ROBERTO ÁLVAREZ QUIÑONES -.
—No tengo idea de quién eres, pero me parece que estás buenísssima—, le responde Alberto mientras le aprieta suavemente un brazo a su enigmática interlocutora encapuchada, de la que sale una vocecita fingida de pepilla loca, tan chillona que resulta casi ininteligible.
No es ésta una escena inusual. Ocurre por doquier en una de las más sensacionales temporadas de fiestas callejeras que pueda imaginarse desde que 400 años atrás llegaron a su adultez las divertidas “carnestolendas” —celebraciones religiosas que terminaban en fiestas populares— en La Habana adolescente de 1585.
Para comprobarlo, montémonos en la máquina de Herbert G. Welles y aterricemos en Ciego, en mayo de… 1957, en cualquiera de las 45 noches (récord nacional “all time”) del Carnaval de las Flores, así llamado por celebrarse en mayo y abril .
Como expresión del entusiasmo popular que va de la mano con la pujanza económica avileña, en esta tercera edición carnavalesca floreada toda la ciudad se viste de fiesta. Navarros algo añejos dicen que el fenomenal ambiente es el mismo que en Pamplona con su San Fermín, sin los toros enfurecidos corriendo detrás.
Hasta el gato participa en la confección y colocación de los adornos. Los vecinos en cada cuadra eligen un tema como leitmotiv para los adornos en ese barrio. Se recauda dinero y compran pintura, papel, madera, cartón, cordeles, etc., y contratan carpinteros, pintores y electricistas que construyen quioscos, cantinas, tarimas para las orquestas, grandes murales, y adornos más sofisticados.
Se transforma así la fisonomía de la urbe. Los barrios quedan engalanados con una gama multicolor de motivos alegóricos: “México Lindo”, “Los Taínos”, “Rincón Criollo”, “Mambo y Sol”, “Pelencho El Jacarandoso”, “Siboney”, “Los Dragones” (en el barrio chino), “Andalucía”, Las Mil y una Noches”, “Islas Canarias”, “La Verbena”, “La Pachanga”, “Mi Bohío”, “Los Gauchos”, “Alí Babá”, “El Caney”, “Mi Guateque”, “La Pampa”, “El Baturro”, “Jardín Cubano”, etc., etc.
Los sábados desfilan las comparsas, sin duda entre las mejores del país. Las coreografías de más impactante colorido, “Kubelenká” y “Los Fruteros” —con muy bella música—, a cargo del arquitecto Lorenzo Medrano, nada tienen que envidiarle a las de Rodney, el coreógrafo del famoso cabaret Tropicana, cuyo propietario, Martín Fox, es precisamente un avileño.
La de “Los Arroceros” y “Los Esclavos de Batanga” también gustan mucho. En la segunda los infelices esclavos reciben latigazos para que trabajen, pero al llegar al Ayuntamiento —donde se hallan la tribuna y el jurado— se rebelan, hacen correr al mayoral y comienzan a danzar frenéticamente con un ritmo híbrido de rumba y conga. En la de “Pelencho” llevan en un cochecito gigante a un “bebé” (hombre disfrazado) tomando malta o cerveza en vez de leche. Al llegar a la tribuna el infante sale corriendo y la mamá (otro hombre disfrazado) detrás a toda velocidad, con saltos y piruetas rítmicas formidables incluidos, mientras los demás bailan rumba alegremente.
Las carrozas desfilan los domingos, algunas enviadas desde La Habana con Sonia Perla Gil y Marta Véliz “La Meneíto”, las monumentales modelos de las cervezas Polar y Cristal, o parejas de baile famosas como Ana Gloria y Rolando, y Anisia y Rolando. Pero el resto de las carrozas son locales y representan a firmas comerciales, fábricas, tiendas, bancos, asociaciones de profesionales, clubes sociales, siempre presididas por las dos reinas del carnaval, una caucásica y otra mulata, que desde sus respectivas carrozas van lanzando serpentinas a un público impactado por la extraordinaria hermosura de tales majestades: Niria y Elda.
Cada noche hay bailes en cuatro o cinco de los engalanados barrios, con las mejores orquestas de la nación. Agrupaciones musicales de la talla de la Banda Gigante de Beny Moré, La Sonora Matancera, las orquestas Aragón, Riverside, Conjunto Casino, Rumbavana, Sensación, Chepín-Choven, América, Enrique Jorrín con su cha-cha-cha, y otras, incluyendo la orquesta Intermezzo, orgullo avileño.
Sensualidad a borbotones
Pero sin duda el plato fuerte lo constituyen sus sensuales capuchonas. Como en la Verona de Romeo y Julieta con sus mascaradas, aquí las calles son invadidas por estas mujeres avileñas ---célebres por su hermosura junto a las camagueyanas--, decididas a divertirse en grande. Algunas, a veces empujadas por algún “Cuba Libre” o “mojito” cargadito, se pasan de la raya y colocan a sus maridos grandes y relucientes cuernos. Señoritas “pierden la cabeza” y nueve meses después nutren la prolífera generación de los “Bebés del Carnaval”.
Las capuchas son parecidas a las del Ku-Kux-Klan, pero de color negro, para que no haya equívoco posible. Cómo reconocer a alguien con un gorro picudo encima y el rostro y el cuerpo cubiertos por un batilongo negro tan largo que sólo deja ver la punta de los zapatos, aunque con la tela bien ajustada en la región glútea para que se aprecie la calidad del “producto”. Ah, porque en este clan tan sexy se enrolan féminas casi exclusivamente.
Todas cubren sus manos con guantes negros y cosen la tela que le cubre el rostro al resto de la capucha, o le ponen un zipper, para que nadie pueda levantarla y ver quién es.
Claro, de contrabando se cuelan homosexuales “tapiñaos”, o heteroxesuales que quieren divertirse a fondo --incluso a riesgo de recibir una paliza, —con capuchas y hablando como titiriteros haciendo de niñas. Luego de bailar un rato su pareja viril descubre el engaño: “Ah, mariconazo, te voy a desbaratar…”, y ¡zas!, la trompada que lanza al travesti —legítimo o falso— por el suelo, que al tropezar con las mesas derriba botellas de cerveza y ron, vasos llenos y platos con arroz congrí, cerdo frito, ropa vieja, tamales, chicharrones, chorizos con pan, tostones, en medio del corre-corre de la gente.
La ignota agresora sexual de Alberto arde en deseos de mover el esqueleto a los acordes contagiosos de “El Bodeguero” que, en el barrio de “Pelencho…”, interpreta la Orquesta Aragón. Toca la flauta el mismísimo Richard Egües, autor del sabroso cha-cha-cha que se pasea por el mundo en la voz de Nat King Cole.
Para que no le den gato por liebre, el estudiante universitario avileño le exige a su admiradora que se descubra las manos y ella lo complace. No conforme, detiene su vista supermánica de rayos X en la prominente y muy bien esculpida retaguardia de la chica. Queda satisfecho: ¡Ñooo!, ¡tremenda hembra!
Por un desliz vocal de ella mientras bailan Alberto cree estar convencido de que es Bertica, una despampanante alumna de la academia de corte y costura de su tía, de unos 23 ó 24 años.
--“Frío, frío, yo me llamo Alicia y nunca he cosido ni un botón, yo estoy terminando Farmacia en la Universidad de La Habana, y al igual que tú vine unos días a disfrutar del carnaval , le dice la joven con su vocecita carnavalesca.
Han bailado medio repertorio de “los aragones”, vaciado copas y degustado lechón asado, yuca con mojo y “matajíbaro” (puré de plátano verde con muchos chicharrones). Convencido de que es la chica divorciada de Augusto, el catcher de su equipo de beisbol cuando jugaban en el colegio, Alberto le propone irse a un lugar más “tranquilo”.
Y se enrumban hacia donde por inercia apuntan los pasos nocturnos cuando hierven en tiempos de carnaval: La Turbina. El misterioso lago (su origen está tejido con leyendas fantasmagóricas), con la desinhibición etílica y la oscuridad anónima es el sitio ideal para solazarse por todo lo alto, hasta el final, finalísimo.
¿Por fin, es Bertica, o Alicia?
4 Comentarios
Que interesante, me lo anoto para las proximas vacaciones. El carnaval que conosco es bien diferente, solo murgas de bajo presupuesto pero muy ruidosas y divertidas. Y las damas estan muy vestidas X)))
ResponderEliminarLas perdurabilidades culturales que le dan identidad, alegría y sentido de pertenencia a nuestros pueblos.
ResponderEliminarEn Cuba se refleja claramente la mixtura de culturas, donde cada una puede ser identificada en medio del conjunto. Africa, Europa y las Antillas bailan y ríen sin cesar para sacudirse los demonios de las épocas.
Una crónica necesaria, enriquecedora, informativa y muy bien escrita.
Excelente crónica. Al leerla se respira el espíritu, la carne y el fuego interior y exterior de la hermosa cultura cubana. Gracias por compartirlo, amigo Roberto.
ResponderEliminarExcelente, qué ganas de estar ahí.
ResponderEliminarSole