JESÚS CHAMALI -.
Cuando yo hice la primera comunión,en 1969, nos tomábamos muy en serio el tema, y más en una casa como la mía, donde las cosas de la religión eran sagradas, si me permiten expresarlo así.
Mi madre era de misa diaria y yo la acompañaba antes de entrar a estudiar en el Claret, y ya una vez dentro, todos los jueves había misa. Además, con un seminarista en la familia, claretiano por más señas, rezo diario del rosario, del Ángelus y de la letanía, lectura obligatoria de la Biblia y otras lecturas piadosas...
¡Cómo no me iba a tomar la religión en serio!
Lo que pasa es que yo siempre he sido de buscar cinco pies al gato, y en la España del General Franco y en el seno de una familia católica, apostólica y romana eso no estaba nada bien visto, así que esa costumbre de meterme en camisas de once varas acabó por pasarme factura.
Recuerdo la catequesis. Éramos pocos. Unos quince niños. Sólo niños. La moda de mezclar niños y niñas vino mucho después, me temo. O al menos en el Claret no se usaba. La catequesis era esencialmente enseñarnos a rezar, y claro, yo allí jugaba con ventaja. Los padrenuestros, avemarías, rosarios (con sus quince misterios, no se crean), y el acto de contrición me lo sabía de carrerilla. El Credo se me atravesó un poco, pero nada. Dos o tres días y ya.
Yo, lo que de verdad quería era probar la hostia. Bueno, eso, y vestir de Almirante de la Armada, que ya le habían echado el ojo al traje que iba a llevar. Pero lo de la Hostia me tenía intrigado. ¡Cinco años acompañado a mi madre a diario a comulgar, viendo cómo sacaba la lengua al cura y a éste depositar en ella ese cartoncito blanco y redondo, y ahora, por fin iba a saber a qué sabía!
Aquello me tenía trastornado. Primero porque me decían que sacar la lengua era feo, y todos se la sacaban al cura. ¡Y nada menos que para recibir a Dios! Y encima no se podía hacer de otra manera.
Lo de poner la mano tuvo que esperar veinticinco años más para verse. Y además, cada vez que le preguntaba a mi madre a qué sabía "aquello" me llevaba un coscorrón, porque "aquello" era Dios y esa no era forma de referirme a Nuestro Señor, así que se me quitaban las ganas de volver a preguntar, pero no la intriga.
¡Pero por fin iba a poder probar el cartoncito por mí mismo!
El Padre Vidales, superior de la orden Claretiana en esta zona, era el encargado de darnos la comunión. Pero antes había que pasar por dos trámites ineludibles: comprobar que sabíamos sacar la lengua, porque si se nos caía la Hostia consagrada en el momento de la comunión era una afrenta al niño Jesús.
¡Ya está!
A mí se me paró el corazón. Ya me vi con la Hostia por los suelos y me dio tal vahído que el que acabó por los suelos fui yo. Ellos lo achacaron al calor de la sacristía y yo jamás me atreví a decir otra cosa, pero lo cierto es que el pánico a ofender a Dios y al ridículo me atenazó y tuvieron que sacarme, con lo que lo de la falsa comunión fue un trámite por el que, en realidad, no pasé. Supongo que dieron por sentado que siendo quién era y de la familia de la que venía, era un trámite prescindible. ¡Ilusos!
Del segundo trámite ni Dios me libró.
Era la confesión previa de los pecados de toooooda una vida. La verdad es que no tenía ni idea de qué decirle al sacerdote. ¿Cómo puede tener pecados un niño de siete años, por el amor de Dios? Y más aún de los de aquella época. Y más aún yo, que era el súmmum de la ingenuidad. ¡Pero claro, el cura se empeñó en que tenía que tener pecados, y vaya si los encontró! No confesé que había matado a Kennedy, porque no me lo preguntó. Pero quedó claro que lo de oler la ropa de las mujeres y verlas como se desvestían era pecado. ¡Y grave!
Daba igual que mi padre dijera que aquello era de machotes, mirándome con orgullo. Era pecado y punto. Lo decía él, que era el representante de Dios en la tierra.
La verdad es que el representante de Dios en la tierra olía a tabaco negro del fuerte y a coñac del malo con café, pero si él lo decía...
Luego se empeñó en saber si me tocaba (¿Si me tocaba qué?) Si robaba o mentía o si tomaba el nombre de Dios en vano. Yo ni siquiera sabía el significado da la mayoría de las preguntas que me hacía, así que fui contestando a voleo. El caso es que me cayeron diez padres nuestros, diez avemarías y un credo. ¡Pedazo de penitencia para un niño de siete años! El Lute de la primera comunión, vamos.
La noche anterior ni pude dormir. Mi madre colgó el traje frente a mi cama. Yo, cada vez que cerraba los ojos me veía dejando caer la Hostia y al cura metiéndome una penitencia de campeonato, así que a la mañana siguiente me levanté con jaqueca, de manera que lo que se suponía iba a ser "el día más feliz de mi vida" fue toda una tortura. Así salgo en las fotos, con cara de cabreo, serio dentro de mi uniforme de almirante.
En fin, al final todo salió bien y ese día, salvo la eterna discusión entre mis hermanos mayores y mis padres, y que mi hermano Juan no apareció, pasó sin más estropicio.
4 Comentarios
Que divertido eres, Jesus. Mi padre era catolico hasta el tuetano, mi madre no. Asi que entre los dos decidieron maduramente, que sus hijos adoptariamos cualquiera de las dos posturas a su debido tiempo. Claro que al debido tiempo todos nos hemos revelado como no creyentes o ateos. Mi primera comunion fue linda, con vestido blanco y velito. Que raro eso de vestir de novias a las niñas. Manias tan locas.
ResponderEliminarY la hostia...sabe a hostia ¡¡
Jesús, cómo me suenan todas esas historias de aquéllos días -decían- los más felices de nuestras vidas.
ResponderEliminarPor casualidad yo tengo un tío, hermano de mi padre, claretiano también, y él me administró, junto a dos primitos, la primera comunión. No te imaginas qué día. Yo subiendo por la empinada cuesta que conducía al pueblo de mi padre, distante de donde yo vivìa un kiómetro, vestidita de blanco y todos los niños de la escuela, en dos filas, a mi lado, yo en el medio y en la cabecera de la fila. Nunca me sentì tan protagonista, ni tan tonta también. Aquello fue sublime. Y después vendría la comida en casa de mis abuelos, con mis tíos y mis primos y todo el pueblo, porque mi tío cantaba misa al mismo tiempo. Fue algo increíble.
Yo también me quedaba embobada viendo a la gente abrir la boca al comulgar y también tuve, como tú, una gran curiosidad por probar la hostia, que no sabía casi a nada, sino a una cosa sin pecado, como pecado original.
Hay que reconocer que fue una época donde crecimos creyendo muchas tonterías, pero eran bonitas. Ahora como Lylimeth, me he hecho bastante atea. Mi dios viaja conmigo. Bueno, ya hemos escrito del tema.
Un beso.
Qué tiempos aquellos.. Mi comunión fue en los 90's. A pesar de los añitos que hay en medio no difiere tanto de lo que nos contás. Tengo en mi haber unos cuantos rezos y cruzaban por mi mente inquietudes muy parecidas. Recuerdo que nuestro párroco tenía por costumbre arrancarse la barba con los dedos mientras nos confesaba. Antes de nuestra sesión programada de confesiones nos reuniamos a planear nuestros pecados para provocar el castigo más alto y el que ganaba se llevaba una merienda de regalo. Por esos tiempos eramos unos cuantos los que no nos tomabamos en serio esas cosas.. Tenés razón, qué pecados se pueden tener a edades tan tempranas. Daba para la travesura.
ResponderEliminarUn detalle: a nosotros nos prohibían sacar la lengua y sólo en contadas ocasiones se lo recibe en la mano, lo habitual es hacer un arquito con la lengua y abri bien la boca para que el sacerdote lo ponga adentro. El que sacaba la lengua recibía por castigo pararse ante un tribunal de santos en un ala de la iglesia el tiempo que duraban los recreos.. Vaya castigo! Te pasabas el resto del día con un hambre feroz!!
Gracias por compartir, un abrazo.
Inteligente, tierno y divertido relato, amigo Chamali. Muchas técnicas narrativas desplegadas con solvencia.
ResponderEliminarPor cierto, ¿a qué sabe la hostia? No tuve la oportunidad de comprobarlo porque me volví ateo a los doce años.
Y otra pregunta, ¿hostia es también una forma de grosería en españa?
Un abrazo amigo.