CLAUDIO RODRÍGUEZ MORALES -.
Abogado, especulado bursátil, millonario, terrateniente de la zona central de Chile, político en el tiempo libre (es decir, la mayor parte de su tiempo), caudillo clientelista del Partido Liberal Democrático, Ministro de Estado, Presidente del Senado y causante de la caída de muchos ministros por sus permanentes interpelaciones al gabinete. Hablamos de Juan Luis Sanfuentes, también conocido como el “Príncipe” o “Árbitro de la política chilena”, la encarnación viva del parlamentarismo oligárquico existente en Chile entre 1891 – 1920. Fue precisamente este último factor el que acabó jugándole en contra cuando llegó a la Presidencia de la República en 1915, apoyado por la Coalición (grupo político de conservadores, ex balmacedistas y facciones liberales), donde sus adversarios le hicieron pagar con la misma moneda su afán figurón y obstruccionista.
Al momento de asumir la Primera Magistratura, las fotografías lo muestran como un hombre maduro, calvicie elegante, bigote grueso, lleno de salud y energía. De hecho, su contextura gruesa obligó a la confección de una Banda Presidencial propia de su talla y sus ampulosos movimientos. Los más optimistas –en su mayoría, políticos beneficiados con favores y puestos en la administración del Estado durante su paso como Ministro del gobierno de Federico Errázuriz Echaurren- veían en aquello el presagio de una senda de prosperidad y de grandes avances para el país.
En su calidad de Presidente, Sanfuentes optó por mantener la neutralidad del gobierno chileno durante la Primera Guerra Mundial, lo que significó un fugaz fomento de la industria. Como era de esperarse, toda esta faramalla tuvo un nulo beneficio para los asalariados y empleados, así como tampoco constituyó el punto de partida de un proceso de expansión productiva que haya podido proyectarse en el tiempo, una demostración más de la ceguera histórica de nuestra clase empresarial. Aún más, esta desidia de oligarcas y burgueses acabó en una crisis de proporciones monumentales, diez años más tarde, cuyo saldo no lo pagaron ellos -era que no- sino el bajo pueblo.
La política económica aplicada por el equipo de Sanfuentes apeló a los ahorros fiscales y privados (de hecho, en lo único que no se limitó fue en la construcción de establecimientos educacionales, sin duda, lo mejor del período), lo que generó discrepancias en adversarios y, al poco tiempo, entre sus propios partidarios. A eso sumémosle la crisis del salitre derivada del fin de la Gran Guerra y las hordas de trabajadores emigrando del norte al centro del país, conformando las primeras poblaciones marginales e insalubres de Santiago de Chile. Definitivamente, había dejado de rendir crédito el estilo pragmático característico del “Príncipe”, más cercano a las circunstancias del momento que a cualquier tipo de dogma político. De hecho, Sanfuentes era heredero del ex Presidente José Manuel Balmaceda, quien se suicidará en 1891, luego de ser derrocado por la alianza de la Armada, el Congreso y las firmas salitreras inglesas, y cuyo período se caracterizó por un presidencialismo fuerte, nacionalista y de corte autoritario, todo lo contrario a lo llevado a cabo por el "Principe".
Finalizada la guerra civil, Sanfuentes se dedicó a actividades privadas antes de volver en gloria y majestad a la política como un caudillo del Partido Liberal Democrático –no cualquier caudillo, sino uno destacado- al cual el régimen parlamentario le resultaba acorde con sus fines.
Al no podeer materializar los planes de gobierno, se generó una reacción adversa en parte de la población hacia la figura del “Príncipe” y su equipo, en especial en las clases populares que ya contaban con una nueva arma de combate: la organización política.
Para comprender el fenómeno, debemos remontarnos a fines del siglo XIX y principios del XX, con el surgimiento de la llamada “Cuestión Social”, fenómeno propio de la industrialización y de la urbanización, no sólo de Chile sino de buena parte del mundo, y sus correspondientes consecuencias sociales, laborales e ideológicas. Estamos frente a una creciente fuerza de trabajo dependiente de un salario y, dada la precariedad de este, con problemas sin solución de vivienda, atención médica y salubridad. Ante la nula respuesta de parte de los dueños del capital y de las autoridades, la “Cuestión Social” derivó en la constitución de organizaciones destinadas a defender los intereses de esta nueva “clase trabajadora” –en su mayoría de inspiración socialista, anarquista o comunista-, teniendo como mecanismos de acción las huelgas y los choques callejeros –a veces armados- con la Policía, el Ejército y la Armada.
PODER EN JAQUE
Heredera de la “Cuestión Social”, la Asamblea Obrera de Alimentación Nacional (AOAN) se convirtió en uno de los principales dolores de cabeza del gobierno de Juan Luis Sanfuentes. Fundada en marzo de 1818 por iniciativa de los trabajadores ferroviarios que integraban la Federación Obrera de Chile (FOCh), por primera vez en la nuestra historia social las clases populares plantearon, a través de la reflexión y la movilización callejera, una solución a problemas que no sólo los afectaban directamente, sino también aquellos que involucraban a todo el país. Eso significó una interpelación directa a la oligarquía y sus representantes políticos, partiendo por el propio gobierno de Sanfuentes.
El origen de la AOAN se encuentra en las luchas sindicales de las organizaciones obreras de las primeras décadas del siglo XX y las movilizaciones organizadas por Partido Democrático (una suerte de partido de inspiración socialdemócrata), para la disminución de los precios de la carne y de los cereales, con el correspondiente control de las exportaciones de estos productos. Sus principales líderes fueron el dirigente socialista Carlos Alberto Martínez, como presidente, y el anarquista Moisés Montoya, como vicepresidente. Sin embargo, su composición trascendió la ideología de ambos dirigentes y se extendió también a la clase media y profesionales liberales, los primeros en desertar cuando la causa se volvió cuesta arriba.
El 22 de noviembre de 1918, tras una convocatoria de la FOCh, tuvo lugar una masiva manifestación de cien mil personas en el centro de Santiago. El carácter pacífico del encuentro le permitió al secretario de la AOAN leer, en el mismo despacho del Presidente de la República, todo el petitorio elaborado por la asamblea y que significó una relativa legitimación del movimiento y sus demandas por parte del Ejecutivo. Entre estas demandas se encontraban detener la exportación de cereales, abolir el impuesto a la carne argentina, entrada libre para el azúcar, arroz, té y café y el abaratamiento del transporte de alimentos.
Superado por las circunstancias, el parlamento se vio obligado a tramitar varios aspectos del petitorio, como la suspensión del impuesto al ganado argentino, la destinación de los impuestos al arroz y al té para arreglar caminos, la creación de almacenes fiscales para la venta de productos de primera necesidad, el fin de los intermediarios privados sobre productos de chacarería y la instalación de ferias libres.
Sin embargo, la prensa oficial, representada por el diario El Mercurio, calificó en decenas de artículos, editoriales y crónicas a la AOAN como una instancia previa a la revolución y a la destrucción de todo el orden social existente. A esto se sumó una oleada represiva por parte de los otros poderes del Estado, en especial cuando la asamblea se declaró insatisfecha con las medidas adoptadas por el Gobierno en un nuevo y masivo mitin, el 28 de noviembre de 1918. En la ocasión, sus dirigentes dieron un plazo de quince días a las autoridades para la creación de un Consejo Nacional de Subsistencia con poderes regulatorios. Como respuesta, la Corte Suprema instruyó a los jueces para aplicar mano dura a los “alteradores de la tranquilidad pública”, mientras que el Gobierno aceleró la aprobación de una ley para expulsar extranjeros del país, más aún si estos eran colaboradores de los “revoltosos”.
Dentro de la serie de méritos que es posible atribuirle a la AOAN, se encuentra el haberse dado a sí misma la condición de poder soberano, como si se tratase de otro poder del Estado. Además, la elaboración de acabados documentos como petitorios, resúmenes de acuerdos anteriores, avances y retrocesos de las propuestas, réplicas a congresistas por el no despacho de leyes y hasta propuestas económicas de fomento a la regionalización.
La situación de las clases populares del país se encontraba tan desmedrada que las propuestas surgidas en estas movilizaciones no fueron más que instancias tendientes a establecer un mínimo piso de seguridad social con la creación de cooperativas de consumo y la dictación de leyes sobre accidentes del trabajo, organización obrera, organización campesina de inquilinos, viviendas populares, asistencia médica e instrucción escolar. Algo completamente lejano a una eventual revolución de carácter socialista, temor pregonado con insistencia por El Mercurio y el resto de la prensa oficialista.
La capacidad de convocatoria de la AOAN no ha tenido parangón en nuestra historia social. Los registros dan cuenta de la participación en sus diferentes instancias de representantes no solo de Santiago, sino también de San Fernando, Temuco, Valparaíso, Antofagasta, Rancagua, Chillán, Valdivia, Talcahuano, San Felipe, Quillota, Calera y Los Andes. Además, formaron parte de ella delegaciones estudiantiles, de obreros gráficos, zapateros y empleados fiscales.
Como en muchas situaciones similares, la AOAN comenzó a verse permeada no solo por los ataques de los poderes oficiales, sino también por sus propias huestes. Antes la influencia alcanzada y la supuesta radicalidad de sus exigencias, representantes de la clase media y de facciones liberales la declararon disuelta, mientras la Policía y el Ejército atacaron sedes de organizaciones como la Federación de Estudiantes, FECh, a modo de represalia por el protagonismo creciente que había adquirido la AOAN en la población. Se relegaron y sometieron a torturas a dirigentes, como fue el caso de Luis Emilio Recabarren, y se persiguió a la oficialidad joven del Ejército, en su mayoría comprometida con las propuestas de la AOAN.
De hecho, el Ministro de Guerra del gobierno de Sanfuentes, Ladislao Errázuriz, elaboró un montaje sobre un potencial enfrentamiento bélico con Bolivia –afectada por una revolución interna- para justificar el traslado de miembros del Ejército y reservistas de la oficialidad joven a la frontera del norte y reemplazarlos en los cuarteles por oficiales gobiernistas.
Lentamente, la AOAN fue perdiendo su legitimación del espacio público, al tiempo que los sectores populares optaban por restarse de la participación activa y delegar sus problemas en un líder carismático y populista: el ex parlamentario, ex Ministro y líder de la Alianza Liberal, Arturo Alessandri Palma, favorito para ganar las próximas elecciones presidenciales.
La AOAN fue disuelta en febrero de 1920.
Tras la reñida contienda electoral -donde resultó ganador Alessandri - y previo a la ceremonia del cambio de mando en el Congreso Nacional, el Presidente Juan Luis Sanfuentes fue despedido por el público con abucheos y objetos lanzados desde las aceras. Sanfuentes mantuvo su porte distinguido y una leve sonrisa, que más bien era una mueca de desagrado. El “Príncipe” se retiró de la política para vivir sus últimos días con su esposa en su hacienda del poblado de Camarico.
3 Comentarios
Excelente desarrollo, fue como asistir a una buena clase de historia.. de esas que no abundan en los pasillos húmedos de las facultades de nuestras decadente Argentina.
ResponderEliminarMuy bueno, saludos.
Muy instructivo el texto y además entretenida la forma en que nos presentas este tema.Me quedo con el deseo de continuar explorando por los laberintos políticos de Chile.A esperar.
ResponderEliminarsaludos
Textazo. Una genialidad lo suyo para publicar este tipo de cosas y que resulten de lo más interesantes.
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