LILYMETH MENA -.
Hace ya algunos años que el psiquiatra me medica con un leve antidepresivo. Mucha gente prefiere andar moqueando y sufriendo la vida en lugar de aceptar que algo no anda bien. No, no es sencillo, pero no es valiente aquel que rechaza la ayuda, sino quien reconoce que la requiere, la pide y la acepta.
El medicamento que llevo años tomando me mantiene de buen humor, me relaja, me vuelve un poco despreocupada del mundo y sus problemas, pero no por ello inconsciente.
Hace unos meses cuando sufrí la pérdida de mi ojo izquierdo, y digo pérdida porque así es como te lo dicen los médicos técnicamente, no porque en realidad no tenga ojo o no sepa donde diablos me lo he dejado. Sigue en el mismo maldito lugar de siempre sólo que clínicamente ciego.
Bueno pues a lo que iba; cuando me sucede eso de “perder el ojo” en diciembre pasado, no me era posible conciliar el sueño. Por muy cansada que me sintiera y por muchos bostezos o lágrimas que soltara, no podía dormir.
El psiquiatra me preguntaba entonces lo que supongo que cualquiera habría preguntado, cosas de rutina como ¿Cómo te sientes? ¿Tienes miedo? ¿Estas muy triste por lo que te pasó? Yo le soltaba entonces mi discurso que creo que me aprendí de memoria para repetirlo mil veces hasta que yo misma me lo creyera.
“Nunca en la vida tuve buena visión así que aprendí a no depender de ese sentido, contrario al resto de la gente. Y lo he ido perdiendo tan paulatinamente que me ha dado tiempo de habituarme. Aunque le confieso que a sabiendas de mi padecimiento crónico degenerativo, siempre viví con el miedo de lo que sería de mi el día que perdiera un ojo o ambos. Ahora que ya sucedió el mayor de mis temores, el que no me dejaba vivir plenamente, me doy cuenta que no es lo peor que le puede pasar a uno. Lo que temía ya pasó y yo aquí sigo. Toqué el fondo del abismo y estoy de pie”.
Entonces el médico y la gente me decían lo valiente que era yo por mi modo de tomar las cosas y lo bien que me sobreponía a mi situación.
Yo misma me lo decía cada mañana.
Ante la borrosa imagen del espejo.
Pero llegué a pasar ocho días sin dormir más de unas cuantas horas. La migraña y otros achaques comenzaron a hacer merma y para la siguiente consulta era evidente para el galeno que mi discurso, aunque coherente, no era quizá del todo cierto.
“Por mucho que me digas que estás bien y que me demuestres que tú sola puedes, es algo muy duro por lo que estas pasando. Creo que necesitas descanso”. Así que me recetó unos comprimidos de Clonazepam, 25 piadosos miligramos que me cambiaron la existencia.
Desde entonces no he dejado de tomarlo porque duermo a pierna suelta, despierto fresca, de muy buen humor, y puedo seguir con mi vida. Pero…(si, siempre y para todo existe un pero), no es sino desde que me entrego a los brazos de Morfeo bajo el influjo del Clonazepam, que he tenido los sueños mas fantásticos, los más maravillosos y los más terribles de toda mi existencia.
Los más fantasiosos rebasan por mucho cualquier película que el celuloide haya reproducido jamás. Igualmente los maravillosos en los que me veo envuelta en tramas con efectos visuales que el hombre aún no ha concebido, son increíbles; pero lo que realmente me apura (aunque no demasiado), son los terribles, los siniestros, esos que al despertarme me doy cuenta que son tan espantosos, que nunca me imaginé que algo como eso estuviese escondido en algún recóndito rincón de mi trastornado (ahora lo sé) hipotálamo.
Sueños tan infames que no solo me daría pena compartírselos a alguien, incluso escribir sobre ellos me causaría mucha gravedad.
Me doy cuenta de cuan cierto es que todos tenemos un lado oscuro en donde no pega ni un poquito de luz, que muchas veces ni nosotros mismos sabemos en que parte nuestra se oculta, y lo peor de todo, cuando podría salir a flote.
Todas esas personas que han llegado a su “punto de quiebre” y han cometido actos terribles, se han dejado vencer quizás por esa infame parte que todos poseemos.
Hace poco un psiquiatra muy joven que estaba de interno en el hospital para terminar su maestría, me comentaba que en realidad “No todos podemos ser totalmente buenos, ni totalmente malos”.
En ese momento me quedé muy seria mirando hacia el suelo y recordé el encabezado de un diario amarillo que leía el copiloto del transporte publico uno de esos días; sobre un señor “normal” con un trabajo estable y una vida cómoda, que una mañana sin mas ni mas, asesinó a sus tres hijos, a su esposa, a su madre, al perro de la familia y luego se disparó él mismo.
Es imposible conocer el índice de maldad en una persona.
Siempre he pensado que el poder de la mente guarda muchos misterios para el propio hombre, que nunca se sabe como va a reaccionar uno ante tal o cual situación, y ahora comprobando cuan oscuro es ese lado nuestro que no podemos ver, espero nunca verme en los titulares de los diarios amarillos.
Ni a ti, o…a ti. Espero que todo quede entre el Clonazepam y yo.
6 Comentarios
Qué duro. Lo leo como un suceso real y si no lo es imagino que algunos que atraviesen situación similar podrían expresarse de este modo.
ResponderEliminarMuy interesante, saludos
crudeza, talento y precisión de cirujano... eres grande, escritora
ResponderEliminar¿Qué quieres que te diga Lilymeth, compañera? Esa inhibición casi hipnótica que producen ciertos medicamentos es a veces un compañero de camino incómodo e inquietante, pero necesario.
ResponderEliminarY lo digo por propia experiencia, lo sabes.
Leerte ha sido extraño, un poco como leer mi propia experiencia con otras palabras. Sin duda más hermosamente expresada.
Un abrazo!!!
Dura experiencia pero la vida siempre le gana a la muerte.
ResponderEliminarRealidad pura
Suelen escribirse tratados enormes para intentar explicar lo que tú explicas con maestría y asertividad en tan pocas líneas, Lilymeth.
ResponderEliminarTodos los posibles y el universo mismo están dentro de nosotros.
Un abrazo fuerte.
Honesto y sabio escrito.
ResponderEliminarSaludos