ENCARNA MORÍN -.
Hubo un momento en el que sentí intensamente su fragilidad como una punzada. Ella estaba a punto de abandonar esta vida y terminaba por ceder al cansancio. Después de emprenderla a tortazos con la adversidad una vida entera, su cuerpecito ahora se presentaba más frágil que nunca. Era solo un poquito de piel y músculos flácidos sostenido por el también frágil armazón de su esqueleto. Me daba miedo tocarla. En cualquier momento se rompería.
Mientras mi madre se debatía entre la vida y la muerte, clamaba por la suya: “¡Madre, madre!” y yo me sentía cobarde. No quise mirarla cara a cara. Tampoco supe lo que su partida iba a suponer para mí y para tantos hijos que dejó sueltos por el mundo. Entre ellos Pablo, que la eligió como madre adoptiva y que se comportó como un verdadero hijo, prodigándole mimos y cariños hasta su último aliento. La hizo sentir muy orgullosa de él, devolviéndole con creces el amor que de ella recibió.
Por un momento sentí la presencia de la abuela. Al observar aquel pobre cuerpo apaleado y dolorido, evoqué el instante en el que estuvo una vez formando parte del de su propia madre. La abuela Encarnación se fue de este mundo cuando aún era muy joven y no le correspondía puesto que tenía dos pequeñas hijas que la necesitaban mucho. Una parte de ella estaba ahora en aquella cama de hospital. Mi abuela falleció por no tener medicinas con las que rebasar aquella maldita enfermedad pulmonar. Estoicamente aguantó nueve largos años.
Varias partes de su cuerpo, somos seres que aún deambulamos por este mundo. Aunque la que estuvo habitando una vez en su vientre, se iba de un momento a otro para reunirse con ella al otro lado de la vida terrenal.
Todas las teorías que explican la muerte, no sirven para nada. Solo hace falta que fallezca una madre, para sentir que se transita a solas por la vida, pero con una soledad verdadera, de esas que llegan hasta el centro del alma. “Ma”, siempre fue “ma”, con variaciones entre "ma, mamá y ¡maaaaaaaaa!"
Me he sentido enferma durante unos días y es ahora cuando pienso por primera vez tan certeramente en que mi propia muerte ocurrirá. El cuerpecito frágil y enfermo de mi madre, me viene a la cabeza de forma recurrente. Paradójicamente, era la imagen que precisamente no quería conservar por ser la más triste de todas. Sin embargo, me sorprendo evocándola de forma persistente. Me aferro a esa estampa y tras ella siento a la abuelita Encarnación: una muchacha de treinta y seis años. No pudo recibir las ansiadas noticias de su marido y que supuestamente venían viajando desde Argentina. Las noticias no llegaron, las medicinas tampoco. Finalmente su joven cuerpo no pudo más.
Nunca la pude abrazar, aunque llevo su nombre conmigo. Aquella noche fatídica, sentí que vino a acompañar a su hija, mi madre, en el tránsito a la otra vida. No estaba tan lejos la abuela, un trocito de su piel y sus huesos yacían inertes en aquella cama articulada. El misterio de la vida quizá viene a ser eso: nadie desaparece para siempre mientras hayan partículas de su cuerpo y su alma que se reproducen por el mundo, mientras perviva su recuerdo.
Mi corazón de madre viene a ser la suma de los corazones de todas las que me precedieron. Unas a otras nos hemos pasado el testigo, el mismo que también han recogido mis propias hijas. La humanidad tiene voz y calor de madre. Esa quiero que sea mi voz y no otra. De pronto caigo en la cuenta de que soy la primogénita. Ahora soy la mujer de mayor edad de toda la familia, ellas ya no están aunque de alguna manera su presencia habita en mí.
Mientras desentraño el misterio de la vida pensando justamente en la muerte, me llega un mensaje a través del muro de facebook. Es Emmanuel, mi amigo nigeriano, el pastor evangelista que me ha otorgado el título honorífico que no se expende en ninguna universidad: Madre Mundial. La ¡maaa! del mundo.
-“Tú eres madre mundial, todos tus amigos y amigas estamos preocupados por tu estado de salud. Estamos en oración por ti. Tú vas a mejorar más y más. El señor no va a dejarte sola. Los Ángeles estaban contigo siempre. ¿Y por qué? La contestación está en el salmo 41: 1-3. Tú eres muy buena y muy amable siempre. Por favor, levántate ahora mismo, anímate en nombre de Dios poderoso. Amén. Pero mamá tú estás guapísima en esta foto. Gracias por todo.”
En la nebulosa de mi estado gripal crónico sus palabras me llegan como un bálsamo. No busqué en ese momento el salmo 41, pero supuse que sería algo bueno para mí. Lo he localizado hoy, cuando por fin siento que vuelvo a salir del purgatorio de la enfermedad y el malestar. No ha sido solamente una gripe. Realmente ha sido una inmersión dentro de mí misma, para terminar encontrándome con mis seres ausentes. He puesto mis emociones y mis recuerdos patas arriba en una especie de limpieza estacional. Por eso fue que mi cuerpo dijo “cerrado por obras” y me obligó a parar bruscamente.
Desentrañando los recuerdos que almaceno de mi niñez, he estado aupa en los hombros de mi papá, me he lanzado desde una montaña de fardos de pienso apilados, para caer en sus protectores brazos. Luego hemos estado haciendo volteretas, él me cogía en volandas y yo era entonces una niña feliz.
El salmo 41:1-3 viene a decir: “Dichoso el que piensa en el débil y pobre; el señor lo librará en tiempos malos. El señor lo protegerá, le dará felicidad en la tierra, y no lo abandonará al capricho de sus enemigos. El señor la dará fuerzas en el lecho del dolor; ¡Convertirá su enfermedad en salud!”
Tengo hijos e hijas, hermanos y hermanas, en muchos lugares y países, incluso de diversas edades. Me basta con mirar a los seres humanos desde el corazón, para sentir que formamos parte de la gran familia universal. No somos tan distintos, pese a que hablemos diferentes idiomas y tengamos culturas variopintas. Somos básicamente iguales. Hemos tenido un padre y una madre que nos traspasaron algo más que el color de su pelo o de sus ojos. También de ellos heredamos el legado de sus alegrías, sus temores, sus secretos e incluso sus sueños. Y por encima de todo, hemos recibido amor para que la humanidad florezca a raudales como una exuberante primavera.
Fotografía: Kristhóval Tacoronte
7 Comentarios
Magnifico relato.
ResponderEliminar"El misterio de la vida quizá viene a ser eso: nadie desaparece para siempre mientras hayan partículas de su cuerpo y su alma que se reproducen por el mundo..."
ResponderEliminarBellísimo y muy emotivo escrito, querida Encarna. Aprendemos de cada historia, de cada experiencia propia y ajena, siempre intentando ser un poco mejores.
Un abrazo fuerte.
Muy entrañable, querida Encarna. Nunca tenemos tiempo para dar un repaso a lo que somos y aprovecho de este relato la conveniencia de centrarnos en lo verdadero de nosotros mismos y de los demás. Vivir la vida parándonos en lo fundamental.Gracias por llevarme a mis recuerdos.
ResponderEliminarAl leer este relato solo puedo decir, querida Encarna, querida Encarna.
ResponderEliminarMaría Luisa Gil
Hola Encarna. Una vez más me sorprendes con tus relatos maravillos y realistas. Es verdad que nos transportas a nuestros recuerdos y vivencias y podría casi ser nuestra propia historia. Me alegro de poder conocerte y "leerte".
ResponderEliminarJuani Gómez
Chabela del Rio - Nadie se va de este mundo mientras tengamos su recuerdo en nuestros corazones, he llegado a esta conclusión luego de torturarme queriendo saber si hay algo más allá, y lo hay, está aquí, donde ponemos las manos para expresar un sentimiento.
ResponderEliminarEsto salió de tu alma, está magnífico. Te pido permiso para compartir este bellísimo homenaje a Eulogia. Era mi amiga, lo sigue siendo porque está aquí, en medio de mi pecho.
Acabo de leer tu relato y me sorprende como cada vez tus sentimientos brotan en palabras como si hicieras catarsis, como si te sanaras al escribir.
ResponderEliminarA veces creo verte desnuda, como frágil, y al mismo tiempo en un crecimiento personal evidenciable que te afirma y refuerza tu identidad.
Gracias por dejarme conocerte...
Besos... Silvana