LORENA LEDESMA -.
Su novio entró por la puerta gritando "hola" a viva voz.
Se notaba su experiencia para cargar con esa pesada bandeja por la forma
en que subió las escaleras hasta el officce donde estabamos nosotras.
Me miró con picardía y me saludó una vez más. "No hagas caso a los
rumores" me decía Inés mientras lo despachaba. Eran no más de las 7 de
un domingo en que me tocaba cubrir el turno de la mañana en el hotel. Para hacerlo más ameno mi compañera hacía que su novio le trajese el
desayuno del bar de enfrente del cual era encargado. De ida al trabajo
en el bus de las 5 de la madrugada, soñaba parada con ese café
con leche caliente y las tostadas de jamón con queso.
Fue a partir de esos momentos de intimidad, desayunando en privado, que pude conocer a fondo a Inés. Nuestra Inecita había migrado de la provincia de Misiones hacía varios años. Al desembarcar en la gran ciudad en busca de su gran oportunidad desempeñó diversas labores hasta ingresar como mucama en el hotel y lavandera en un Laverrap anexo. Para cuando yo ingresé, ella ya tenía más de diez años de antigüedad y la confianza necesaria para tratar a los jefes de igual a igual.
Justamente, era su trato tan cercano con los mandamaces lo que generaba los rumores de los que ella intentaba prevenirme. Mientras comía con placer mis sandwichitos con queso caliente, oía e hilaba sus excusas con mi escasa experiencia de una semana a cargo de la recepción. Muy pilla, a esas alturas ya me había hecho una clara idea de cómo era Inés y sabía que nada me convenía más que permanecer callada haciéndome la tonta y mustia.
Fue a partir de esos momentos de intimidad, desayunando en privado, que pude conocer a fondo a Inés. Nuestra Inecita había migrado de la provincia de Misiones hacía varios años. Al desembarcar en la gran ciudad en busca de su gran oportunidad desempeñó diversas labores hasta ingresar como mucama en el hotel y lavandera en un Laverrap anexo. Para cuando yo ingresé, ella ya tenía más de diez años de antigüedad y la confianza necesaria para tratar a los jefes de igual a igual.
Justamente, era su trato tan cercano con los mandamaces lo que generaba los rumores de los que ella intentaba prevenirme. Mientras comía con placer mis sandwichitos con queso caliente, oía e hilaba sus excusas con mi escasa experiencia de una semana a cargo de la recepción. Muy pilla, a esas alturas ya me había hecho una clara idea de cómo era Inés y sabía que nada me convenía más que permanecer callada haciéndome la tonta y mustia.
Inés era una mujer desfachatada, charlatana y muy vueltera. A
base de charlas sabía ganarse a la gente y sacarle la ficha, es
decir saber si podía ser su competencia en el rastrerismo arribista. Si
nuestra compañerita percibía en alguien una mínima amenaza a su
favoritismo, enseguida obraba para perjudicarla de modo tal que perdiera
la confianza y se la expulsara de inmediato del laburo. ¿Qué podía
hacer? De todo. Cuando los jefes se presentaban solía encerrarse con
ellos a conversar sobre todos nuestros movimientos y a elucubrar sobre pasadas y posibles deslealtades al trabajo. No tenía escrúpulos
para asegurar que tal o cual robaba o cobraba por servicios de izquierda
cuando no se podía controlar. Inés quería escalar posiciones, olvidarse
de su pasado miserable en una de las provincas más pobres del país y
asegurar a su pequeña hija y hermanos menores un buen pasar. No le
importaba mentir ni emboscar para quedar ella como la fiel empleada.
No creas en lo que dicen de mí, me repetía todos los domingos que desayunábamos. No sabía ella que a mí no me hacía falta creer en nadie sino ver sus movimientos en las jornadas laborales y oír sus charlas a pocos metros de mi puesto. Además había podido atestiguar más de un revolcón con los jefes cuando en una emergencia me tocaba subir a los pisos superiores cuando estaba de turno. Era capaz de estar no con uno sino con los tres. Era capaz de hacer mil favores para tener un departamento en pleno Palermo Soho y vacaciones extendidas para visitar a los suyos. También fui testigo de sus artimañas para enganchar al sereno del hotel para hacer que ninguna otra recepcionista se quedara por más tiempo del que ella creía prudente.
No creas en lo que dicen de mí, me repetía todos los domingos que desayunábamos. No sabía ella que a mí no me hacía falta creer en nadie sino ver sus movimientos en las jornadas laborales y oír sus charlas a pocos metros de mi puesto. Además había podido atestiguar más de un revolcón con los jefes cuando en una emergencia me tocaba subir a los pisos superiores cuando estaba de turno. Era capaz de estar no con uno sino con los tres. Era capaz de hacer mil favores para tener un departamento en pleno Palermo Soho y vacaciones extendidas para visitar a los suyos. También fui testigo de sus artimañas para enganchar al sereno del hotel para hacer que ninguna otra recepcionista se quedara por más tiempo del que ella creía prudente.
Inés siempre tejía, siempre
sonreía... A medida que pasó el tiempo me fue tomando cariño, pues
percibía en mí una notoria pena y ostracismo que sólo se quebraba para
cumplir con mi labor de alquilar una habitación. Ella me veía como una
niña e intentaba mantenerme lejos de los rumores, y hasta me consentía, para
sorpresa de todos mis compañeros. No sabía ella que yo no tenía nada de
inocencia, que nunca la tuve y la descubrí con la primera mirada.
Conviví con el veneno de Inecita durante los dos años en que trabajé para el Hotel Tandil. Para sorpresa de ambas y del resto no nos peleamos ni una vez. A pesar de conocerla bicha no tenía por qué agredirla, juzgarla ni condenarla por sus actos. No es que creyese que dios o el destino se encargaría de ella sino que no me importaba tanto convertirme en justiciera, pues era demasiado consciente de la capacidad de sobrevivir de este tipo de gente.
Conviví con el veneno de Inecita durante los dos años en que trabajé para el Hotel Tandil. Para sorpresa de ambas y del resto no nos peleamos ni una vez. A pesar de conocerla bicha no tenía por qué agredirla, juzgarla ni condenarla por sus actos. No es que creyese que dios o el destino se encargaría de ella sino que no me importaba tanto convertirme en justiciera, pues era demasiado consciente de la capacidad de sobrevivir de este tipo de gente.
El mundo mismo estaba lleno de
injusticias más evidentes, más nocivas y contra ellas tampoco podía.
¿Podría haberla entregado? No, ella tenía su lugar bien ganado y los que
entraban a desafiarla no eran menos arribistas que ella. Uno se
encuentra con gente así todo el tiempo y meterse para impartir algún
tipo de justicia es absurdo, una pérdida de tiempo total. Hay que
convivir y dejar que se autodestruyan con sus propias actitudes.
Cuando
dejé mi trabajo le di un beso bien sonoro en su blanca mejilla y ella se
apretó con su delicioso cuerpecito contra el mío diciendo que había sido
grato trabajar conmigo. Yo no la desdije por cuanto eso era lo que
había hecho. Tras el adiós nunca más supe de ella.
10 Comentarios
Cuando leí este escrito en su blog personal, sentí que estaba leyendo la historia de un personaje universal, de una circunstancia universal.
ResponderEliminarEl arribista rastrero es uno de los personajes más comunes y nocivos que pueden existir. Diría que están en todos lados.
No siempre se autodestruyen, y el daño que suelen causar a los demás es muy superior a su propia contribución a cualquier trabajo.
Una excelente narración sobre un personaje que nos recuerda a muchos otros personajes similares.
Un abrazo grande mi querida Lorena.
A las mujeres nos ayuda el instinto a ver cuando hay una que nos quiere embaucar con su falsa amistad y dulzura. Los hombre siempre zucumbe ante la tentación. Una viva total.
ResponderEliminarSaludos!
Esas gentes me sacan de la vaina. Existen para hacerte la vida miserable y te agotan las fuerzas. Hay que ser pillos para salir indemne pero tembién sabotearlos.
ResponderEliminarMe lo acaban de recomendar. Buen sitio y muy buena historia. Tuve muchos compañeros de trabajo parecidos a Inés.
ResponderEliminarUn gusto
Carlos
Demasiados demasiados demasiados. Los inecitos del gobierno chileno son lo peor. Inecitos, me gusta el término.
ResponderEliminarSaludos, muy buena historia.
Hombres sucumbiendo ante Inecitas terribles. Es una mierda, pero real en todo caso. Aquél que no caído en esas marañas que tire la primera piedra! Son partes de la jungla. Hay que saber llevarlas y ser mas listo, es todo.
ResponderEliminarMi naturaleza no detecta nunca el peligro, soy incapaz de darme cuenta hasta que es demasiado tarde cuando una persona me amenaza. Peco de inocente!
ResponderEliminarPerfecto relato. Equilibrio entre la forma (exquisita) y el fondo (como Muzam dice, es un personaje universal). Se relee una y otra vez -como dicen los canutos- con gozo en el alma grande....
ResponderEliminarsaludos, escritoraza, maestra y amiga
Desde hace un tiempo he optado por tener una actitud más bien evasiva con estos personajes, es mi modo de sobrevivirme.
ResponderEliminarGracias por los comentarios.
Un abrazo.
puta puta puta puta puta puta puta puta puta puta puta puta puta puta puta puta puta puta puta puta puta puta puta puta puta puta puta puta puta puta puta puta puta puta puta puta puta puta puta puta puta puta puta puta puta puta puta puta puta puta puta puta puta puta puta puta puta puta puta puta puta puta puta puta puta puta puta puta puta puta puta puta puta puta puta puta puta puta puta puta puta puta puta puta
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