaguancó con sabor cubano. En los alrededores
está la aduana; el juzgado; el puerto con sus barcos que llegan y se van; grúas
y más grúas; contenedores oxidados; una galería de arte que no abre nunca; una
dependencia de la Armada; un monumento a Arturo Prats, desafiante con su espada
en dirección a la Parte Alta; las esculturas del hombre con paraguas y el auto
antiguo a punto de llegar al cielo; una caseta de turismo con información sobre
la ciudad; el Centro Cultural Palace y su segundo piso donde se ve en los
balcones una maniquí, vestida al estilo decimonónico, con su vista perdida
hacia el mar. Hay momentos en que todo se detiene y no pasara nada. Imágenes
congeladas pronto a derretirse. Me cansé. Tengo calor. Traigo en mis manos la buena fortuna. Me siento en un banco de la
plaza y cierro los ojos de tanta pereza. Queca,
queca que calor. Los abro después de unos segundos y miro al suelo. Veo una
hormiga que zigzaguea. No sabe hacia dónde ir. A lo mejor se dirige a un
Coquimbo hecho por piezas de Lego. Ganas de subirme a un barco e irme. Podría
llevarme la maniquí que he visto en El Palace, como amiga de viaje.
Inventaríamos teleseries para no aburrirnos. Que sean de piratas. Porque en
Coquimbo hay muchos piratas. Me han dicho que se pueden encontrar en las
Fuentes de Soda de Melgarejo. La mayoría de ellos dirá que saldrán en la
próxima entrega de Piratas del Caribe
y son grandes amigos de Johnny Deep y Javier Bardem.
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Me
aburre estar en la plaza y camino nuevamente. A unos metros, están sentados
tres haitianos. Miran sus celulares y hablan en su inconfundible créole. Menm lè m pa gen kòb ki pap voye’m ale. Hace
días me duele una muela. Iré al dentista. No tengo Isapre, ni Fonasa, ni nada.
Hay una dentista colombiana que realiza limpieza de dientes a precios muy
económicos, en su consulta privada. Dato de un familiar. Quiero que me vea la
boca. Pareceré una figura sacada de las pinturas de Bacon, abriré mis fauces ante
la lámpara de la silla odontológica y mostraré mis colmillos amarillos y
gastados. En la escupidera lloverán gotitas de sangre. Mi crucifixión bucal.
Recordaré, mientras me escarban con el explorador dental, que Bacon no era
inglés, sino irlandés al igual que Joyce, Wilde y Beckett. A Coquimbo llegaron
un montón de ingleses. Trajeron sus costumbres, arquitectura, su genética... También
llegaron franceses, italianos y alguna gente de Marte. He visto en este puerto a
varios mendigos de ojos verdes.
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…barrio inglés good
night con sus bares en verano llenos de gente terrazas en la calle la
desesperada demanda de papas fritas cerveza pisco sour por los visitantes la
música en vivo hasta se deja caer por allí cuturrufo con su grupo de jazz karaokes
con canciones de raphael luis fonsi o miriam hernández huele a peligro las
noches acá huelen a peligro a riña…
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Hace
un calor de mierda que te licua el cerebro. Veo un letrero con una imagen de
los Beatles atravesando una calle -la portada del disco Abbey Road- y la frase “Respete
al peatón”. Lleva los logos de la Municipalidad y carabineros. Los Beatles
quieren que se respete los derechos de los transeúntes. Yes, We’re going to a party, party. Los Beatles. Con su Helter Skelter influyeron satánicamente,
sin quererlo, en Charles Manson y su secta para cometer los asesinatos de 1969.
Recuerdo una foto de Román Polanski llorando a moco tendido por su Sharon Tate.
Murió hace unos meses Manson. Se fue con la mirada perdida en las garras del
cancerbero. Demasiado calor. Como si fuera el infierno. Y huele a pescado. A sal.
Veo a lo lejos una cara conocida, corre hacia mí, Giova, ex integrante de la
banda Canal Magdalena. Viene sonriendo, corre con más rapidez mientras se
acerca, me pasa la mano con prisa y me dice “es
una maratón universal”. Sólo alcanzo a responderle con un hola que no escucha.
Él sigue su ruta; posiblemente hacia las Olimpiadas Piratas. Lleva una bolsa
negra. Imagino que dentro habrá pescado, papayas o lápices porque dibuja y
pinta y lo hace fenomenal. Se pierde por la calle. Habrá tomado un colectivo.
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Yo
sigo adelante, en la mía, my way en
la versión de Sid Vicius, entre el gentío que se persigue a sí mismo y los
perros vagabundos rascándose las pulgas. Llego a una esquina donde hay una
peluquería colombiana. Un hombre gordo, moreno, camiseta que dice London, pantalones cortos de camuflaje
militar, parecido al cantante Juan Gabriel,
me ofrece cortarme el pelo con lavado incluido. No, gracias. No tengo dinero, ni nada que dar. Mi
deseo ahora es devolverme a casa para beber agua. Agua. Agua. Aguantate un
ratito please. Agua de monte, de vertiente, de Springfield, la que vende Homero Simpson en su barriga cervecera. Soy
capaz de beberme todo el mar e irme a vivir a un barco pirata lleno de lobos
marinos, gaviotas y pelícanos. Olvidarme por un momento de Coquimbo, de las
peluquerías y de la muela.
Sabadabadabadabadabadabadabada…
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