LILYMETH MENA -.
Hace ya algunos años, cuando mi vida era (o al menos yo creía) perfecta, siempre tenía tiempo para caminar. Estacionaba mi auto afuera del colegio de mi niña y me iba al centro caminando. En ese tiempo vivíamos en Cuernavaca, una ciudad muy cercana al Distrito Federal, y sin embargo bien diferente, de clima húmedo-cálido y abundante vegetación. Muchas veces antes de perderme en las tiendas y calles del centro, me metía a la Capilla del Calvario. Pequeña y antigua, húmeda y fría, con no más de cinco gentes a esas horas. Una anciana con velo cantando desafinadamente con voz ronca, como si no hubiera en el mundo nadie, sólo ella y ese cristo de madera. Me gustaba entrar por que ahí podía pensar sin preocuparme de nada más. Nunca me ha disgustado la fe de las personas, al final la fe es como el amor. Sólo uno sabe donde depositarlos. Por el contrario, admito que siento un gusto muy extraño de que la gente crea, que halle sosiego y consuelo de manera tan sencilla. Que se sientan especiales, protegidos, acompañados. A veces les envidio. Si pudiese ser así como son ellos y dejar todo “En manos de dios”. Alguna vez de muy joven quise creer pero no resultó. Sin embargo, sigo pensando que creer es bueno para quien así lo siente, hablar con alguien y sentirte todo el tiempo acompañado es bueno y sano. Muy parecido a los niños que tienen a su “amigo imaginario”, que juegan y platican con él. Quizá sólo debemos preocuparnos cuando hay que servir un plato extra de comida, o cuando debes tener cuidado de dónde te sientas, no te vayas a sentar accidentalmente sobre dios.
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