LORENA LEDESMA -.
Ayer, mientras oía la melodía de "ese amigo del alma" de Lito Vitale, me puse a recordar las mañanas de invierno de mi niñez. El efecto fue inmediato, porque ese era el tema de apertura del único noticiero de las 6 de la mañana. Mi mamá era diferente a esas mamás modernas que apenas llegan las vacaciones empiezan a encontrar fastidiosos a sus hijos y no les tiembla la voz para exclamar: ¡¿qué hacemos con los chicos!? Odiaba esa frase y mi mamá, por iniciativa propia, hacía diametralmente lo opuesto.
En esos días ella era una compañía inigualable. La casa se volvía cálida desde las primeras horas de la mañana, y con esa melodía sabíamos que se había levantado, que prepararía el desayuno y lo llevaría a nuestra habitación. El amor y la comida proporcionaban calor suficiente para comenzar el día sin importar la temperatura, que habitualmente rondaba los 2°. Además, la cocina en funcionamiento daba a la sala de estar el calor necesario para jugar. Mamá salía de compras confiando en nuestro buen comportamiento. No siempre se cumplían sus expectativas, pero con mi hermano éramos cómplices para encubrir nuestras travesuras. Yo era de lo peor. Me metía por cualquier lado, revolvía cosas, revisaba papeles encerrados con celo, recortaba fotos, hacía paisajes con sus cosméticos, le quitaba los strass a los zapatos que algún día habría de heredar, o rompía alguna cosa insignificante. Lo mejor era cuidarnos las espaldas, pues mi mamá era estricta a la hora de castigar y poco importaba si era una pavada lo que se había estropeado… ¡no debía haberse roto!
A su regreso siempre traía un libro para mí, a veces era uno para leer y otras para colorear, mientras que mi hermano se complacía con un yo-yo o unas ricas medialunas. Esos libritos eran bastante tontos e insulsos, pero era lo que se podía comprar en el kiosco del barrio. En esos primeros añitos quería ser maestra. Con esos libros y unos cuadernos viejos de mi hermano dictaba mis clases. Ahora que lo pienso, era muy ridículo querer educar a un oso azul cuyas pintitas blancas demostraban su rebeldía al sistema, o a una muñeca de pelos de lana rosados que a lo lejos se notaba que tenía menos interés por el saber que una popstar. El resto de mi alumnado era igual de estrafalario y no querían saber nada con ser adoctrinados. Eran unos rebeldes, lo cual era lógico y esperable siendo mis amigos. Lo intenté un tiempo y luego me rendí.
Tengo tan cercanas esas imágenes que me río sola. Me enojaba tanto con esos inútiles. Tenía una lapicera roja con la que ponía muchos unos y ningún diez. De haber sido docente habría sido de las más odiadas. A esa edad ya se notaban mis conflictos psicosociales. Si hubiesen estado de moda los psicólogos como ahora se hubiesen divertido mucho conmigo. Personalmente les creo poco a estos especialistas en almas. ¿Quién puede pretender entender a otro ser en toda su grandeza y "chiqueza"? Es una locura que ellos llamen locura a nuestras locuras. Son carceleros de fantasías o amigos de los que les falta un amigo a quien contarle cosas y dejaron de creer en los sacerdotes.
Desde esa época comencé a descreer en el sistema educativo, pues mis maestras no eran tan exigentes como mi imaginario. Me gustaba sentirme discípula, que me enseñaran, y cuando faranduleaban demasiado me perdía en la inmensidad de los mundos imposibles. Hubiese preferido tener maestros malvados y poco indulgentes que me reprendieran al menos por mis faltas de ortografía.
Me gustaban esos inviernos de fábulas de La Fontaine, libros para pintar, asaltos al placard de mi mamá y ejercicio de la docencia. Mamá estaba feliz de compartir con nosotros las tardes y las noches. Se bancaba los dibujos animados de mi hermano, veía mis exámenes corregidos con rigor, y cuando el clima era lindo íbamos a la plaza a comer como si se tratara de un día de campo en las afueras de la cuidad.
Volver a esos recuerdos es tan gratificante. Épocas de ensueño de las que no me quiero desprender... ¡¡qué regresen siempre a mí con esa música y no me dejen envejecer jamás!!
7 Comentarios
Un sutil latigazo a la psicología y a la enorme pérdida de tiempo que significa la educación oficial.
ResponderEliminarDaría gusto saber qué libros eran aquellos que te traía tu madre y que le leías a tus flojos alumnos.
Una bella evocación, querida Lorena.
Gracias Jorge.
ResponderEliminarPara mí evocar es un ejercicio para el alma que evita su envejecimiento prematuro... De poco sirve un alma envejecida y por lo tanto doliente, suficientemente difícil es tener que lidiar con un cuerpo que va perdiendo vitalidad.
La jovialidad del espíritu tiende a nunca dejar de aspirar y crecer de verdad, por eso hay que preservarla de las amarguras de la vida.
La mayoría de los libros que vale la pena leer no te los ponen al alcance de la mano en los colegios.
Tiernísimo Lore, tal como sos.. Doy gracias a Dios por haberte conocido y disfrutar de tu tierna sonrisa cada mañana antes de ir a trabajar.
ResponderEliminarAbrazos angelito! Los felicito por este lindo trabajo.
Martina Torrez (docente y decente)
Nada hace pasar más a gusto el invierno que meterse de prota en una fábula y andarse con mil travesuras. Todo eso mientras se queman los leños en la chimenea. Cuando sobreviene el cansacio llega el chocolate caliente y el cobijo de una suave cama. Muy tierno. Interesnate blog!
ResponderEliminarUn de tus escritos más entrañables, mi querida Lorena.
ResponderEliminarTiernos recuerdos, me gustó mucho. Un abrazo.
ResponderEliminarMi adorable traviesa.
ResponderEliminar