Alcaparras en Salerno


La areola de los senos de María era color de la miel. Desde la orilla del mar veía su piel morena mezclarse con la arena blanca, ella era de Salerno, del sur, y por ahí el paso de Anibal fue seguro. Cuentan que también en las regiones del nord, varias fueron las invasiones, como el cruzar de mucha sangre. Los turcos llegaron hasta Casarsa y en Venecia desembarcaron muchos condenados de todo el Mediterráneo. El color de la piel y de los ojos estará para siempre marcado con estos felices cruces. El rubio de los nórmanos y la piel color aceitunas de Babilonia.

“El color es una mancha entre el blanco y el negro que no son colores”, escribió el Poeta Carlos Franck.

Las callejuelas de Salerno parecen atajos, son curvas para fugarse o esconderse o laberintos para seguir un hilo que lleva siempre al mar. En las paredes crecen plantines de alcaparras, todas con miles frutos que esperan algunas manos; desde los balcones hay mujeres fumando y te invitan a que coseches; los hombres tomando un vino fuerte sonríen al primer tentativo de escalada. Desde una puerta que pareció cerrada desde siempre, una señora está cantando una receta: la lubina con alcaparras y aceitunas es fabulosa, aunque a mi marido siempre y solo le gustaba que le preparara maccaroni con el pesto a la Cetarese, con alcaparras, almendras, piñones, aceitunas y anchoas, decía que solo por eso se casó conmigo. Termina el canto y se oculta en una curva. En el sur de Italia puede faltar todo menos el buen pan, el oro verde, un vino fuerte y lindas mujeres.

Ojos negros de María, Olympia morena que estremecería Manet. Le contaba historias de marinero de agua dulce, Conrad iletrado o Marco Polo sin pedigrí, todo para pasar una vacación con ella. El viaje fue en tren, aquellos años era el mejor medio de transporte, se pagaba poco o no se pagaba nada, cuando nos escondíamos en los baños al pasar del controlador de los boletos, que de hecho no habíamos comprado. Hicimos al amor también ahí, adentro de un vagón lleno de cartas y paquetes del correo, entre letras de amor y quizás, salames y mortadelas bien empaquetados, lo que hoy yo llamaría arqueología.

Cosechamos las alcaparras y cocinamos las dos cosas, la lubina con alcaparras y la pasta con el pesto a la Cetarese. Al mercado del pescado de Salerno sabores y saberes eran la misma cosa, un etimología al unísono. Capri e Ischia, toda la maravillosa costa amalfitana. Cerámicas y mar transparente, olor intenso a azufre, Amalfi y Castiellammare para los napolitanos. Una poesía de Alfonso Gatto, un relato de Matilde Serao.

Los veinte años no saben de otras cosas, una aventura amorosa, un buen plato de comida, el ocio, mentir. Un canto de las sirenas desde el imaginario del nunca jamás.



Maurizio Bagatin, julio 2022

Imágenes: 
1 Gennaro Villani, Puerto con pescadores.
2 Giovanni Zagoruiko, Paisaje con tetera, 1958

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