ROBERTO BURGOS CANTOR -.
El 24 de enero de 1913, siglo pasado, un periódico de Bogotá, medio nacional como llamaban a los de la capital sin ninguna razón distinta a reafirmar las tiranías centralistas, su miope visión del país, su desconocimiento sin sanción, publicó una noticia, “Asaltan a modesto joven”.
Ella relataba como en la noche iba Marco Aurelio Nieto para su casa. En una calle cercana a una oficina del telégrafo tres sujetos lo asaltaron y uno le pegó en la cara. Nieto es un joven humilde y modestísimo. Dependiente de don Gonzalo Carrizosa en su tienda de licores donde sirve al público con mucha cultura.
El periódico pregunta “¿Hasta dónde nos llevarán estas situaciones?, ¿¡hasta cuándo!?”
Pregunta de indignación sincera, de aprecio por los oficios humildes, y preocupación por la seguridad y la justicia. 100 años después no hemos podido responderla.
Una lástima es que el periodista de intuición temprana ya nunca podrá saber hasta dónde nos ha llevado ese asalto con golpe en la cara al hombre humilde. El interrogante de ¿hasta cuando? dejó de ser un clamor de basta para convertirse en la vergonzosa desesperanza que soportamos.
A muchos nos estremece la empecinada saña con la cual los maleantes atacan a sus semejantes de condición y clase. Taxistas, vendedores de lotería, meseros de comederos con payaso de recepcionista, porteros de casas de citas, albañiles, fontaneros. Es difícil recordar el caso de espanto de un policía en una estación llevando a una niñita, hija de su compañero, al calabozo para violarla y después matarla.
Es probable que las situaciones a las cuales alude la prensa de 1913 nos hayan conducido al odio. A destruir al otro por no ser como yo. Por su entrega, a lo mejor ilusa, a un mundo sin un horizonte definido, sin aventura de realización posible. Parecería que el mensaje consiste en que todos nos volvamos asaltantes y ultrajemos la cara del joven Nieto. Una manera de igualación mediante el odio: Sé mi igual grita el delincuente, sé mi igual que los otros son peores que yo, y el peor-peor será el mejor. Como se nota estamos inmersos en las futurologías del cine, Mad Max y compañía.
Los pobres, los mismos pobres desde el de Asís, han seguido el ejemplo de sus patronos y autoridades. La fundación de los mezquinos privilegios del robo: impuestos, divisas, servicios públicos, contratos estatales (¿cuál Estado?), impunidad.
Lo más complicado es que nadie, ninguno, parece comprender lo que ocurre. Ni el legislador, ni el juez, ni el gobernante. Los tres ladrones del joven Nieto a lo mejor podían ser reformados. Los de hoy, los que matan por un teléfono móvil o una valija que no saben que contiene, o los vendedores de droga en las puertas de los colegios y al interior de las universidades, los secuestradores, no son sujetos de las antiguas doctrinas de corrección y resocialización.
Entre otras cosas porque este infierno no es sociedad.
1 Comentarios
Es más que usual que los organismos públicos, las instituciones y los mismos gobiernos estén secuestrados por formas de delincuencia. El ciudadano que sólo quiere vivir en paz termina siendo el gran mantenedor y la única víctima de un sistema podrido de principio a fin.
ResponderEliminarBuenísimo texto, estimado Roberto.
Saludos cordiales