Por Concha Pelayo
Mi madre acostumbraba a contarnos historias cuando éramos pequeños. Siempre fue una genial narradora además de una excelente actriz. Imitaba las voces de los personajes cambiando la voz, el tono, el gesto. Siempre ha sido una delicia escucharla. Todavía hoy, en los umbrales de la muerte, cuando se lo pedimos, nos recuenta alguna de sus historias. Había una, en concreto, que de oírla tantas veces nos la aprendimos de memoria. Se trababa de un joven libertino que siempre vivió una vida disoluta. Vivía con su criado jorobado. Un día la muerte llamó a su puerta.
Y esto es lo que sucedió tal cual nos contaba mi madre.
-Abre, que llaman.
-¿Quién es?
-La muerte Señor.
-Dile que no estoy en casa.
-Es que el verle le precisa.
-Despáchalo.
-Vano intento. Ya entró.
-Dile que aguarde un momento.
-Pues mándala pasar que ya nos arreglaremos.
-Heme aquí, que vengo en nombre de Dios.
-Y, ¿podéis decir, señora, qué os trae tan de repente?
-A anunciarte solamente porque, de partir, ya es hora.
-Y ¿quién manda en estos trances estando tan mal dispuesto?
-Pues para exponerte a ésto, ya has tenido tiempo antes.
-¡Ay! muerte, qué frío hace desde que estáis vos aquí.
-Es que se acerca la hora que marca el reloj divino para emprender el camino.
-Pues cuando gustéis señora.
-¿Estás dispuesto?
-Lo estoy, más decidme, ¿a dónde voy?
-No temas, ya lo sabrás.
Ayer por la tarde, estando en nuestra casa del pueblo, mi madre nos volvió a relatar la historia mientras nosotros íbamos, al mismo tiempo que ella, recitando las frases.
A mi hermano se le ocurrió que para rendir un homenaje a nuestra madre, vamos a recrear la historia en el jardín de la casa. Llamaríamos a los familiares más cercanos y pasaríamos un buen rato. Confieso que yo acogí la idea con regocijo y me presté para hacer el personaje del jorobado criado. Son tres personajes nada más. Y regresé a mi casa saboreando la historia y la representación. Yo con un cojín en la espalda, cojeando y encorvada. Como el jorobado de Nôtre Dame. Todavía no sabía quién iba a hacer del libertino y de la muerte, que imaginaba con su túnica y su guadaña. Ah, cuánto me gusta a mí las historias de muertes.
Hoy me dicen que mi hermano se ha ido a Cáceres (él era el director) dejándonos con la miel en los labios. Tirados como a las colillas.
Qué genial es mi madre. Todavía.
11 Comentarios
Una obra no apta para menores ¿no? Debería serlo porque puede provocar pesadillas cuando no pesimismo ante la vida. Salute!
ResponderEliminarMaría Emilia
La muerte es apta para todos los públicos. Por suerte. Hay muertes y muertes. Las guerras nos llevan a las muertes cruentas e injustificadas. Ésas no son aptas para menores. La muerte por cauces naturales es apta para todos.
ResponderEliminarEste relato está en clave de humro. Ese es el sentido que le quiero dar. Disculpa si te sientes ofendida. No fue mi intención.
Gracias por entrar en el blog.
Mucha salud.
La muerte me sienta bien, a mi me causa risa y aunque dios no quiera me voy a morir de risa algún dia de estos.
ResponderEliminarInteresantisimo, sra.
Me gustó mucho, creo que ante una situación que no se puede evitar y que nos tocará a todos algún día, es mejor irse acostumbrando y aceptándola con sentido lúdico, para que sufrir por adelantado?
ResponderEliminarMe recordó también algunas historias contadas por mi madre sobre ese tema y otros, que poblaron mi imaginario de niña y que creía olvidadas...
Lástima que no haya resultado la presentación que habían pensado uds, me hubiese gustado mucho haber sido una espectadora.
Mis saludos a ud. Sra concha y a través suyo a su madre, a quien conozco a través de sus letras y me merece admiración...
Me acorde que cuando eramos chicos, se usaba el término "la muerte" con un significado de "lo máximo", se solía decir a los engreídos "te crees la muerte"...
ResponderEliminarEl relato tiene varias lecturas, depende del lector, a mí me pareció lúdico e irreverente, y es una actitud que me gusta frente a lo que no tiene remedio...
Saludos
Caroline
Sería un gran gusto ver vuestra representación, mi querida Concha. Que alguien la filmase para exhibirla a través de este mismo blog.
ResponderEliminarLa muerte está tan presente en nuestras vidas, en nuestros pensamientos, contaminando todos los instantes, adelantándose, tocándonos el hombro para espantar nuestra soberbia de creernos y actuar y amar como si fuésemos inmortales.
El historia recitada por vuestra madre tiene un ánimo festivo para amortiguar lo irremediable, como un sabio conjuro cómico poético.
Abrazos mi querida amiga
Muzam
Esas historias que cuentan las madres son parte de nuestro patrimonio más valioso. Es un bellísimo legado. Gracias por compartir el tuyo.
ResponderEliminarAbrazos
Laura
Hoy me preguntaron si pensaba mucho en la muerte, yo no tuve reparon en confesar que desde los 10 años. Oh! nah.. por qué espanta a la gente la muerte?? No sé, es la única certeza que tenemos en la vida.. tropezaremos con ella en algún momento.
ResponderEliminarEl relato es encantador y de verdad que dan ganas verlo. Saludos.
Hermoso, Concha, hermoso. Más cuando algunos pensamos que la muerte es un cambio vital, una transición a algo destacadamente desconocido. Tu mamá lo sabe y te enseñó que comprender, esperar y recibir la muerte es crucial para cualquier filosofía. Pero tu mamá tambiên sabe que despuês de la muerte uno será como mismo ha querido ser en vivo; es decir, con el sentido profundo de lo que aspiramos a ser. Y eso será eterno. Salúdame a tu mamá y recibe mi abrazo.
ResponderEliminarHermoso, Concha, hermoso, Manuel
Recuerdo no solo las historias de mi madre, sino de tías y primos en la inmensidad de los atardeceres de verano, en la casona de campo que se llevó el terremoto de 1985, solo con luz de vela.
ResponderEliminarEsa suerte de complicidad nos unía a todos. Y nadie estaba preocupado de la TV ni de encender la luz eléctrica. Éramos despojados, desnudos, como seres humanos nada más.
Éramos felices.
Salud amiga!
JP Jiménez
Es necesario tener conciencia que el morirse es parte del oficio de estar vivo y que poco es lo que podemos contribuir para lograr un abordaje sulugénico del tema en la medida que, como adultos, seamos incapaces de reconocer nuestras propias dudas e inseguridades.
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