/ Del Atlas Desmemoriado del Partido de Lanús.
Torcuato Linares era un vecino de la calle Pringles, gustoso de safaris y excursiones de riesgo.
Famoso por sus largos periplos, por atravesar ríos torrentosos y selvas procelosas, Torcuato pasaba meses lejos de su hogar.
Sin embargo, disfrutaba tanto de aquellos viajes de aventuras como del ulterior regreso a casa, y de abrazarse a su esposa y a sus adorados niños.
Pero aquellas travesías, inexorablemente, lo marcaron. Incluso muchos atribuyen a su legendario viaje a través del Sahara la culpabilidad de su delirio de ver espejismos por todas partes.
En aquella ocasión, Torcuato y sus acompañantes, exhaustos y sedientos, imaginaron cientos de veces la cercanía de un oasis; otras decenas de veces creyeron distinguir una caravana con ánforas rebosantes de líquido vital, y en un par de ocasiones pretendieron divisar una estación de servicio YPF ( con minishop y todo ) en medio del desierto más ardiente del mundo.
Más temprano que tarde, aquella vez, Linares y sus compañeros encontraron donde reponerse y – tiempo después – Torcuato regresó a Lanús.
Ya al arribar a Ezeiza, el primer llamado de alerta: Torcuato confundió con camellos a dos motociclistas. Ninguno de sus acompañantes quiso darle demasiada importancia al asunto y atribuyeron aquel desatino al cansancio y a la insolación que todavía debía durarle al querido Linares.
Pero una vez en Lanús, sus síntomas comenzaron a ser más recurrentes.
Y también más poéticos.
Una tarde de lluvia se topó con un amanecer; otra tarde se abrazó a un acorde en SI bemol, mientras bailaba sobre arenas de naufragios en plena calle 9 de Julio. Una noche la luna recitó versos lujuriosos para él y una mañana las flores lo saludaron a su paso.
Una vez vio a Banfield salir campeón.
Y en ese vórtice entre lo real y lo soñado, entre lo palpable y lo imaginario, Torcuato Linares transitaba la vida sin otra pretensión que la de hacerse un viajecito, para luego llegar a casa y abrazar a su esposa, y a sus hijos, y encontrarse con sus amigos de siempre, y viajar; y soñar, y beberse un buen vino, y cada tanto echarse un buen polvo antes de entregarse a una siesta reparadora.
Tal vez por ello fue una mueca maravillosa del Universo, un gesto único y redentor de los funcionarios celestiales, no haberle advertido a Torcuato que el día en que lo encontraran muerto en su cama, aquella mañana de Marzo del ´93, no habría a su alrededor ninguna esposa, ni hijos, ni amigos de siempre, ni flores que lo saludaran a su paso.
Quién sabe si con aquella noble actitud del Absoluto, Torcuato Linares – donde quiera que esté – siga siendo tan feliz como entonces. Como siempre.
Como nunca.
Famoso por sus largos periplos, por atravesar ríos torrentosos y selvas procelosas, Torcuato pasaba meses lejos de su hogar.
Sin embargo, disfrutaba tanto de aquellos viajes de aventuras como del ulterior regreso a casa, y de abrazarse a su esposa y a sus adorados niños.
Pero aquellas travesías, inexorablemente, lo marcaron. Incluso muchos atribuyen a su legendario viaje a través del Sahara la culpabilidad de su delirio de ver espejismos por todas partes.
En aquella ocasión, Torcuato y sus acompañantes, exhaustos y sedientos, imaginaron cientos de veces la cercanía de un oasis; otras decenas de veces creyeron distinguir una caravana con ánforas rebosantes de líquido vital, y en un par de ocasiones pretendieron divisar una estación de servicio YPF ( con minishop y todo ) en medio del desierto más ardiente del mundo.
Más temprano que tarde, aquella vez, Linares y sus compañeros encontraron donde reponerse y – tiempo después – Torcuato regresó a Lanús.
Ya al arribar a Ezeiza, el primer llamado de alerta: Torcuato confundió con camellos a dos motociclistas. Ninguno de sus acompañantes quiso darle demasiada importancia al asunto y atribuyeron aquel desatino al cansancio y a la insolación que todavía debía durarle al querido Linares.
Pero una vez en Lanús, sus síntomas comenzaron a ser más recurrentes.
Y también más poéticos.
Una tarde de lluvia se topó con un amanecer; otra tarde se abrazó a un acorde en SI bemol, mientras bailaba sobre arenas de naufragios en plena calle 9 de Julio. Una noche la luna recitó versos lujuriosos para él y una mañana las flores lo saludaron a su paso.
Una vez vio a Banfield salir campeón.
Y en ese vórtice entre lo real y lo soñado, entre lo palpable y lo imaginario, Torcuato Linares transitaba la vida sin otra pretensión que la de hacerse un viajecito, para luego llegar a casa y abrazar a su esposa, y a sus hijos, y encontrarse con sus amigos de siempre, y viajar; y soñar, y beberse un buen vino, y cada tanto echarse un buen polvo antes de entregarse a una siesta reparadora.
Tal vez por ello fue una mueca maravillosa del Universo, un gesto único y redentor de los funcionarios celestiales, no haberle advertido a Torcuato que el día en que lo encontraran muerto en su cama, aquella mañana de Marzo del ´93, no habría a su alrededor ninguna esposa, ni hijos, ni amigos de siempre, ni flores que lo saludaran a su paso.
Quién sabe si con aquella noble actitud del Absoluto, Torcuato Linares – donde quiera que esté – siga siendo tan feliz como entonces. Como siempre.
Como nunca.
7 Comentarios
Borgeano, humorístico, poético e inevitablemente triste. Al final todo era espejismo, arenisca, camellos de niebla. Me sorprendió. Muy bueno, amigo Edu.
ResponderEliminarNo lo sé. Acaso el autor no sea otra cosa que un espejismo. Gracias, amigo Jorge.
ResponderEliminarTriste vida la de Torcuato. Si toda ella,sin duda, fue un espejismo.
ResponderEliminarComo siempre amigo Eduardo, muy bueno.
Saludos
es que tú puedes escribir sobre cualquier cosa, cualquier tema, o incluso escribir sin tema, y te tengo que leer; es cómo lo dices, mucho más que qué es lo que dices (quequereque)
ResponderEliminarAunque no lo crea, la entendí, Pirugenia! ja! Un abrazo agradecido
EliminarBuenísmo! copado el relato.
ResponderEliminarMuchas gracias por leerlo y por el comentario, Diego
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