GABRIEL PRACH -.
Sucede que acá no hay lo que busco y me resulta a lo menos inquietante suponer que no pueda hallarlo. He caminado esperanzado, haciendo lo posible por estar en calma, a veces neurótico, como quien intuye que las cosas no están bien ni aquí, ni en mi casa, ni en ninguna parte de este maldito país. He recorrido desde la primera calle, ¿cómo es que se llama?, ¿Independencia, Libertad, República?. El caso es que empecé por allí y llamé y pregunté y nadie tenía. Les hablé del aviso en la radio que también pasan por televisión, aquel susodicho comercial con la hilera de hormigas y los gritos alarmantes, casi desesperados, de una mujer sentada en el piso con un niño en brazos, pero nadie lo había visto o escuchado.
Bajé entonces la calle angosta y larga que se retuerce como una víbora al pasar frente a un grupo de árboles y que desemboca en una vieja iglesia. Esa de la rotonda decorada con las cuatro animitas, una al lado de la otra y sin ningún nombre que las identifique. Animitas anónimas pintadas de blanco; y llegué acá abajo caminando y pregunté de nuevo. Lo hice en la casa aquella que todos conocen por lo bien provista que se encuentra en su interior, pero que por fuera se cae de vieja. La casa prohibida, y me atendió el joven que llamaron dealer en el diario local una vez que hubo una redada, (las mismas que generalmente no arrojan muchos resultados), y estaba apoyado en el muro haciéndose un cigarrillo con una hoja de Biblia, que con eso quedan santificados creo yo, y medio burlesco me respondió que no tenia, más me ofreció de otras hierbas y polvos que tenía en liquidación, pero que yo no necesitaba. Ya se sabe cómo son los que negocian, siempre metiéndonos cosas a la fuerza, todo porque el porcentaje que ganan es bueno. Me subí entonces a una liebre, cosa que suena fantástica, casi mitológica, pero las liebres acá son taxibuses, vehículos de la locomoción colectiva, que la verdad de las cosas, son una verdadera mierda. Y me vine preguntando a algunos pasajeros y éstos creyeron que yo era cantor callejero y depositaron algunas monedas en mis manos, sin embargo no me contestaron.
Me bajé luego en la parada ocho, que no tiene nombre, solo número, porque nadie la ha bautizado y que está al lado de un banco y en frente de una farmacia. Pensé por un instante en preguntarles, pero estaban llenos. ¿Será por el verano?. La gente se agolpa en estos sitios buscando remedios para sus males, pero es difícil que un crédito o un fármaco mejore el estado crítico de las cosas, pero continúan vociferando frente al mostrador ignorantes de su desdicha.
Dirijo mis pasos a continuación hacia la vereda oeste, cruzando por el paso peatonal o de cebra que le decía mi niña cuando era chica y no es para la risa, pero más de alguna vez me preguntó que tenían que ver las africanas bestias con aquel lugar y yo sonreía con su inocencia, que sí que lo era pese a que tenia trece, es que antes era diferente me advierte como siempre mi abuela y yo le encuentro toda la razón. Ayer en la tarde una chica de doce le ofreció a mi vecino, tipo viejo que maneja un taxi, que se lo chupaba por tres mil. Lo peor de todo es que no aceptó sólo por que encontró el precio muy alto. Estoy en mis elucubraciones profundas cuando a la vuelta de la esquina me encuentro con Flavio y su perro amigo. Bromea acerca de la noche anterior y de no se qué apuesta. El perro mueve la cola rastreramente y se sonríe y yo no me acuerdo de nada, apenas me acuerdo de quién es y de que alguna vez fuimos amigos, pero ya no lo somos, así es que me despido de ambos y prometo volvernos a ver, (cosa que de seguro no haré), y me alejo por la curva. Flavio se marcha en dirección contraria, se va discutiendo con su perro amigo, que anda con él para todas partes y que se le quiere parecer, pero que jamás lo conseguirá.
Pregunté entonces en el volteadero de tercera, que así es como le dicen al motel rasca de la esquina, el de la calle que atraviesa hacia el norte y que tiene un letrero de luces llamativas y una puerta trasera oculta entre unas enredaderas que se enroscan hasta el inicio de la ventana. Me atendió una mujer de edad indefinible, de rostro adusto y cansado. Apenas le mencioné a lo que venía, me echó a garabato limpio, aunque dudo que éstos lo puedan ser, limpios me refiero.
Se me ocurrió llamar a mi hermana mayor, pues recordé que tenía uno la semana pasada, pero no había señal. La comunicación hoy en día es una mierda me dice un amigo estudiante. Tiene razón, especialmente con mi teléfono.
Decidido a hacer otro intento, me fui directo al colegio de mi hijo y le pregunté a la maestra de historia y no me dijo nada, ni siquiera me miró, no quiso, no le dio la gana abrir la boca, aunque la tenía llena de algo y ya se sabe cómo son las profesoras cuando toman café u otras cosas, que el desayuno fue escaso y el café prepara la neura para soportar a las bestias de estudiantes de hoy en día ¿o alguno de uds. piensa que no lo son?
Después me dirigí al edificio público, con sus bruñidos pasamanos de bronce y vidrios relucientes como espejos. Le hablé a la secretaria de informaciones. Le pedí me informara en donde encontrar uno, todo con mucho respeto, sin embargo la joven mujer, porque era joven y por ciertos gestos inequívocos, supuse insatisfecha, no se en qué sentido, pero en más de alguno era seguro. Lo presentí en la forma en que arqueó la ceja izquierda y en el mohín caprichoso de su boca. Quizá sea otra de aquellas que dice el viejo de mi padre, que de mujeres si sabe, una flacucha idiota, compulsiva y anorgásmica. Pero he de suponer que su absoluta falta de atención obedece a su estado intrínseco de ser mujer y pasar por esa especie de vorágine mensual de hormonas que la afecta, y no es que sea machista, más bien soy un tipo realista que se da cuenta que igual nos tienen jodidos, (a veces demasiado). El asunto es que me rechaza sin contemplaciones y me dice que no hay lo que busco mirando hacia otra parte y tomando el teléfono en su mano, aunque sé bien que no habla con nadie.
Me voy luego hacia enfrente, que allí está la alcaldía y es muy probable que ellos tengan o me consigan, que para eso son buenos y que si tengo suerte me encuentro un conocido que puede que me mueva, maneje u obtenga lo que busco. Aquí con suerte y con un amigo se consigue de todo. Entonces llego y me voy a la oficina de asuntos públicos, que como tal, está repleta de éstos. Comento en voz alta que larga está la cola y escucho decir la fila a un joven que me corrige y que mira insistentemente el cierre de mi pantalón. Llegado al fin mi turno, la mujer de voz en off y ademanes sincrónicos y autómatas me asegura que me equivoqué de ventanilla y me envía al segundo piso, que es allí adonde debí ir al principio, pero al llegar descubro que la ventanilla está cerrada y le pregunto a un funcionario que pasa y que parece que funciona mal, como que muy alterado y me dice que la atención es a horas determinadas y no a la que a mi se me ocurra.
Defraudado entonces, me marcho de aquel sitio y camino por la costanera hasta que bajo a la playa y le pregunto por si acaso a dos turistas que parece que como que acampaban en el lugar porque vi una frazada tirada en un rincón y un par de ollas negras las pobres por el fuego, y también un chuico, que ya no hay de esos, mas bien una garrafa llena vino, porque el agua la tenían en botellas y un montón de otros cachivaches, que llegué a pensar que estarían por bastante tiempo. Pero no eran tal cosa, pues venían a machetear, matutear y hasta a putear, según confesó la mujer turista cuando me ofreció su atento servicio, más no era lo que estaba buscando. Seguí de nuevo caminando por la costa hacia el sur, hasta el hotel aquel, que tiene más de alguna estrella y vidrios polarizados y como que una gran piscina casi pegadita al mar, con palmeras tropicales y aunque esas no son naturalmente de aquí, pero artificialmente si están. Y el hombre de la entrada preguntó primero que yo que a quién buscaba y en qué piso y fue aquí que el hombre enrojeció hasta la raíz del pelo cuando le hice mi pregunta y envió a dos jardineros, que pensé que eran tal, pues se encontraban medio ocultos entre los árboles. Me cogieron ellos de ambos brazos y me invitaron a abandonar el lugar, previa feroz patada en medio de mis enflaquecidas nalgas y otra sarta de insultos gratuitos.
Luego de toda esta desilusionante búsqueda, decidí darme por vencido y volver a casa, cansado de buscar lo que nadie tenia y que parece no querían tener. Volví con la moral por el suelo, podría decirse que hasta un poco triste, porque los caminos siempre son los mismos y cada vez repetimos el transitar por ellos, como oliendo el rastro que alguien nos dejo, como una huella indeleble marcando el mismo destino que no va a cambiar, porque así están las cosas. Salir a buscar cada día con la ilusión debilitada, buscar en las miradas, en el olor del aire, en lo ardiente del cemento, el milagro inesperado que no llega, ¿para qué? Y le conté a mi mujer y ella dijo que no importaba, que no fuera tonto, y siempre dice lo mismo. Y todo sigue igual.
8 Comentarios
Sardónico, mañoso, transitando con la voz de su conciencia cuesta arriba, y buscando ¿qué importa qué? Al final, lo relevante no se encontrará nunca. Una vez más es un orgullo encontrarnos con la inconfundible voz de Gabriel Prach.
ResponderEliminarEl fragmento final, tal como la mirada radiográfica que efectúa a sus casuales interlocutores es simplemente de antología.
Soberbio, amigo Prach.
Muy original señor Prach. Me devané los sesos intentando adivinar el motivo de esa búsqueda y no logré respuesta, por lo que concluí que usted no buscaba nada más que a sí mismo. Pensé en que buscaba afecto, coherencia, sexo, incluso droga, pero no me convencieron esas respuestas. Su relato es magistral.
ResponderEliminarRecomiendo golpear las puertas de un bar o un prostíbulo barato señor Prach. Allí encontrará la hermandad de los incomprendidos.
ResponderEliminarExcelente, profundo, jocoso, laberíntico.
Brillante! Gracias por compartir el paseo ¿Me puedo ir con vos? Ah! Qué ganas de ser hormiga y mejor de no ser yo y ser cualquiero otro ser. Siempre me gustó mirar las hormigas y creo que no me disgustaría ser una, a estas alturas creo que morir de un pizotón de algún fulano que no repare en mi no sería una mala forma de dejar de estar acá.. hay tantas formas feas de morir últimamente como de existir.
ResponderEliminarMe encantó Gabriel- Saludos y perdón por el pesimismo de este martes gris, lluviosos y terriblemente frío..
Muchas gracias por sus comentarios.
ResponderEliminarLorena: Todos tenemos esos Martes. Mi consejo? Apretar los dientes y seguir adelante. Siempre hay luz al final del tunel, (la mía se ve por allá a la vuelta...)
Ashraf: Quizá pasé demasiado tiempo rondando esos sitios y me volví un incomprendido, (ahora trato que me entiendan a toda costa que queda poco tiempo, si es que los tipos que hicieron la biblia tienen razón)
Maria Paz: Es cierto, como los u2, aún no encuentro lo que ando buscando y quizá sea yo.
Jorge: Como siempre, muchas gracias por tus amables palabras.
ME ENCANTÓ!!!!!!
ResponderEliminarMientras realizaba actividades que poco tienen que ver con la literatura (aunque ciertamente todo tiene que ver con la literatura, tal como con la historia, la filosofía, la política, la matemática y hasta la música) recordé este texto, y me recriminé por no haberle hecho una lectura literal. ¿Y si realmente estaba hablando del deambular de una hormiga? me espeté. Luego, al releerlo, reconsideré lo pensado, pues difícilmente se le puede dar una patada en las nalgas a una hormiga. Aunque no es imposible.
ResponderEliminarCuántas veces nos parece que cuando intentamos avanzar en la vida a pasos a gigantados nos damos cuenta que en realidad vamos a paso de hormiga?! Sentirse tan pequeño es horrible, pero ocurre cuando nos topamos con las miles de trabas que pone el sistema al avance real de nuestros proyectos o ideas más elaboradas. De ese modo acabamos trabajando como estos insectos para llevar nuestro alimento a casa y sobrevivir. Ultimamente los pasos que da la humanidad, lejos de ser gigantes como cuando pisamos la luna, son minúsculos como los de una hormiguita.
ResponderEliminarMis respetos, sr. Prach, admiro su forma de expresar la frustración. Gracias por sus interesantes textos.