Por Pablo Cingolani
El gatito no quería despertar. El ruido de la lluvia y el frío se confabulaban y hasta sentías que las primeras luces se acobardaban. El rostro del gato decía una sola cosa: cúbrete con la manta y sigue durmiendo, que afuera se está cayendo el mundo. Y que nos importa. A él, puede que así sea. Pero yo pensaba en la perra, en Dana, que estaba “en afuera” y sentí un estremecimiento. La imaginaba hielito, tributo al Señor del Qoyllur Rit´i. Me enfundé en seis chamarras y fui a abrirle una puerta para que ingrese a la casa. El rugir del río era temible –ya lo conté. Lo que más te sobrecogía eran los muros blanquísimos de neblina que se alzaban sobre las montañas. Capas superpuestas de niebla y piedra volvían a la mañana, una puesta en escena alucinante. Jinetes asediando catedrales, gigantes masticando toros, mujeres en perpetua danza con la geología y el clima. Me acordé de Henry Michaux, de su poema La cordillera de los Andes, en su libro sobre Ecuador (1929), y parafraseándole exclamé para mis adentros:
Quien no ama las nubes
Que no venga a los Andes.
* * *
Es muy probable que el gatito sea una reencarnación de Michaux. Me rio con ganas mientras lo escribo. Las primeras palabras del belga cuando arribó a Quito, son memorables:
Te saludo, de todas maneras, país maldito de Ecuador.
Pero eres bien salvaje...
¡Qué encanto! Hasta allí lo había traído su amigo Gangotena, un exquisito poeta que había nacido en los Andes, con un padre hacendado y que lo había enviado a París a lo que enviaban a Francia a sus hijos, los millonarios sudamericanos de esos años. Toda su bienvenida a la ciudad del Pichincha, está tan cargada de espanto que promueve piedad:
“Allá, miren, Quito”
¿Por qué me golpeas tan fuerte, o corazón mío?
Vamos donde amigos, nos esperan.
“Quito está tras esta montaña.”
¿Pero que hay tras esta montaña?
Quito está tras esta montaña.
¿Pero qué ver tras esta montaña?
Y siempre estos indios....
Rememoro a alguna gente con la cual intenté compartir el amor por las montañas. Una vez, fui con un guardaparque de origen takana a trajinar los montes que descienden más allá de Pelechuco, un finis terrae en los Andes orientales bolivianos. Fuimos con un equipo citadino de producción de imagen. De este sector que refiero, ya se habían también escrito alusiones espantosas: “montañas cerradas e inmensas, que no se han podido desentrañar de parte alguna de estos distritos”, había anotado en su Relación histórico geográfica de 1789, el subdelegado del partido de Apolobamba Josef de Santa Cruz y Villavicencio, el padre del futuro adalid de la Confederación Peruano-Boliviana. Fawcett, el gran Fawcett que ahora canonizará Brad Pitt con su película, dejó caer como si nada en sus memorias, su impresión de un viaje que efectuó en 1911: “De todos los caminos espeluznantes que yo encontré en los Andes bolivianos, el de Queara a Mojos es el peor”. Bueno, la cosa, es que por ese trayecto íbamos andando. Y era muy duro. Entonces, al tercer o cuarto día de travesía, se escuchó por enésima vez, la pregunta de Michaux: ¿Pero que hay tras esta montaña? El takana, que no conocía la ruta, y que también estaba sufriendo los estragos de la caminata, esta vez le contestó:
—Otra montaña—le dijo con la suavidad de un aleteo de mariposa.
—¿Otra montaña?—el fotógrafo se desesperaba. Tal vez hubiese querido escuchar que tras esa montaña, se hubiese levantado una estación de lanzamiento de cohetes de la NASA, y a lo mejor, a su lado, un bar estilo Nashville para sus trabajadores y algunos astronautas que pudiesen haberse encariñado con la comarca.
—Sí, otra montaña—. El takana, Benito se llamaba -yo lo había bautizado Queequeg, ya que el déjà vu con el arponero era inevitable-, ya volaba como un colibrí en picada rumbo a la flor más bonita de todas— y otra montaña, y otra, así hasta que se acaben…, remarcó para terminar de apaciguar las aguas.
Eso es tener claro el mapa mental. Eso es tener claro el plan divino. El gatito sigue durmiendo a pesar del tumulto del río. Ha dejado de llover y la niebla se ha ido, y el seguirá feliz con los ojos bien cerrados hasta que el hambre lo haga desperezarse y maullarme para que le de comida. Eso también es tener claro el mapa mental. Eso también es tener claro el plan divino. El gatito, en verdad, es parte del plan divino. Es el plan divino, por eso no acepto ninguna crueldad contra ellos.
* * *
Vuelvo a Michaux. Su poema sobre la cordillera es un límite. El no quiere abrirse:
El sol es negro y no tiene acogida.
Un sol venido desde dentro.
No le interesan las plantas.
Es una tierra volcánica.
¡Desnudo! Y las casas negras debajo,
Le dejan toda su desnudez,
La desnudez negra de lo malo.
¡Oh, yo he padecido con aquellos que he visto padecer! (Shakespeare: La Tempestad). ¡Qué lindo sería que a todos nos ilumine un sol venido desde dentro y que la conciencia mágica de ser totalmente nosotros mismos, de estar totalmente en nosotros mismos, se abra paso frente a toda la oscuridad que nos rodea, que nos va rodeando! ¡Qué bello que a una montaña, le sigue otra, y otra, porque de aquí somos y, en el fondo yo lo sé, no quisiéramos nunca dejar de serlo! Yo también sé que es duro ser de aquí, pero estoy convencido que más duro sería no serlo.
Por una rendija del cielo, acaba de salir el sol… en algunos lugares de los Andes, son días de celebración a la Illa Ispalla, a la diversidad de la naturaleza.
Pablo Cingolani
Río Abajo, 25 de diciembre de 2010
Imagen: Cordillera de Apolobamba, Bolivia.
4 Comentarios
El gatito sintió sobre su pelaje la caricia brusca de Michaux o la delirante tempestad de Shakespeare. Cae la lluvia sobre nuestras cabezas a través de tu relato, Pablo Cingolani, y seguimos evocando y abriendo un sinfín de ventanas.
ResponderEliminarSiento tanta admiración por Michaux como por las montañas andinas, pese a que nunca he escalado una. Tan sólo he llegado a los faldeos y a marearme con sus picos puntiagudos que ensombrecen el cielo y nos dejan sin horizontes.
Leerte es definitivamente una experiencia sensorial deslumbrante, Pablo.
Dejo como obsequio uno de mis poemas favoritos de Michaux, "Yo remo":
Maldije tu frente tu vientre tu vida
maldije las calles que tu andar enfila
los objetos que tu mano aprehende
maldije el interior de tus sueños
Puse una charco en tu ojo que ya no ve
un insecto en tu oreja que ya no oye
una esponja en tu cerebro que ya no comprende
Te enfrié en el alma de tu cuerpo
te congelé en tu vida profunda
el aire que respiras te sofoca
el aire que respiras tiene un olor a sótano
es un aire ya espirado que fue desechado las hienas
el estiércol de ese aire ya nadie lo puede respirar
Tu piel está toda húmeda
tu piel suda el sudor del gran miedo
tus axilas exhalan a lo lejos un olor a cripta
Los animales de detienen cuando pasas
los perros aúllan por la noche, con la cabeza
enderezada hacia tu casa
no puedes huir
no te llega ni siquiera una fuerza de hormiga a la
punta del pie
tu cansancio hace tronco de plomo en tu cuerpo
tu cansancio es una larga caravana
tu cansancio llega hasta el país de Nan
tu cansancio es inexpresable
Tu boca te muerde
tus uñas te arañan
ya no es más tuya tu mujer
ya no es más tuyo tu hermano
la planta de tu pie es mordida por una serpiente
furiosa
Han babeado sobre tu progenitura
han babeado sobre la risa de tu hijita
han babeado frente al rostro de tu morada
El mundo se aleja de ti
Yo remo
remo
remo contra tu vida
remo
me multiplico en remeros innumerables
para remar más fuertemente contra ti
Caes en lo vago
careces de soplo
te fatigas ante el menor esfuerzo
Yo remo
remo
remo
Te vas, ebrio, atado a la cola de un mulo
la ebriedad como un enorme parasol que oscurece
el cielo
y junta las moscas
la ebriedad vertiginosa de los canales semicirculares
comienzo mal atendido de la hemiplejía
la ebriedad no te abandona ya
te tumba a la izquierda
te tumba a la derecha
te tumba sobre el suelo pedregoso del camino
Yo remo
remo
remo contra tus días
En la casa del sufrimiento entras
Yo remo
remo
sobre una faja negra se inscriben tus acciones
sobre el enorme ojo blanco de un caballo bizco
rueda tu por venir
YO REMO
Lo bueno es que dejaste entrar a Dana.
ResponderEliminarLa lluvia, la niebla y las ventoleras suelen traer de visita a los poetas. En mi caso, me visitaba Pound y Borges, y los recibía con mate aguardentoso.
Poderoso relato, amigo Cingolani.
Me he tardado en dejar un mensaje, me di la oportunidad de releerlo y cada vez me pareció encantador. Me agrada siempre el uso de la intertextualidad, el sabor que deja en la boca cuando se mezclan citas literarias con paisajes tan vívidos. Francamente, una delicia.
ResponderEliminarHas desencadenado comentarios que iluminan más tu escrito. Intertextualidad y rica erudición, dice Lylimeth; una experiencia sensorial deslumbrante, dice María Paz; una visita de los dioses seculares de nuestra literatura invocados por el aguardiente y el mate, Muzam dixit. El camino de Queara es vertiginoso y salteado de picos enigmáticos desde los que acechan Michaux, Fawcett, Gangotena o cualquier otro condenado a los Andes del sol interno, volcánico, negro, el sol de William Blake en su alarido del final de los tiempos. Hay una serie de viajeros que pasan por tu relato como ondas de La Tempestad shakesperiana. A nivel más hondo, hay una tempestad y una mirada aymará que se extiende hasta donde alcanza ver, tratando de recordar o adivinar el origen lacustre entre el paisaje que lo niega: "y y otra montaña, y otra, así hasta que se acaben…, remarcó para terminar de apaciguar las aguas".
ResponderEliminarUn abrazo que baje por el espinazo de los Andes. Mariaeu