ENCARNA MORÍN -.
En algún lugar del caos se atisbaba el ser humano que pugnaba por salir de su coraza. Pero de momento había llamado a la grúa para que retirara dos coches estacionados bajo una señal de prohibición, ya caduca. Alguien dio la orden de retirar los contenedores de basura de aquel fragmento de la calzada, pero la señal de prohibido estacionar quedó clavada en la pared.
Es alto, musculoso, de mediana edad y le gusta ejercer su autoridad. Sobre todo porque se escuda siempre tras la excusa de que obedece ordenes. Él no cobra por pensar. La pagan para hacer que se cumpla la ley. Tampoco ha hecho las leyes. Simplemente vela para que se cumplan. Además, esta semana tenía un poco bajo el cupo de sanciones asignado. Así que no lo dudó un instante y llamó a la grúa para que se los llevara.
Por allí no se movía ni un alma. Así que la mujer impertinente con ganas de conversación que vino a abordarle fue algo imprevisto, que no dejaba de darle una nota de humor a lo que ya era un hecho consumado.
-Señor agente -le dije desde la serenidad de que no se trataba de mi coche- pero si estos vehículos no molestan a nadie. ¿Por qué los hace retirar?
-Muy sencillo señora, porque estos conductores aprendieron perfectamente al sacar su carnet, que si se aparca bajo esta señal será sancionado.
Batalla perdida la de convencerle que casi era un abuso de poder retirar aquellos automóviles cuando toda la calle estaba casi vacía. Junto a la señal viaria, ya caduca, había una zapatería, una óptica y una tienda de piensos para animales sin clientes a esas horas.
La cara de los sorprendidos propietarios de los coches atormentaba mi alma, siempre dispuesta a condolerse con los débiles.
-Pero hombre tenga un poco de piedad, no solo se llevan la multa, sino además tienen que pagar la grúa y encima el disgusto de llegar hasta aquí y no encontrar el coche. Además la señal dice excepto carga y descarga, hasta 20 minutos.
-Sí, carga y descarga. Significa que aquí debería haber alguien descargando un saco de papas, por ejemplo, y como verá no hay nadie.
Ni manera de que se moviera de su rol. Mientras hablaba con la improvisada voz de la conciencia ajena que se había empeñado en abordarle con tal desfachatez, preguntó:
-¿Y usted no hace bien su trabajo?
-Claro que si, al menos lo intento. Soy maestra.
- Pues peor me lo pone. Usted está obligada a enseñar a sus alumnos a cumplir las leyes.
-Si, a veces me siento también un policía del sistema. -Y esto a él le pareció divertido-.
Hemos aprendido a sobrevivir en una sociedad que nos aporta cosas, confort, alegrías y también sacrificios, miedos, disgustos y sinsabores. Entramos en el sistema educativo cuando aún confiábamos ciegamente en los adultos. Ahí nos amoldaron a su modo y manera, según la realidad imperante.
Mi maestra, la señorita Mercedes nos ataba con cuerdas a los bancos de madera para que no nos levantáramos. Teníamos apenas seis añitos. Lo peor de todo era aquella ventana abierta por la que se podía ver nuestra humillación desde la calle. Y era muy fácil deshacer aquel nudo, pero ya estábamos bastante asustadas como para hacerlo. Aprendimos a golpe de palmeta los ríos afluentes, provincias y regiones de un país muy lejano para nosotros, y aún es el día en que sentimos que la metrópoli nos queda lejos, muy lejos de nuestro corazón y nuestra identidad.
En algún momento no entendíamos cosas abstractas y sin sentido. Pero sentíamos que la culpa era nuestra, que posiblemente si fuéramos lo suficientemente inteligentes, entenderíamos todo.
Ya en bachillerato, recuerdo aquella pizarra llena de flechas que la señora licenciada llamaba vectores. Ese primer encuentro con la física me hizo renegar de ella. Solo aprendí lo necesario para superar exámenes y sobrevivir al sistema con un título en la mano. Pero jamás me pude relacionar con la física de forma práctica. Mi abuela sabía conservar los alimentos y otras genialidades, sin embargo no había escuchado nunca la palabra química.
Incluso después de haber dejado de pasar exámenes, las pesadillas de éstos nos siguen atormentado. Un examen es un acto humillante que generalmente suele servir para demostrar que alguien tiene buena memoria o que posee unos nervios a prueba de suspenso.
Terminé siendo docente y posiblemente haya repetido muchos de aquellos errores de los que fui víctima, pero alguno no. He intentado cambiar lo que me ha parecido irracional e injusto con la dignidad de las personitas que durante algunas horas están en mis manos.
He conocido a lo largo de mi vida profesional siete leyes de educación diferentes, y aún veré alguna más. ¿Por qué será que cada cambio de gobierno éste la emprende con la ley educativa? Muchos teóricos que jamás han pisado una escuela nos dicen la mejor manera de escribir en un documento lo que vamos a hacer con los chicos. Parece que es de trascendental importancia que en la comparativa de estadísticas los resultados sean buenos. No importa a qué precio, tampoco para qué. Conseguir un título es subir un eslabón en el sistema social. Título que la mayoría de las veces se ha obtenido a base de superar exámenes teóricos. Lo que haremos con él tampoco a veces está muy claro. En este momento a algunos españoles les sirve para trabajar en una hamburguesería en Alemania, en una empresa de limpieza, o simplemente para engrosar las filas del paro.
Pero hay que conseguir un título o eres el último mono de la fila. Ayudar a las personas a ser felices es algo que el sistema educativo no se plantea. Se trata de aprobar exámenes, aunque la ley diga que estos son solo un instrumento más de la evaluación continua. La teoría la tenemos todos muy clarita.
Una solemne burocratización de la enseñanza nos lleva a los docentes a invertir muchas horas rellenando documentos, que a menudo sirven para cubrir el expediente.
La realidad de un aula es casi imprevisible. Hoy Adrián ha llegado con dolor de cabeza y está triste, nada de lo que hacemos parece interesarle. Necesita un abrazo y que alguien le transmita que cree en él. Es lo único que hace que abra las compuertas de su innata inteligencia. Sonia ha insultado a un compañero sin saber el significado de la palabra yonqui. Hemos leído un texto de piratas y eso ha despertado el interés de la mayoría… así que hay que buscar un espacio para cada situación. Después de localizar la palabra yonqui en el diccionario reflexionamos sobre el sentido e intencionalidad de los insultos. Relatamos el incidente por escrito y lo leemos en público. Más tarde ubicamos el Caribe en el planisferio, aprendimos nuevo vocabulario como corsario, bucanero, bergantín… y hasta indagamos en internet quien fue José de Espronceda. Calculamos su edad al morir, el tiempo que ha transcurrido desde su nacimiento y otras operaciones matemáticas relacionadas con su biografía. La clase es un espacio vivo abierto a la vida. Claro que podemos y debemos programar nuestro trabajo, pero no me pidan que tenga prevista cada actividad que realizo o estaría totalmente fuera de la realidad.
Con la misma dignidad que hago mi trabajo exijo respeto. No quiero medallas, ni condecoraciones, solamente necesito que se reconozca que conozco bien mi profesión y la ejerzo con responsabilidad. Todo a pesar de los permanentes cambios en las terminologías y la distribución del curriculum escolar.
La ley Wert, ya famosa por su claro intento segregador y clasista, está ahí, a la vuelta de esquina para que el próximo curso comencemos su aplicación. Además, se nos ha advertido que la espada de Damocles pende sobre nuestras cabezas. Vamos a ser inspeccionados “in situ” en nuestra aula, delante de nuestros alumnos, a ver si lo que hacemos coincide con lo que hemos escrito previamente en una exhaustiva programación. ¿Por qué será que las teorías educativas van por un lado y la realidad de las escuelas por un camino divergente? ¿Tendrá algo que ver con que la mayor parte de esos teorizadores educativos no han estado “a pie de obra” bregando en una escuela?
Y si… es cierto modo a veces somos improvisados policías del sistema que pretendemos que nuestros alumnos y alumnas se integren, se adapten, consigan un título, que respeten unas leyes que tampoco se aplican de forma igualitaria.
Pero nada de eso es incompatible con el respeto, con el afecto, con el cultivo de la autoestima, con establecer relaciones cercanas y seguras. Ya sabemos que los conocimientos se olvidan. Lo sabemos por todo lo que aprendimos en su día y ahora ni siquiera recordamos, además está todo en Google. Pero el carácter y la personalidad se quedan para siempre.
Todas las veces que nos dijeron que “no podíamos” era mentira.
Fotografía: Kristhóval Tacoronte
4 Comentarios
Son tantos los dilemas de la educación pública, tantas las orientaciones ideológicas, y los, habitualmente mezquinos, intereses en juego de la política y la gran propiedad, que se olvida la esencia misma de lo que significa la educación, que es ayudar a formar para ser mejores personas, alejarlas del prejuicio, la intolerancia, la ignorancia, la violencia.
ResponderEliminarMuy buen escrito, querida Encarna.
Abrazos
Hoy quiero felicitar al fotógrafo que engalana tan buenos relatos!!
ResponderEliminarSaludos
Un privilegio contar con la amplia gama de imágenes de la vida cotidiana captadas con tanto arte por Kristhóval. Abrazos!!!
EliminarMuchas gracias Alejandrita por tu buena mirada hacia mís fotos. Es un honor para mí. Un fuerte abrazo!
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