MANUEL GAYOL MECÍAS -.
El ser humano posee un mundo interior que se encuentra comprimido por ese otro mundo del afuera, que con sus determinaciones y proposiciones, en buena medida, condiciona nuestra psique a un tiempo lineal; un tiempo dividido en dos valores subjetivos (pasado y futuro) y en uno muy concreto que es el presente… Aparentemente, estos aspectos temporales del hombre son algo consabido porque vivimos con ellos y en ellos; no obstante, a partir de estos axiomas intentaremos establecer unos apuntes mediante algunas apreciables consideraciones de Octavio Paz, que nos acerquen a la intuición de que la poesía puede llegar a ser un lenguaje de reconciliación y que lo psicosocial en el tiempo en verdad obedece a un presente que es presencia esencial de la existencia.
De hecho, hay que reconocer que el mundo de afuera, sus estructuras condicionantes del ser, nos desordena y altera desde que nacemos, y con el tiempo desproporciona todas nuestras aspiraciones, nuestra querencia de ser; al menos, nos limita a las opciones de querer ser. Y ante esto, muchas veces nos oponemos, o casi siempre no aceptamos los desestímulos que nos impone la realidad contextual, sea familiar, económica, social o política. Vivimos así en un presente absurdo, ya que no es tal, a pesar de su aparente concreción. En realidad, es un presente hecho de espejismos, que nos proyecta como seres-imágenes viniendo de un pasado fabricado por los intereses de aquellos que —con el poder y por el poder— necesitan convertirnos en instrumentos de su sustentación; seres-imágenes que también venimos de un futuro programado (altamente masificado… ¿No será entonces un futuro hiperbolizado, hecho a la medida de nuestra impuesta negación existencial?). En verdad, no hay que ejemplificar tanto, nada más recordar, o tomar conciencia, de que hemos sido y somos seres-imágenes que cohabitamos en las fuerzas centrípetas de las sociedades totalitarias y las sociedades de consumo… Por consiguiente, vivimos asediados por un pasado que no escogimos, y confundidos por un futuro de mitos yertos y promesas falaces.
Es indiscutible que el presente está fracturado por esas dos dimensiones que especulan con nuestra existencia. Para algunos resultan ser dimensiones espeluznantes por el agobio de un pasado falseado que pesa como un gran fardo gastado y fofo sobre las espaldas; para otros, la dimensión de un futuro fantasmal, frustrante, que sólo nos promete, con certeza, el vacío de la desidentidad, del condicionamiento y de la soledad en vida; y, por supuesto, ambas dimensiones aplastan de manera tal que para unos y otros el mundo se convierte en un ámbito de extrema enajenación.
Todo lo anteriormente expuesto queda sintetizado por Octavio Paz, cuando declara que en nuestra vida sufrimos la “expulsión del presente”, claro está, del presente objetivo. Cito:
Decir que hemos sido expulsados del presente puede parecer una paradoja. No: es una experien¬cia que to¬dos hemos sentido alguna vez; algunos la hemos vi¬vido primero como una condena y después transfor¬mada como conciencia y acción. La búsqueda del pre¬sente no es la búsqueda del edén terrestre ni de la eter¬nidad sin fechas: es la búsqueda de la realidad real.(1)
Buscar la realidad real entonces podría significar también la aspiración a la utopía posible. Si siguiéramos el orden que trazó el sacerdote jesuita Teilhard de Chardin, el hombre puede vivir en un régimen de cosmogénesis, de polo crístico, un universo amorizado, donde el “tiempo y el espacio [es decir, todo gesto y todo acontecimiento, toda acción y toda pasión, todo crecimiento y toda disminución] se cristifican dinámicamente en la trama misma de su realidad de fondo”. Un ordenamiento hacia adelante, con sus titubeos y rezagos de desórdenes, pero hacia adelante, en condensación de su energía hacia un centro complejísimo, incluso transhumano, logrado mediante la conciencia individual que fuera hacia una conciencia múltiple. Y cito nuevamente a Chardin:
La realidad de una cosmogénesis establecida por la autoperfección misma de esa cosmogénesis. Fase sin¬gular y privilegiada, en verdad, de un Movimiento cuya marcha crítica, en un instante dado, consiste en cobrar conciencia —y misión— de sí mismo.(2)
En este régimen de cosmogénesis creo que la poesía es uno de los mejores lenguajes para un pensamiento profundo —pienso asimismo en el lenguaje de la fe, que en la antropogénesis del hombre pudo ser el mismo lenguaje de la poesía, aunque ahora se trate de otra proyección, quizás de un nivel aún más avanzado, pero del que, a fondo, no trataremos aquí—, la poesía, que en su evolución parte de lo más remoto del ser hacia el mundo exterior, como proposición y posibilidad de transformación de nosotros mismos en energía creadora, siempre hacia adelante, convirtiéndonos constantemente en un punto de partida. La poesía, y más allá lo poético, y aún más (como dije ya) la fe que tengamos como sensibilidad humana en ascensión, todo así sería la respuesta vital —el renacimiento convencido— con que pudiéramos enfrentar las contingencias, y, específicamente, las estructuras existenciales que nos relacionan como seres humanos en un mundo del azar.
La poesía como libertad
En su Discurso de Jerusalén, que ofreció como agradecimiento al premio que le concedió el Estado de Israel por su defensa de la libertad (el 26 de abril de 1977) y que aparece en su libro El ogro filantrópico, Octavio Paz hace una exaltación de la libertad y más aún, restablece la unión de la libertad y la literatura, cuando expresa que la palabra encarna en el acto libre y la libertad se vuelve conciencia al reflejarse en la palabra.
Así, nos comenta que la libertad es un diálogo del hombre con su destino, y que esta razón de ser que es la libertad viene de lo sagrado, de ese profundo y misterioso carácter que el hombre le otorga a las cosas.
Es entonces que desde la perspectiva de Paz me pregunto: ¿ha podido ser la poesía un punto de fusión entre el amor y la libertad?… Cierto. En este sentido, pienso que la poesía sigue siendo el lenguaje no sólo de la reconciliación entre dos extremos como pueden ser el odio y el amor, sino que primeramente es la fusión de dos sensibilidades complementarias como son el amor y la libertad. Cuando mediante un poema tratamos de apresar el instante de una realidad, también estamos perpetuando, al menos en una hoja de papel, un sentimiento de amor en su más amplia expresión y un sentimiento de libertad en su más genuina posibilidad. Ese instante poético es libertad y amor al mismo tiempo de ser una circunstancia real que nos afecta.
Asimismo encontramos que para que la poesía sea reconciliación tienen que existir extremos. Y como los extremos existen, ya que este mundo está conformado básicamente por extremos, es entonces que la poesía se erige en la virtualidad —esencial— de ser puente de acercamiento y fusión de los opuestos. Y es aquí cuando la poesía se convierte también en tiempo que une la diversidad de sus extremos: el pasado y el futuro en un presente que es amor y libertad.
La poesía es ritmo y es tiempo, y como misterio que se contiene en sí misma es parte de Dios. Para la fe de Octavio Paz, pienso que Dios es lo desconocido, y si hallamos alguna pista sustancial de la existencia de Dios, esa es el tiempo como proceso de nacer, vivir y morir; proceso que se despliega en un pasado, un presente y un futuro. De modo que la poesía, como instante de tiempo, puede ser una senda reconciliadora. La poesía atrapa, en un momento fugaz, el pasado y el futuro (como posibilidad, como visión) y los convierte en un presente primordial, digamos, del origen de ser. La poesía, en vida y por la angustia y/o alegría de la vida, nos lleva a nuestra presencia original, se hace presente del origen paradisiaco que tuvimos, nos lleva a nuestra verdadera, primera y última condición de ser parte del Ser, de lo desconocido, de lo que ineludiblemente tenemos que identificar con Dios.
En suma, para mí (quizás pudiera decir también para muchos) Dios es un tiempo mítico, de origen, fin y nuevamente origen adonde tendremos que volver, pero como Dios es misterio de ubicuidad porque es lo desconocido en todo momento y lugar, también es presente total que se deja sentir en su invocación poética. De modo que en el acto poético, incluso independientemente del acto de fe religiosa, nosotros sentimos el estremecimiento de lo divino mediante la creación de un poema o de la lectura que nos hace identificarnos con un poema.
Paz ha dicho que “el lector revive de veras el poema, accede a un estado que podemos llamar poético… el poema es mediación: por gracia suya, el tiempo original, padre de los tiempos, encarna en un instante… La lectura del poema ostenta una gran semejanza con la creación poética. El poeta crea imágenes, poemas: y el poema hace del lector imagen, poesía.”(3)
Si aceptamos —apoyados por la imaginación en este caso e interpretando las lúcidas ideas de este ensayista mexicano— que el tiempo, con sus tres dimensiones conocidas, no es más que un misterio de trinidad que se resuelve en un solo espacio (nuestro mundo) y en un solo tiempo (un presente objetivo), entonces podría decir hipotéticamente que al pasado le correspondería la ensoñación de la nostalgia y al futuro la ensoñación de la esperanza, por lo que el presente podría verse como la potencialidad de una reconciliación poética no sólo como lenguaje de comunicación, sino además como lenguaje existencial; es decir, una manera de sentir la vida que permita una mejor interrelación humana, lo que por ende entrañaría una mejor comunicación. Entre tantas cosas, pienso que este hecho de la reconciliación en el presente es propuesto por Paz como el destino final que tiene la poesía de rehacer el sentido de la esperanza humana.
La poesía, propiamente, se sustenta como productora y reproductora de imágenes que vienen del pasado y van hacia adelante; fuente y puente elevado entre nuestra materialidad y el espíritu. Insisto: la poesía, por tanto, es un presente, o también esa ocasión que poseemos para el deslumbramiento, en la más amplia y verdadera acepción de esta palabra.
Hablo entonces de ser capaces de deslumbrar o de ser deslumbrados con la esencia de un poema, en cualquier forma sígnica o de ritmo que escojamos; un poema que nos pone en contacto (como receptores) con el presente que desconocíamos: un presente histórico y/o un presente futuro que se convierten en presente objetivo que nos comunica, nos fusiona y nos hace ser, incluso, hasta el propio autor de la obra que contemplamos o leemos.
Vuelvo a Octavio Paz: “La poesía está enamorada del instante —dice— y quiere revivirlo en un poema: lo aparta de la sucesión y lo convierte en presente fijo”.(4) Y yo me digo: ¿qué es el instante poético sino el misterio dentro de la modernidad que llevamos dentro? (El término de modernidad —valga la aclaración— aún está por definir. Lo encontramos en un concepto y se deshace al mismo tiempo. He ahí su eterno desenlace, su recurrencia de lo que es y es nuevo, su recurrencia de ser y no ser, su inevitable estado de presente en evolución…). Es cierto que la modernidad es una tradición y no una doctrina. Y, desde un punto de vista literario —que no tiene por qué apartarse de la Historia— yo diría que el misterio que encierra la modernidad podría ser la autoconciencia de nuestra razón de ser, que descubrimos desde el Renacimiento, desde los románticos, libertinos y simbolistas, desde Baudelaire, desde Rabelais, Cervantes y Poe, por sólo citar algunos nombres, y, ¿por qué no?, desde las mejores posibilidades que tuvo la Iglesia y no cumplió, y después la Ilustración —posibilidades que fueron frustradas por el Dogma medieval y la autocracia de la Verdad, positivista, respectivamente—, posibilidades que tuvo la modernidad de encauzar la fe, el conocimiento y los adelantos tecnológicos por un camino más humano, más acorde con las potencialidades de la imaginación y el intelecto humanos.
No obstante, la tradición moderna se redescubre incesantemente. ¿No será —como pregunta Paz— que seremos acaso la edad media de una futura modernidad?… ¿O que la posmodernidad no es sino una modernidad aún más moderna?(5)… Sólo el futuro, muchas veces incierto, podría definir este problema, ahora indefinible. Acepto quedarme entonces con la pasión de lo moderno y su misterio —que tal vez podría traducirse como el hecho de aspirar a una tendencia optimista de la posmodernidad—; en fin, de aquello que es el presente del poema. ¡Bondad de mi imaginación! que me sirve para pensar en un futuro de cambios hacia un mejor espíritu de época.
Con este optimismo, a veces confuso y titubeante, por supuesto, quiero situarme en mi presente objetivo, para desde aquí procurar las ensoñaciones literarias y humanas de mi nostalgia; nostalgia que me hace ser ubicuo cuando recuerdo otras historias que viví, otros tiempos, otros lugares y otros seres que fui. Desde este presente objetivo quiero también —a pesar de las desilusiones, del miedo impuesto por las guerras, por el totalitarismo, por el terrorismo, por la alienación del consumo, del dolor y del vacío de estímulos que he sufrido, al igual que la gran mayoría de los seres humanos— quiero, repito, reconciliarme con el pasado para transformarlo dentro de mí, y reconciliarme con el futuro, como acto de fe hacia un devenir en el que, por encima de todo, el hombre tendrá que ser mejor, siquiera tendrá que ser distinto —y esto para mí es una frase sinónimo de humanidad— porque el hombre está llamado al cambio, a sobrevivir y permanecer por el cambio.
De Octavio Paz, de sus fascinantes ensayos y poemas, podría hablarse incansablemente. Aun el hecho de polemizar con sus ideas no deja de ser una aventura del asombro. Sus estimables estudios y su singular obra poética incitan el pensamiento crítico contemporáneo. Por lo que podemos decir que con sus análisis y postulados repensamos el pensamiento conocido.
Por eso, gracias a sus conceptos acerca de lo nuevo, podemos conocer ese sentido que Octavio Paz le otorga a la permanencia del cambio como uno de los rasgos que ha caracterizado al pasado siglo XX: el cambio como necesidad insoslayable de salvar el futuro del hombre; cuando en fin el futuro —sobre la base de un presente objetivo de reconciliación— pueda ser el de una verdadera era en las posibilidades del espíritu y del cuerpo, en la concreción de los mejores valores humanos, que desde hace dos mil años nos están queriendo decir que el pasado es el presente, y que el presente debe garantizar un futuro de esperanza —a pesar de todo—; cuando la poesía y la fe, como en el origen del hombre, se generalicen de tal manera que se conviertan en nuestros mejores lenguajes de comunicación humana.
El ser humano posee un mundo interior que se encuentra comprimido por ese otro mundo del afuera, que con sus determinaciones y proposiciones, en buena medida, condiciona nuestra psique a un tiempo lineal; un tiempo dividido en dos valores subjetivos (pasado y futuro) y en uno muy concreto que es el presente… Aparentemente, estos aspectos temporales del hombre son algo consabido porque vivimos con ellos y en ellos; no obstante, a partir de estos axiomas intentaremos establecer unos apuntes mediante algunas apreciables consideraciones de Octavio Paz, que nos acerquen a la intuición de que la poesía puede llegar a ser un lenguaje de reconciliación y que lo psicosocial en el tiempo en verdad obedece a un presente que es presencia esencial de la existencia.
De hecho, hay que reconocer que el mundo de afuera, sus estructuras condicionantes del ser, nos desordena y altera desde que nacemos, y con el tiempo desproporciona todas nuestras aspiraciones, nuestra querencia de ser; al menos, nos limita a las opciones de querer ser. Y ante esto, muchas veces nos oponemos, o casi siempre no aceptamos los desestímulos que nos impone la realidad contextual, sea familiar, económica, social o política. Vivimos así en un presente absurdo, ya que no es tal, a pesar de su aparente concreción. En realidad, es un presente hecho de espejismos, que nos proyecta como seres-imágenes viniendo de un pasado fabricado por los intereses de aquellos que —con el poder y por el poder— necesitan convertirnos en instrumentos de su sustentación; seres-imágenes que también venimos de un futuro programado (altamente masificado… ¿No será entonces un futuro hiperbolizado, hecho a la medida de nuestra impuesta negación existencial?). En verdad, no hay que ejemplificar tanto, nada más recordar, o tomar conciencia, de que hemos sido y somos seres-imágenes que cohabitamos en las fuerzas centrípetas de las sociedades totalitarias y las sociedades de consumo… Por consiguiente, vivimos asediados por un pasado que no escogimos, y confundidos por un futuro de mitos yertos y promesas falaces.
Es indiscutible que el presente está fracturado por esas dos dimensiones que especulan con nuestra existencia. Para algunos resultan ser dimensiones espeluznantes por el agobio de un pasado falseado que pesa como un gran fardo gastado y fofo sobre las espaldas; para otros, la dimensión de un futuro fantasmal, frustrante, que sólo nos promete, con certeza, el vacío de la desidentidad, del condicionamiento y de la soledad en vida; y, por supuesto, ambas dimensiones aplastan de manera tal que para unos y otros el mundo se convierte en un ámbito de extrema enajenación.
Todo lo anteriormente expuesto queda sintetizado por Octavio Paz, cuando declara que en nuestra vida sufrimos la “expulsión del presente”, claro está, del presente objetivo. Cito:
Decir que hemos sido expulsados del presente puede parecer una paradoja. No: es una experien¬cia que to¬dos hemos sentido alguna vez; algunos la hemos vi¬vido primero como una condena y después transfor¬mada como conciencia y acción. La búsqueda del pre¬sente no es la búsqueda del edén terrestre ni de la eter¬nidad sin fechas: es la búsqueda de la realidad real.(1)
Buscar la realidad real entonces podría significar también la aspiración a la utopía posible. Si siguiéramos el orden que trazó el sacerdote jesuita Teilhard de Chardin, el hombre puede vivir en un régimen de cosmogénesis, de polo crístico, un universo amorizado, donde el “tiempo y el espacio [es decir, todo gesto y todo acontecimiento, toda acción y toda pasión, todo crecimiento y toda disminución] se cristifican dinámicamente en la trama misma de su realidad de fondo”. Un ordenamiento hacia adelante, con sus titubeos y rezagos de desórdenes, pero hacia adelante, en condensación de su energía hacia un centro complejísimo, incluso transhumano, logrado mediante la conciencia individual que fuera hacia una conciencia múltiple. Y cito nuevamente a Chardin:
La realidad de una cosmogénesis establecida por la autoperfección misma de esa cosmogénesis. Fase sin¬gular y privilegiada, en verdad, de un Movimiento cuya marcha crítica, en un instante dado, consiste en cobrar conciencia —y misión— de sí mismo.(2)
En este régimen de cosmogénesis creo que la poesía es uno de los mejores lenguajes para un pensamiento profundo —pienso asimismo en el lenguaje de la fe, que en la antropogénesis del hombre pudo ser el mismo lenguaje de la poesía, aunque ahora se trate de otra proyección, quizás de un nivel aún más avanzado, pero del que, a fondo, no trataremos aquí—, la poesía, que en su evolución parte de lo más remoto del ser hacia el mundo exterior, como proposición y posibilidad de transformación de nosotros mismos en energía creadora, siempre hacia adelante, convirtiéndonos constantemente en un punto de partida. La poesía, y más allá lo poético, y aún más (como dije ya) la fe que tengamos como sensibilidad humana en ascensión, todo así sería la respuesta vital —el renacimiento convencido— con que pudiéramos enfrentar las contingencias, y, específicamente, las estructuras existenciales que nos relacionan como seres humanos en un mundo del azar.
La poesía como libertad
En su Discurso de Jerusalén, que ofreció como agradecimiento al premio que le concedió el Estado de Israel por su defensa de la libertad (el 26 de abril de 1977) y que aparece en su libro El ogro filantrópico, Octavio Paz hace una exaltación de la libertad y más aún, restablece la unión de la libertad y la literatura, cuando expresa que la palabra encarna en el acto libre y la libertad se vuelve conciencia al reflejarse en la palabra.
Así, nos comenta que la libertad es un diálogo del hombre con su destino, y que esta razón de ser que es la libertad viene de lo sagrado, de ese profundo y misterioso carácter que el hombre le otorga a las cosas.
Es entonces que desde la perspectiva de Paz me pregunto: ¿ha podido ser la poesía un punto de fusión entre el amor y la libertad?… Cierto. En este sentido, pienso que la poesía sigue siendo el lenguaje no sólo de la reconciliación entre dos extremos como pueden ser el odio y el amor, sino que primeramente es la fusión de dos sensibilidades complementarias como son el amor y la libertad. Cuando mediante un poema tratamos de apresar el instante de una realidad, también estamos perpetuando, al menos en una hoja de papel, un sentimiento de amor en su más amplia expresión y un sentimiento de libertad en su más genuina posibilidad. Ese instante poético es libertad y amor al mismo tiempo de ser una circunstancia real que nos afecta.
Asimismo encontramos que para que la poesía sea reconciliación tienen que existir extremos. Y como los extremos existen, ya que este mundo está conformado básicamente por extremos, es entonces que la poesía se erige en la virtualidad —esencial— de ser puente de acercamiento y fusión de los opuestos. Y es aquí cuando la poesía se convierte también en tiempo que une la diversidad de sus extremos: el pasado y el futuro en un presente que es amor y libertad.
La poesía es ritmo y es tiempo, y como misterio que se contiene en sí misma es parte de Dios. Para la fe de Octavio Paz, pienso que Dios es lo desconocido, y si hallamos alguna pista sustancial de la existencia de Dios, esa es el tiempo como proceso de nacer, vivir y morir; proceso que se despliega en un pasado, un presente y un futuro. De modo que la poesía, como instante de tiempo, puede ser una senda reconciliadora. La poesía atrapa, en un momento fugaz, el pasado y el futuro (como posibilidad, como visión) y los convierte en un presente primordial, digamos, del origen de ser. La poesía, en vida y por la angustia y/o alegría de la vida, nos lleva a nuestra presencia original, se hace presente del origen paradisiaco que tuvimos, nos lleva a nuestra verdadera, primera y última condición de ser parte del Ser, de lo desconocido, de lo que ineludiblemente tenemos que identificar con Dios.
En suma, para mí (quizás pudiera decir también para muchos) Dios es un tiempo mítico, de origen, fin y nuevamente origen adonde tendremos que volver, pero como Dios es misterio de ubicuidad porque es lo desconocido en todo momento y lugar, también es presente total que se deja sentir en su invocación poética. De modo que en el acto poético, incluso independientemente del acto de fe religiosa, nosotros sentimos el estremecimiento de lo divino mediante la creación de un poema o de la lectura que nos hace identificarnos con un poema.
Paz ha dicho que “el lector revive de veras el poema, accede a un estado que podemos llamar poético… el poema es mediación: por gracia suya, el tiempo original, padre de los tiempos, encarna en un instante… La lectura del poema ostenta una gran semejanza con la creación poética. El poeta crea imágenes, poemas: y el poema hace del lector imagen, poesía.”(3)
Si aceptamos —apoyados por la imaginación en este caso e interpretando las lúcidas ideas de este ensayista mexicano— que el tiempo, con sus tres dimensiones conocidas, no es más que un misterio de trinidad que se resuelve en un solo espacio (nuestro mundo) y en un solo tiempo (un presente objetivo), entonces podría decir hipotéticamente que al pasado le correspondería la ensoñación de la nostalgia y al futuro la ensoñación de la esperanza, por lo que el presente podría verse como la potencialidad de una reconciliación poética no sólo como lenguaje de comunicación, sino además como lenguaje existencial; es decir, una manera de sentir la vida que permita una mejor interrelación humana, lo que por ende entrañaría una mejor comunicación. Entre tantas cosas, pienso que este hecho de la reconciliación en el presente es propuesto por Paz como el destino final que tiene la poesía de rehacer el sentido de la esperanza humana.
La poesía, propiamente, se sustenta como productora y reproductora de imágenes que vienen del pasado y van hacia adelante; fuente y puente elevado entre nuestra materialidad y el espíritu. Insisto: la poesía, por tanto, es un presente, o también esa ocasión que poseemos para el deslumbramiento, en la más amplia y verdadera acepción de esta palabra.
Hablo entonces de ser capaces de deslumbrar o de ser deslumbrados con la esencia de un poema, en cualquier forma sígnica o de ritmo que escojamos; un poema que nos pone en contacto (como receptores) con el presente que desconocíamos: un presente histórico y/o un presente futuro que se convierten en presente objetivo que nos comunica, nos fusiona y nos hace ser, incluso, hasta el propio autor de la obra que contemplamos o leemos.
Vuelvo a Octavio Paz: “La poesía está enamorada del instante —dice— y quiere revivirlo en un poema: lo aparta de la sucesión y lo convierte en presente fijo”.(4) Y yo me digo: ¿qué es el instante poético sino el misterio dentro de la modernidad que llevamos dentro? (El término de modernidad —valga la aclaración— aún está por definir. Lo encontramos en un concepto y se deshace al mismo tiempo. He ahí su eterno desenlace, su recurrencia de lo que es y es nuevo, su recurrencia de ser y no ser, su inevitable estado de presente en evolución…). Es cierto que la modernidad es una tradición y no una doctrina. Y, desde un punto de vista literario —que no tiene por qué apartarse de la Historia— yo diría que el misterio que encierra la modernidad podría ser la autoconciencia de nuestra razón de ser, que descubrimos desde el Renacimiento, desde los románticos, libertinos y simbolistas, desde Baudelaire, desde Rabelais, Cervantes y Poe, por sólo citar algunos nombres, y, ¿por qué no?, desde las mejores posibilidades que tuvo la Iglesia y no cumplió, y después la Ilustración —posibilidades que fueron frustradas por el Dogma medieval y la autocracia de la Verdad, positivista, respectivamente—, posibilidades que tuvo la modernidad de encauzar la fe, el conocimiento y los adelantos tecnológicos por un camino más humano, más acorde con las potencialidades de la imaginación y el intelecto humanos.
No obstante, la tradición moderna se redescubre incesantemente. ¿No será —como pregunta Paz— que seremos acaso la edad media de una futura modernidad?… ¿O que la posmodernidad no es sino una modernidad aún más moderna?(5)… Sólo el futuro, muchas veces incierto, podría definir este problema, ahora indefinible. Acepto quedarme entonces con la pasión de lo moderno y su misterio —que tal vez podría traducirse como el hecho de aspirar a una tendencia optimista de la posmodernidad—; en fin, de aquello que es el presente del poema. ¡Bondad de mi imaginación! que me sirve para pensar en un futuro de cambios hacia un mejor espíritu de época.
Con este optimismo, a veces confuso y titubeante, por supuesto, quiero situarme en mi presente objetivo, para desde aquí procurar las ensoñaciones literarias y humanas de mi nostalgia; nostalgia que me hace ser ubicuo cuando recuerdo otras historias que viví, otros tiempos, otros lugares y otros seres que fui. Desde este presente objetivo quiero también —a pesar de las desilusiones, del miedo impuesto por las guerras, por el totalitarismo, por el terrorismo, por la alienación del consumo, del dolor y del vacío de estímulos que he sufrido, al igual que la gran mayoría de los seres humanos— quiero, repito, reconciliarme con el pasado para transformarlo dentro de mí, y reconciliarme con el futuro, como acto de fe hacia un devenir en el que, por encima de todo, el hombre tendrá que ser mejor, siquiera tendrá que ser distinto —y esto para mí es una frase sinónimo de humanidad— porque el hombre está llamado al cambio, a sobrevivir y permanecer por el cambio.
De Octavio Paz, de sus fascinantes ensayos y poemas, podría hablarse incansablemente. Aun el hecho de polemizar con sus ideas no deja de ser una aventura del asombro. Sus estimables estudios y su singular obra poética incitan el pensamiento crítico contemporáneo. Por lo que podemos decir que con sus análisis y postulados repensamos el pensamiento conocido.
Por eso, gracias a sus conceptos acerca de lo nuevo, podemos conocer ese sentido que Octavio Paz le otorga a la permanencia del cambio como uno de los rasgos que ha caracterizado al pasado siglo XX: el cambio como necesidad insoslayable de salvar el futuro del hombre; cuando en fin el futuro —sobre la base de un presente objetivo de reconciliación— pueda ser el de una verdadera era en las posibilidades del espíritu y del cuerpo, en la concreción de los mejores valores humanos, que desde hace dos mil años nos están queriendo decir que el pasado es el presente, y que el presente debe garantizar un futuro de esperanza —a pesar de todo—; cuando la poesía y la fe, como en el origen del hombre, se generalicen de tal manera que se conviertan en nuestros mejores lenguajes de comunicación humana.
(La Habana, 1993 - Bell, California, 2001)
NOTAS:
1- Octavio Paz, “La búsqueda del presente.” ANTHROPOS, Barcelona, 1992, XIV, 89. Discurso en la recepción del Premio Nobel de Literatura.
2- Teilhard de Chardin: La activación de la energía, Madrid, Taurus Ediciones, 1967, p. 247.
3- Octavio Paz: op. cit., p. 89.
4- Ibid., p. 90.
5- Ibid., págs. 89-90.
5 Comentarios
Letras que le hacen honores a una pluma selecta. Saludos.
ResponderEliminarQué buen enfoque, justo lo que estaba necesitando para el desarrollo de un escrito personal que se aparte de la bibliografía existente en las bibliotecas y de la inútil info de la red. Se agradece y le felicito.-
ResponderEliminarMe recomendaron el enlace y de verdad que no tiene desperdicio. Estoy en todo de acuerdo, los ensayos y poemas de Octavio Paz son por demás fascinantes, también lo es su escrito que rescata a este grande de mejor modo.
ResponderEliminarGracias a los amigos que han comentado este escrito mio sobre el gran Octavio Paz. Es muy bueno sentirse leído y más cuando uno intenta valorar a un poeta y pensador de este calibro. Me estimulan; con aprecio, Manuel
ResponderEliminarEsta es mi tercera leída, Manuel. Interesantísimo planteo el de tu ensayo. Me cuesta opinar con pertinencia y aportar algo más que un pensamiento personal al respecto porque me faltan algunas competencias culturales para ello... Por tanto, tras mi paso sólo dejo mi felicitación cargada de admiración para vos. Es un placer leerte!! Saludos
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