Se atribuye a López Pumarejo, denostado por el de Otraparte, la frase. Aquella que reza: Cuando los colombianos estrenan vestido, cambian la manera de caminar.
Aunque la risa ante ciertas ocurrencias evita las consideraciones, quizá la del vestido nuevo y el caminar permitan algunas a propósito de nuestras incorregibles proclividades.
Obvia resulta la que interpreta la sentencia ( ¿? ) como el apego a lo superficial. Ese cascarón con el que pretendemos hacer un país, recuperar el rostro fragmentado en una devastación, abrir un solar en el cielo o en el infierno. Convertir la mentira y la apariencia en banderas que debemos seguir. Estandartes ripiados de la nada. Una más podría referirse al culto a la novedad trasnochada, novedad ajena que nos determina y nos enferma. El valor que destacamos de nosotros mismos, siempre es dependiente. Dependencia imposible. La sonrisa de mi enamorada es la de la reina con naftalina y verdín en la dentadura. El humor del Presidente tiene la finura (¿?) del humor inglés. Como el destripador de Londres que deja un poema entre las vísceras acuchilladas. Ese Senador es un estadista. Se refugia en las columnas en un agasajo para ahogar de meados a una inocente planta. Y no hay que mencionar las citas inventadas, por lo regular lugares comunes, que arrancan palmaditas de hombro, genuflexiones, miradas de ternero en matadero, nube humana que aisla a la autoridad de lo real y la pierde en el pozo de las alabanzas.
Donde se puede observar en su patetismo la agudeza de la expresión del reformador del 36, banquero cómodo en sus paños de buen telar y merecido sastre, que no se los quitaba para viajar en mula por los calores inclementes de Honda y el vapor de dragón del río Magdalena, es en aquellos colombianos que como repite la lengua del pueblo, se creen el cuento. Pobres ilusos que no han oído a los gusanos de cementerio en su murmurio.
Esa fe sin religión en el cuento modifica el caminar de funcionarios públicos que una mañanao eternidad ciega, les hace sentir, no cabe el pensamiento, que son escogidos para su designio por un rayo divino.
Entonces las austeras y precisas reglas de su ejercicio desaparecen en medio del hervor del antiguo caldero que los cocina como cruzados de una misión personal. El funcionario público está enjaulado en lo que la ley postula. El particular puede moverse en el silencio de la ley. Pero, ¡ay! aún no somos particulares. No sabemos que somos. Y esa invisibilidad nos daña. Clientes de prostíbulos de tres pesos, masturbaciones de letrina.
El caminar alterado, permite amenazar a los jueces si casan a las personas del mismo sexo. Les dio la gana, y amor o interés, es respetable, como el del banco que nos roba, el prestamista que nos extorsiona. Y de paso se lleva en banda el principio sostenedor de la sociedad: el juez es autónomo y mientras ejerza al imperio de convicciones jurídicas, lo abrazaremos aunque nos mande al calabozo.
2 Comentarios
Estan dando puras vueltas, lo razonable sería un cambio de actitudes y empezar a caminar para el frente. Es un tema demasiado viejo, demasiado superado para seguirle dando vueltas.
ResponderEliminarBuen artículo, estimado Roberto.
ResponderEliminarSaludos cordiales