El legado de la ignorancia

ENCARNA MORÍN -.

El joven artista tenía una forma muy adecuada de ganarse la vida: ofrecía su arte efímero y los transeúntes de la avenida le obsequiaban con algunas monedas. Esculpir figuras en la arena era fácil y no precisaba inversión. Debido a ello, nunca tuvo que mendigar. Pudo viajar por el mundo con sus manos y su paleta como únicas herramientas.

Aquella mañana en que comenzó esculpir su figura en uno de los municipios turísticos del sur de la isla de Gran Canaria, dos policías locales uniformados le preguntaron por su permiso. Nunca había necesitado un permiso para jugar con la arena. Obviamente no disponía de él, así que fue instado a salir de la playa y abandonar su escultura, de una forma un tanto despótica e insensible.

El amable camarero del chiringuito de la playa estaba presenciando la escena, tan molesto como si se tratara de su propia obra derruida, se dirigió a él con el ánimo de consolarle.

-Este país es una dictadura, y en las dictaduras no hay cabida para el arte.

-Haga el favor de identificarse -le dice el policía que acertó a escuchar tales palabras-

-No tengo por qué, no he cometido ningún delito. A ver si ahora me van a prohibir expresarme.

-En ese caso nos va a tener que acompañar.

No daba crédito a lo que estaba sucediendo, pero se encontró en el interior de un coche policial que le trasladó a los calabozos y de ahí al juzgado donde se celebraría uno de esos “juicios rápidos”. La jueza no encontró delito en las palabras del señor camarero al dirigirse al escultor de arena, pero sí hubo de sancionarle con cincuenta euros de multa por no identificarse ante “la autoridad”.

Y el debate acerca de la libertad de expresión y la pérdida de derechos ciudadanos vuelve a estar servido. 

Vivimos en una pseudodemocracia que legitima el orden establecido fingiendo que lo decidimos nosotros mismos. Con manos libres para hacer y deshacer, los poderosos de turno, casi siempre mismos perros con distintos collares, legislan sobre nuestras vidas y las de nuestros hijos como si de su propio feudo se tratara.

La estela siniestra del dictador nos ha acompañado desde siempre. Esté en el Valle de los Caídos o en el umbral del infierno, su espíritu se ha tornado inmortal.

No es la ley igual para todos, desde que el mundo es mundo. El doble rasero para medir al pobre y al rico vino en su día a establecer las clases sociales. Al mismo tiempo se hace necesario que algunos de los propios pobres controlen a los otros y todo en orden.

Enumerar la larga lista de escándalos económicos ocurridos a la sombra del poder, es cansino. Cada día aparecen noticias intoxicantes en la prensa. Nos hemos familiarizado con el hecho de que hay “intocables” y “malditos desgraciados”.

Mientras que hay toda una gran familia real que vive de las arcas del Estado, cientos de miles de personas pasan hambre y necesidades. Por lo que cuesta uno de los bolsos de estas reinas y princesas comería una familia entera al menos un mes.

Tengo en mi espalda treinta y siete años de vida laboral muy productiva. Y al caer enferma por unos cuantos días con una gripe agresiva, que me impide moverme, compruebo atónita que durante los cuatro primeros días de mi enfermedad tengo que regalar al Estado el cincuenta por ciento de mi sueldo. Y si se prolongara algún día más se me “rebajaría” a un veinticinco la multa.

La familia de los bolsos y zapatos caros no tiene ese problema. Viven a cuerpo de reyes solo por ser quienes son. No han hecho oposiciones para ocupar su plaza, ni tampoco les ha elegido nadie una votación popular. Dicen que tiene sangre azul, pero eso es mentira. Y suponiendo que no lo fuera, tampoco justificaría su existencia.

Y si el escultor de arena es un genio que prodiga su arte por el mundo, a un uniformado que cobra por “mantener el orden” no es algo que le importe. Una mente lúcida y abierta pensaría que una escultura no deteriora el medio ambiente y, sin embargo, le da un toque de sensibilidad al paisaje. Se pararía observar la obra de arte con admiración, en lugar de pensar que por las miserables monedas que podría recaudar su autor, tiene que cotizar su porcentaje.

En el fondo todos somos un poco los cómplices silenciosos de distintos abusos de poder. Estoy midiendo bien mis palabras, por lo que pudiera ocurrir, que nunca se sabe. Pero desde aquí quiero enviar un efusivo aplauso al señor camarero del chiringuito. Un valiente, sí señor.

Fotografía: Kristhóval Tacoronte

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6 Comentarios

  1. Soli Cillero16/3/14

    Dónde está la justicia?
    Si la ve, dígale por favor que la ando buscando...
    también el lescultor de arena... .
    Llámala, Encarna, que nos dejan sin
    sueldo...peladitos...

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  2. Soli... voy a buscarla yo también. Si doy con ella te cuento. Abrazos amiga.

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  3. Haz medido muy bien las palabras. Medirlas no significa recortarlas.
    Me sumo a tu aplauso para el señor camarero y añado mi repulsa a la actuación de quienes parecen haber perdido la sensibilidad y el sentido común debajo de un uniforme.
    Hoy también estás educando, compañera.
    Gracias por estos empujoncitos.

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    2. Escuché una vez una frase que he grabado en la memoria, creo que es de un antiguo obispo brasileño. La frase es esta: "Los defensores de las causas perdidas son el ejército derrotado de la causa invencible". Un abrazo Mario. Tenemos que poner voz a las causas justas para que en elgún momento el mundo cambie de dueños.

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  4. El arte efímero ante la monstruosa maquinaria policial del Estado. Qué contraste tan simbólico de nuestra indefensión ciudadana.

    Muy bueno, querida Encarna.

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