ROBERTO BURGOS CANTOR -.
Una vez más se cumplió el rito. Las urnas de cartón como receptáculo de la voluntad humana. Para no mortificar a quienes registran con alborozo el progreso habría que destacar lo positivo de un aparato que pasó del fraude, la coacción y la ignorancia a un escándalo de las maromas y el descaro. ¿Cómo aceptar que a una comunidad seria y libre la representen quienes dicen representarla?
Una conjugación pecaminosa de factores herenciales, virtuosos unos, mafiosos otros, contribuyen a convertir lo que llaman política, en Colombia, en una alacranera de intereses pequeños, ausencia de país y regiones.
Si se sumaran los elementos del desastre hay que mencionar: una abstención inconmovible, una presencia del voto en blanco, y una ignorancia que produce dos millones de votos anulados por defectos en su utilización. Y la plata.
Parecería que los campanazos de la Colombia que emerge no fueran escuchados. La insurgencia campesina, las conversaciones entre un sector de la guerrilla y el gobierno, en La Habana, los estudiantes, las regiones que reclaman al centro, el dolor de San Andrés islas, la destrucción de Buenaventura.
Habrá que reflexionar sobre la evolución de lo electoral y si se llega a la conclusión de que los tiempos de la representación pasaron, pues ahorrarnos esta fastidiosa farsa y explorar formas propias de lo político y de la vida en comunidad.
Antes, mal que bien, cuando el país era regido por patriarcas autoritarios y de ilustración andina, construían un sistema de representación a su imagen y semejanza. Casi el desarrollo y la atención de los problemas inmemoriales, agua potable, alcantarillado, salud, educación, dependían de la cercanía de los escogidos al oído del príncipe. Se recuerdan las intervenciones de LLeras Restrepo por un edificio de Bienestar Familiar en Cartagena de Indias, o un puentecito en Barranquilla.
Después, la reacción a las imposiciones del centro. La urgencia de las necesidades elementales. Una población que no recibió de los partidos políticos nada diferente al imperio de la religión y la ilusión de la libertad, banderitas ambas. Todo terminó por volver a ese único acercamiento a la política que era votar y matarse, en un deplorable negocio.
No hay duda de que estamos mejor que en Sodoma y Gomorra. Allá no se encontraron los diez justos. Aquí hay varios justos y tendrán voz de fuego para cantar verdades.
Una vez en que se habló de la democracia, Álvaro Mutis desde su acendrado monarquismo, dijo: Hay que esperar, viejo, que se cansen de subir las patas en las curules, de dejar malolientes las sillas, y de cambiar el latín de los leopardos y la frase exacta de López Pumarejo.
Allí vamos. Un expresidentes senador electo, declaró a este Congreso ilegítimo. Como Yidis entre los tiestos haciendo del cuerpo.
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