Roberto Burgos Cantor
En las cosmogonías, la Biblia, el Popol Vuh, los koguis, en algún momento esos ambiciosos relatos dan cuenta de una acción de los seres que trastorna la concepción creadora, o poética, su obediencia implícita.
La desconocida gratitud de ser, aparecer de repente, sin constancia de nada, el pasado, el tiempo y sus atropellos empiezan a existir. Tal acción podría ser un ejercicio de acto que cambia el curso de un destino todavía oculto o proclamado a medias.
No es fácil discernir qué ocurre. En el paisaje de desconcierto, la libertad no es un atributo reconocido. Apena si se formulan las primeras preguntas, se inician rutas que no tienen señales y se avanza o retrocede sin propósito. Sin identidad y sin sitio, carente de apropiaciones, se mueve. El sueño que entonces no es más que una suspensión de lo que se ve, repite imágenes.
En el remoto principio, algunos encontraron el verbo. Se rebelaron contra un orden que erigió voceros, interpretaron signos. Atravesaron mares.
A medida que el origen se perdía y su bruma devolvía los seres a la fatalidad de un porvenir que no se detendría, todo se hacía complejo, voluntades diversas, horizontes inalcanzables.
Desde entonces inventamos formas de convivir, enfrentamos enfermedades, padecimos el hambre, sufrimos subordinaciones de oprobio, construimos techos, sustituimos camellos y burros, olvidamos las incertidumbres del comienzo y creamos dioses que pudieran responder por el delirio de no sabernos.
Allí quedan los motivos de orgullo por lo que denominan el progreso. Pero no ha sido para todos. El impulso dominante del lucro nos hace excluyentes.
En medio de logros de rascacielos, automóviles que obedecen a la voz, aviones de ensueño, las nuevas funciones del vestido: la vanidad, los hospitales que atienden a quien paga, ¡ah! la vieja y gastada justicia inerme, ¿la educación?; allí el desasosiego.
Hace 100 años, en la noche, Marco Aurelio Nieto iba a su casa. En la calle cerca al telégrafo, tres sujetos lo asaltaron y le pegaron en la cara. Nieto humilde y modesto, es dependiente de la tienda de licores de Gonzalo Carrizosa. Sirve con cultura. Los periódicos protestaron. ¿Hasta dónde nos llevarán estas situaciones?
Imagen: George Grosz
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