Por Pablo Cingolani
No son mis huellas las que extraño, sino las otras, las que me abandonaron, las que se fueron yendo, tal vez las vuelva a encontrar, tal vez no
Esas, las otras, latían entre la geometría y la gloria, la geografía y el destino, entre la luna del Parapetí y las salinas bravas y el cerro de San Miguel, estoico y recio, cortado a pico por algún gigante que amaba el delirio geológico y los misterios
Tan lejos en el mapa, tan cerca de mi memoria, que ya no me acuerdo.
Eres esa distancia implacable: estás y no estás, estás en mis nervios de fiebre que te buscan, no estás en la piel, presente que te ansia; estás y no estás, estás en el vino añejo desde donde te evoco y te convoco, no estás en el olvido; estás y no estás, estás entre lo que ves y lo que no podemos ni hablar, tanto silencio, tanto vacío, tanto arenal
Hasta que una de las setenta especies de víboras con veneno viene, cascabelea, desaparece y vuelves a estar y no estar, y así siempre.
Tu desmesura alucina, y no habrá amparo jamás que la desmienta; no puede haberlo. Tu único destino debería ser el que dicta tu nombre y que en tu seno siempre haya sin límites un lugar para los nómades y los poetas, que son lo mismo. Eres el espejo de todo aquello que se detesta y por lo mismo, eres lo más amable, lo que más amamos, lo más generoso que puede existir en este mundo de pérdidas, en este mundo de rastros, en este mundo de ausencias, si lo buscamos.
Lo hice tanto y hace tanto ya. Fui tras tus montes vagabundos, tras tus pecaríes pinchudos, tras la grandiosidad de tu desolación intacta, más allá de una guerra. Fui tras tus toborochis[1] que dan tantas ganas de abrazarlos como si fueran hermanos o hijos en el desierto, fui tras las flores que de tan tímidas se deshacían cuando las mirabas y derramaban esa leche que la belleza concede casi nunca, fui tras tus atardeceres que enamoraban de pura soledad compartida. Fui tras un sueño, tal vez era el mío, o el tuyo, no sé, pero era un sueño. Tal vez era un sueño salvaje, de libertad, un sueño yanaigua,[2] tal vez así, sí que era mi sueño.
No lo sé. Eres el amo de mi sueño. Del mejor de todos ellos. Eso sí. Y voy a ir, voy a volver, voy a buscarlo.
Esas, las otras, latían entre la geometría y la gloria, la geografía y el destino, entre la luna del Parapetí y las salinas bravas y el cerro de San Miguel, estoico y recio, cortado a pico por algún gigante que amaba el delirio geológico y los misterios
Tan lejos en el mapa, tan cerca de mi memoria, que ya no me acuerdo.
Eres esa distancia implacable: estás y no estás, estás en mis nervios de fiebre que te buscan, no estás en la piel, presente que te ansia; estás y no estás, estás en el vino añejo desde donde te evoco y te convoco, no estás en el olvido; estás y no estás, estás entre lo que ves y lo que no podemos ni hablar, tanto silencio, tanto vacío, tanto arenal
Hasta que una de las setenta especies de víboras con veneno viene, cascabelea, desaparece y vuelves a estar y no estar, y así siempre.
Tu desmesura alucina, y no habrá amparo jamás que la desmienta; no puede haberlo. Tu único destino debería ser el que dicta tu nombre y que en tu seno siempre haya sin límites un lugar para los nómades y los poetas, que son lo mismo. Eres el espejo de todo aquello que se detesta y por lo mismo, eres lo más amable, lo que más amamos, lo más generoso que puede existir en este mundo de pérdidas, en este mundo de rastros, en este mundo de ausencias, si lo buscamos.
Lo hice tanto y hace tanto ya. Fui tras tus montes vagabundos, tras tus pecaríes pinchudos, tras la grandiosidad de tu desolación intacta, más allá de una guerra. Fui tras tus toborochis[1] que dan tantas ganas de abrazarlos como si fueran hermanos o hijos en el desierto, fui tras las flores que de tan tímidas se deshacían cuando las mirabas y derramaban esa leche que la belleza concede casi nunca, fui tras tus atardeceres que enamoraban de pura soledad compartida. Fui tras un sueño, tal vez era el mío, o el tuyo, no sé, pero era un sueño. Tal vez era un sueño salvaje, de libertad, un sueño yanaigua,[2] tal vez así, sí que era mi sueño.
No lo sé. Eres el amo de mi sueño. Del mejor de todos ellos. Eso sí. Y voy a ir, voy a volver, voy a buscarlo.
Pablo Cingolani
Río Abajo, 17 de agosto de 2012
[1] Palo Borracho
[2] Ayoreo, en guaraní
Imagen: Palo Borracho en medio del Chaco.
1 Comentarios
Cada geografía nos atrapa, nos asombra, hasta nos llega a moldear el carácter. Parte de mi ser está esculpido por los temporales y acantilados cordilleranos.
ResponderEliminarEl Chaco lo conozco apenas, sólo una parte, porque es inmenso, húmedo, abrasante, de hormigas gigantes y aves que trinan como cuervos moribundos, de árboles y lianas y raíces que se atrapan y devoran unos a otros, de lapachos y palos borrachos, tan espinosos que jamás se le ocurriría a un mono escalarlo.
Soberbio escrito.
Un abrazo, amigo Pablo.