Cada cosa su tiempo, un tiempo para cada cosa. En cuestión de libros encontraremos a los que tuvieron un feliz debut y luego el silencio. Mientras que para otros fue desenredado el camino, no solo al reconocimiento sino a su misma lectura. En toda literatura encontraremos esta particularidad. Autores que se los leen póstumos y libros a los que se le reconocen su legibilidad a mucha distancia de su publicación.
«Cuestión de madurez», se oirá decir. Y es cierto: madurez del libro y madurez de los lectores, tiempo que va haciendo su oficio, edificando su obra. Walter Benjamin habló de “la hora de la legibilidad”, “el momento en que un acontecimiento histórico, una obra o un texto revelan su sentido y su actualidad. Si una obra pertenece al «texto», a la «lengua universal» de la humanidad, tarde o temprano llegará a la hora de su legibilidad. Es un destino inevitable que a veces puede no manifestarse durante mucho tiempo, y luego hacerlo de repente, muchos años después de la primera aparición de la obra”.
El editor Giuseppe Russo, de la editorial italiana Adelphi, lo describe así:
“Captar la hora de la legibilidad de un texto es quizás la virtud suma de un editor, en particular de un editor que concibe su actividad como un proyecto literario. Empresas editoriales enteras nacen a veces de haber agarrado la «hora de la legibilidad» de una miríada de autores ya publicados en otros lugares, y descuidados o no plenamente comprendidos en su grandeza en el momento de su primera publicación, ya que el espíritu del tiempo en su época no era capaz de hacerlo”.
Tanto tiempo de entierro para Vida y destino de Vasili Grossman, cuanto silencio rodeando a Romain Gary y cual abismo separó el ser premiado, el olvido y el repristinarse de Il male oscuro de Giuseppe Berto. Ausencia de su hora de la legibilidad que hoy nos ofrece obras y autores, El occiso de María Virginia Estenssoro, y el cinema que es en muchas oportunidades el incansable autor del desempolvo de auténticas obras de arte literarias, anteayer The sheltering sky de Paul Bowles llevada a la pantalla con Il té nel deserto por Bernardo Bertolucci, hoy Francesca Archibugi que nos abre la puerta a la lectura de La Storia de Elsa Morante.
En los últimos años he seguido las huellas y los perfumes de estas obras. Creo que existan bastante de ellas, incrustadas en el paranoico tabú del mainstream estrictamente comercial u ofuscadas por la mala tempora que sufre el arte autentico. Estas obras son las anticipadoras de una época que vendrá o las devoradoras de la misma que están viviendo. Escritura y palabra, escritura y silencio, hambrienta literatura, caníbal palabra, omnívoro silencio del lenguaje.
Intuición del editor y empatía del lector, cautivada en el momento preciso y en el lugar ideal, un fruto que ha madurado perfectamente en todas sus características organolépticas, cuando lo sensorial logra ser acompañado por el aroma, por el brillo y el color, el olor, el sabor y su textura, conduciéndonos al placer del texto.
Maurizio Bagatin
Publicado originalmente en Revista Gafe / Columna El morbo de Gutenberg
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