LILYMETH MENA -.
Sentada en mi escritorio con mi gato sobre las piernas, me vienen a la mente todas las personas que he conocido. Muchas de ellas poseedoras de una gran meticulosidad y pasión, dignas de elogio. Me refiero en concreto a los coleccionistas. He vivido rodeada de ardillas y hámsters coleccionadores, atiborradores de sus arcas y cachetes, durante toda mi vida.
En casa de mi madre se conservan aun los cientos de libros de mi padre y sus lp`s; mezclados de una extraña manera con la colección mas grande y vasta que conozco hasta ahora, de comics, manga japonés, figurillas y acetatos de mi hermano Marco. Curiosamente la otra mitad de la pequeña casita parece juguetería, entre muñecas y monos de peluche de mi madre.
Me atrevo a reconocer no sin algún rubor, que a ratos me ataca a mí también la melancolía. Yo en algún momento también tuve mi lado almacenador. Afortunadamente no nos toleramos mucho, ni ella a mi, ni yo a ella. Y sus ataques me duran bien poco.
A mi me tienen totalmente sin cuidado cosas como las pantallas planas, teléfonos touch, ipods, el cabello entintado de un tono ridículo para una mestiza como yo, la ropa de marca o el X box.
No tengo ya ninguna prenda de oro o brillantes que me haya obsequiado mi ex, porque en ese aspecto, lo material que antes adoraba, ahora me repugna. Los muebles que tengo en casa son todos viejos pero cumplen su propósito. No requiero más.
Sin embargo, hoy he tenido que desprenderme de algo que si se me permite expresar en semejantes palabras, me ha dolido dejarlo ir. La única vez que sentí algo parecido fue cuando tuve que vender mi auto. Mi hermoso deportivo azul metálico con rines de magnesio y caja para diez cd`s. Nada en el mundo me hacía tan feliz como correr un domingo en la mañana sobre la costera, detrás de mis polarizados, con el mar azul a un costado.
Yo no sé si sea realmente posible depositar algún afecto en los objetos, o si se trate de pura vanidad.
Esta semana debido a diversas circunstancias he tenido que vender algunos objetos que tenía por preciados; no quizá por su valor real, sino por meras apreciaciones personales. Hoy fue el turno de mi máquina de coser antigua. Una preciosidad de los años veinte que funcionaba con una manilla a la que se tenía que dar vuelta manualmente. Hace unos días fue una de mis cámaras fotográficas de 35mm. Y aun queda anunciada en mercado libre mi guitarra.
Objetos ahora por demás inútiles en mis manos y que guardados de una manera avara, a largo plazo terminarían inservibles y empolvados por que nadie sino yo los valoraba. Objetos en los que no solía detener mi vista a menudo, pero que al saberlas por ahí en algún rincón, me daban una especie de sentido de identidad, de pertenencia.
Como si existiera una especie de secreto entre el objeto y yo, como el recuerdo de un romance vivido hace muchos años, algo mío, guardado en un lugar intocable.
Al desprenderme de estos objetos que eran lo único que me ataba a una parte de mi “yo viejo”, además de los recuerdos que ya comienzo a olvidar; me preocupa un poco el vacío que ha quedado. Imposible de llenar con un dispositivo Bluetooth o el internet inalámbrico.
Me parece que va siendo hora de dejar mi espíritu de ardilla y la maldita melancolía en algún otro lado.
6 Comentarios
Por mi experiencia Lilymeth, cuando nos tenemos que desprender de un objeto que es depositario de recuerdos de historias vividas o de emociones sentidas, es en cierta manera como acercarnos más a la muerte que provoca el olvido.
ResponderEliminarYo, por diversas circunstancias, también he tenido que desprenderme de objetos que tal vez eran perfectamente inútiles en cuanto a su funcionalidad y perfectamente prescindibles en cuanto a su importancia como tales, pero que por una u otra razón atesoraban en ellos recuerdos, y para mi eran como el olor del pan caliente: no me podía alimentar con él pero su existencia me traía a la memoria el sabor y la textura del pan. De la misma manera, la existencia del objeto en sí no era ni la persona o el momento que lo ocasionó, pero sin duda poder verlo, tocarlo u olerlo me transportaba directamente a ese momento o junto a la persona en cuestión.
Siempre tus relatos están tan llenos de sentimientos y emociones que leerlos es al mismo tiempo un placer y una llamada al corazón.
Gracias por ello, Lilymeth.
Divertido y tierno. Te entiendo porque no puedo deshacerme de la ropa de mi bebé. Todos me critican y me tienen por mesquina pero mi apego ella tiene otro significado: mi amor y mis deseos que se detenga el tiempo.
ResponderEliminarSaludos.
Yo tuve eso! Lo digo como quien dice haber tenido una enfermedad clásica de la infancia como la varicela. En mi afán de recordar y captar ciertos detalles de mi vida tuve la compulsión por guardar cosas con demasiado cariño.. un tiempo fueron almanaques con imagenes de paisajes, otros recortes de revistas con información turística para mis viajes imaginarios, luego llegaron los comics y le siguieron cds con series televisivas bizarras, también junté toneladas de revistas de historia e infantiles. Todo estaba catalogado y ordenado, tenía un baúl con recuerdos donde había envoltorios de golosinas hoy desaparecidas, las felicitaciones de la maestra, muchas fotos, cartas de mis mejores amigas, figuritas que les ganaba en apuestas a mis compañeros y muchas cosas más.. Cuando tuve que dejar mi casa y la provincia donde me crié para trasladarme al otro extremo del país el sentimiento de pérdida fue tan grande que todo lo otro perdió valor porque hubiera querido llevarme mi perra, los tres árboles del jardín y las piedras viajeras de mi papá.. Lo dejé todo y me llevé mis recuerdos. Después de aquello no volví a coleccionar nada material, contrariamente siento total desapego por todo cuanto tengo incluso mi nueva casa y su jardín.
ResponderEliminarGracias por permitirme el recuerdo que es hoy mi único bien (¿o será mal?). Un abrazo Lilymeth!
No podía ser más certera tu apreciación sobre el dolor del desprendimiento material, querida Lilymeth.
ResponderEliminarMe inclino a pensar que tal sentimiento es ampliamente compartido y lo único que cambia son los objetos que atesoramos, otorgándoles un margen de nuestra propia vida.
Por distintas circunstancias, en mi vida me he debido despojar de innumerables cosas, algunas muy queridas, que me han dejado una sensación de vacío inmensa. Sin embargo, a poco andar todo ese dolor pasa, muy diferente a cuando perdemos personas, porque ese dolor no se pasa nunca.
Hoy sólo me aferro con fuerzas a mis libros, porque siento, o me gusta sentirlo así, que las principales luminarias de la historia me acompañan amigablemente en el mismo cuarto y podemos dialogar diariamente, si así lo deseo.
Como siempre, tus escritos son escudriñadores del alma, autoanalíticos, profundos en lo que concierne a la búsqueda del sentido de nuestros pasos, deshojados casi siempre, por cuanto lo que se encuentra tras la escarbadura es un preámbulo del vacío.
Notable, Lilymeth.
No pasa nada. Nunca pasa nada, aunque que presagiáramos una gran tristeza, cuando nos desembarazamos de cosas. Sólo son cosas. Hace un año pensé que cuando el nuevo dueño cortara los árboles que yo planté, en el que era mi jardín hasta entonces y que aún veo desde mis ventanas, hace dieciséis años, moriría de pena. No ha sido así. Me entristeció, pero no tanto.
ResponderEliminarEs más, creo que es bueno desprenderse de las cosas.
¿Habrá espacio y tiempo para una nueva Lilymeth ya sea motorizada, costurera o fotógrafa? Uno nunca sabe.
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