Escribir a oscuras como ciegos

LILYMETH MENA -.

Cada mañana justo unos segundos antes de abrir la puerta hacia la calle, bloquea como mejor puede el pensamiento inevitable de si saldrá para volver. Ya dados los primeros pasos sobre la acera y de sentir los rayos del sol sobre el rostro, le importa poco, pues al final de cuentas nadie tiene por seguro si volverá o no a casa cada noche.

Su vida ha cambiado mucho desde que paso aquello.

Ahora es una agradecida de la vida que se la vive canturreando “sha la la” todas las mañanas mientras toma el sol con sus pequeños pupilos en el jardín. Nada como “shalalear” y comer manzanas bajo el sol rodeada de sonrisas.


Ya de vuelta a casa su andar es muy distinto al de temprano.

Aunque ella hace lo posible por evitarlo sus pasos no son firmes y rectos, sino marcadamente hacia fuera y vacilantes.

Siempre vacilantes. Nunca se sabe lo que hay delante, sobre todo cuando un metro mas allá de tu nariz existe esa bruma delgada que lo cubre todo.

Tras las gafas oscuras ella aun puede ver y observa el mundo, el rostro de la gente que sin ningún disimulo le mira como si nunca en su vida hubiese visto algo parecido antes. El morbo de ese tipo es una cosa tan incomoda como involuntaria, como el ronronear de un gato, brutalmente natural y disoluto.

Por eso no es importante.

El uso del bastón y ese balanceo de sus pasos de un lado al otro buscando evadir posibles obstáculos, cansa; aquella rodilla lastimada años atrás se duele luego de subir todas esas escaleras y esperar el tren en el andén.

La diferencia es que ahora existe dentro de ella una humildad que nunca conoció antes, quizá por que no la entendía ni la necesitaba, una que no humilla ni empequeñece sino todo lo contrario. Ha aprendido a semejanza de Blanch Dubois, a agradecer la bondad de los extraños. Una Blanch agradecida pero menos loca.

Casi siempre alguien, no importando la edad, sexo, si se encuentra seguramente igual de cansado que ella o no, le cede el asiento para que viaje segura y tranquila.

Si, es difícil de imaginar, pero todavía existe gente buena.

El peculiar y rutinario sonido del bamboleo del tren, la obliga a cerrar los ojos y ver así, a ojos cerrados. Sigue mentalmente la lista que ha planeado ir archivando para guardar, todas esas imágenes que necesita para cuando le haga estragos, una fuente inagotable de fotografías mentales para tener de donde echar mano, donde siempre harán falta tu sexo, tu sonrisa y tu mirada.

Quien sabe por que, pero a diferencia de la ida, el regreso a casa siempre se le antoja más veloz.

Es cuando cierra el pesado portón de la entrada que suspira, que se sabe segura entre esas paredes, escalones y habitaciones conocidos. Que puede doblar el ya gastado bastón, colgarlo del perchero, sentarse frente a su vieja computadora y dejarse volar.

Antes perderá lo que le quede de vista que dejar de teclear.

Antes dejar de vivir lo mejor posible como hacemos todos, que dejar de escribir a oscuras como ciegos.

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5 Comentarios

  1. potente y conmovedor... una vuelta de tuerca, un remake a esos entrañables derrotados de un Tranvía Llamado Deseo... gusto verte por acá, Lilymeth. Se te extraña cuando no escribes.

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  2. Hasta el último rostro, hasta la última nube, acumular imágenes, ahorrar, porque luego, mucho más tarde, se transformarán en sonrisas en la oscuridad. Y el teclado no perderá su sitio, el teclado se memoriza, aunque se le gasten las letras de la superficie.

    Emotivo relato, querida Lylimeth.

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  3. Estoy seguro que la narradora ve el mundo con los raxos X de la bondad. Y eso no hay forma de perderlo. Saludos. Muy bueno.

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  4. Desde su oscuro lugar tiene mucho que contar. Esta narradora nos hará ver cosas que aún no imaginamos como sentires y sensaciones que pocos elaboran con el pensamiento como ella.
    Muy bueno, un abrazo.

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  5. Los ciegos ven más que los que conservan intacto el sentido de la vista. La gente anda por ahí a tientas, a las corridas en al oscuridad aun en pleno día.

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