Publicada en el suplemento La Cultura Domingo de La Nación de Chile
en otoño de 2005, en incluida en el libro "La poesía no es personal
(extractos de entrevistas de Gonzalo Millán)" (Alquimia Ediciones,
2012):
Sentado
en un banquito al interior de un moderno departamento ubicado en calle
Eleuterio Ramírez, Gonzalo Millán estruja con lujuria una bolsita de té.
“Pudiste haber traído un copetito para ti”. Millán ya no bebe o intenta no
hacerlo porque “el alcohol, pese a lo que se piensa, es una droga dura, como la
cocaína o la heroína, y es sumamente adictiva. Y ojo que esto te lo dice un
bebedor con 45 años de experiencia”. Antes de este momento habíamos hablado por
teléfono en un par de ocasiones. Recuerdo que en la primera me había dicho
escuetamente sobre su nuevo libro, a punto de ser editado por la Universidad
Diego Portales: “Estoy coagulando”.
-¿A
qué te referías con eso?
-A
que todavía estoy procesando.
-Entonces, el proceso creativo en el caso de un poeta
sería, en términos médicos, sería desangramiento, coagulación y...
-Los
libros son cicatrices.
Millán
me para en seco para preguntarme si quiero algo. Le acepto un café. Cuando
estamos por reanudar, suena el citófono. Mientras contesta, aprovecho para
observar el pequeño espacio donde estamos y los libros y las manchas en la
alfombra, las cicatrices del departamento.
-El libro -retoma Millán- no da cuenta del proceso
creativo. Aunque trato de incorporarlo a modo de huellas, nunca es completo. Un
ejemplo que siempre me ha gustado es esa escultura de los esclavos de Miguel
Ángel, en donde el mármol no es esculpió por completo. Entonces la materia
bruta, que es la base de la escultura, adquiere un valor especial en su
totalidad. En términos escriturales, yo trabajo con un doble simbólico: el
autobiográfico y el objetual, uno donde soy sujeto y otro como objeto.
-¿Las huellas vendrían a ser parte de lo autobiográfico?
-No
necesariamente. Lo que se trata es de crear efectos de verdad, porque esto (la
literatura) es una representación y no existen verdades absolutas. El libro
“Croquis” que trabajo actualmente responde a este propósito técnico.
-Dentro del dibujo, el croquis viene a ser lo más básico.
-El
croquis da cuenta de la memoria del proceso y, con él, uno debe ser capaz de
reconstruir el dibujo entero.
No
es primera vez que Gonzalo Millán realiza este cruce entre poesía y pintura.
Hace un tiempo publicó “Claroscuro” que trataba sobre la pintura del pintor
barroco Caravaggio y cómo él la veía desde la poesía. “Croquis” es una
extensión de este trabajo, pero con más pinturas y con más pintores.
-Me gustaría que volviéramos a esta idea del libro como
cicatriz, que si más no recuerdo es un concepto que también trabajó Paul Celan.
-Me
interesan mucho las marcas. Las experiencias vividas se traducen en marcas. La
verdadera autobiografía es contar sobre las cicatrices, sobre el trauma que
provocaron esas experiencias. En este sentido, uno es escrito por la vida y no
al revés. Por eso cuando uno escribe debe empezar por la cicatriz.
-¿Eso no lo hace el lector al “abrir el poema”, como tú
dices?
-Pero
también el escritor. Hay que recorrer el dolor e ir a su comienzo. La cicatriz
es sólida y es el efecto final de una coagulación (coagulatio, en latín)
y, para escribir de ella, hay que abrirla de nuevo.
-Bueno, pero estamos en un país en el que nuestras
autoridades precisamente dicen lo contrario.
-Mientras
algo siga siendo traumático, provocará dolor. Por ejemplo, hay amputados, a
quienes aún les sigue doliendo el brazo o la pierna que perdieron. Y esto se
explica porque cuando uno es amputado, la imagen de uno a veces no cambia.
Ahora, lo interesante también es hablar de la prótesis que esconde muchas
cosas, por ejemplo la amputación, pero que también ofrece sublimaciones del
dolor. El papel y la tinta son las prótesis del poeta.
No
sé para dónde nos estamos yendo. Aprovecho entonces para recordar la última vez
que vi a Millán. Fue en el bar Cinzano, en Valparaíso, a finales del año
pasado. Comimos, bebimos, junto a su pareja y la escritora Cynthia Rimsky.
Aquella noche Millán se fue a pura gaseosa. Así es que las leyendas de aquel
poeta que se transformaba en un monstruo gracias al alcohol no las pude
comprobar.
-Es
necesario -vuelve a retomar Millán al ritmo de su último sorbo de té- ir
adecuando lo que uno ha escrito al presente. Y este ejercicio supone cierto
sujeto, un sujeto monolítico (el de la modernidad), blindado. Entonces entre la
subjetividad y lo externo surgen muros, un aparataje.
-En esta sociedad, el sujeto exitoso es aquel que tiene la
habilidad de levantar muros e imperios.
-Desde
luego, y el poeta ante esa realidad se expone, se abre a los demás.
-Entonces las cicatrices no serían ya los libros sino los
poetas.
-Exactamente.
Los poetas somos unos leprosos. Y lo más patético es que todos los días nos
maquillamos, nos disfrazamos, adquirimos roles, porque de lo contrario te hacen
pebre. Cuando llegamos a casa, nos sacamos el maquillaje y por fin la gran
escena termina.
En este momento, Gonzalo Millán se levanta de la mesa y camina hacia su habitación. Vean su extraña manera de caminar. El gesto de poeta paso a paso. Cuando regresa, tiene en sus manos una carpeta verde con algunos poemas inéditos. “Toma”, me dice entregándome uno muy largo para ser publicado. Millán sigue revisando sus inéditos, todos rayados, corregidos, coagulados. Mientras esto termina, alguien toma fotografías sin permiso.
Publicado en el blog del autor el 03 de julio de 2013
1 Comentarios
Los poetas son complicados.
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