CLAUDIO RODRÍGUEZ MORALES -.
Habíamos dejado al tal Emilio Dubois Morales sentado
en una banquillo en el patio de la cárcel (recordémoslo: aventurero de origen
francés, de mostachos y barba puntiagudos, radicado en Valparaíso, acusado de
robo, intento de robo, injurias graves y homicidios), con restos de puro entre
los dedos, dándole la espalda a una muralla de ladrillos del antiguo Almacén
Central de Pólvora (perdón, ese detalle es nuevo, agreguémoslo), justo en esos
segundos (¿rápidos?, ¿lentos?, sólo él habría podido precisarlo pero no le
alcanzó el tiempo) en que sentía (¡y vaya cómo!) las balas del pelotón de
fusileros perforando su cuerpo hasta desvanecerlo delante de decenas de
espectadores.
A diferencia de otros fusilamientos, los cronistas
consignaron una muerte inmediata, sin necesidad del tiro de gracia. Previniendo
el eventual sentimiento de simpatía hacia el condenado –alimentando por rumores
como el desaparecimiento de un supuesto testigo clave que iba a declarar en su
favor y por la inusual premura de la justicia chilena por concluir el proceso
lo antes posible-, las autoridades planificaron un itinerario breve y
programado. Ubicación del cuerpo dentro de un ataúd, traslado en una carroza hasta
el Cementerio Número 3 de Playa Ancha, entierro en una tumba anónima arrendada
por el período de un año -previa colecta del Patronato de Reos-, nada de
ceremonias, todo con la intención de provocar el olvido.
Vanos esfuerzos.
Letras oportunas
Inspirados en la figura de Emilio Dubois, varios
escritores dieron tiraje a las imprentas en los años venideros con obras de diversa
óptica y estilo, unas con carácter documental, otras especulativo, algunas reivindicativas – literarias y la mayoría con inclinaciones moralistas.
Mientras los hechos aún estaban frescos en el recuerdo
de los porteños, un par de publicaciones intentaron sacar provecho de esta
contingencia, una de ellas de extenso título: "La verdadera historia de
Dubois: las memorias del célebre criminal: su vida en Francia, Inglaterra,
Venezuela, Perú, Bolivia y Chile: sus compañeras Úrsula y Elcira”, firmado por
E. Tagle M. y C. Morales F, aparecida en Santiago en 1912. Los autores, con la
excusa que su fuente correspondía a un manuscrito que llegó hasta sus manos de
terceras personas (se referían a Úrsula Morales y Elcira Marín, ambas amantes
del francés; la primera, de nacionalidad colombiana, casada con él un día antes
del fusilamiento y madre de su hijo; la segunda, una chilena que conoció en sus
vagabundeos por Valparaíso) dieron rienda suelta a la imaginación a partir de
hechos que los medios escritos ya había publicado. ¿Su aporte?: más cucharadas
soperas al guiso mitológico del personaje.
La segunda publicación corresponde a “Emile Dubois:
Relación verídica de sus crímenes y aventuras”, de Inocencio del Campo,
aparecida en Valparaíso en 1907. Vale la pena detenerse en el nombre del autor,
pues se trataría, según la versión del escritor Abraham Hirmas, de uno de los
reos que intentó convertir a Dubois en el cabecilla de la fuga masiva desde el
interior de la cárcel, tras el terremoto de 1906, y que habría muerto
acribillado por los disparos de los guardias del penal (lo que hace sospechar
el carácter apócrifo del texto). Al
percatarse que el control del motín era algo inminente, el francés habría
optado por desertar del movimiento. Para algunos, su decisión se debió al
convencimiento de que la justicia acabaría devolviéndole la libertad y, para
otros, a la idea de no agravar aún más su comprometida situación. En ambos
casos, el mote de “traidor” rondaría la figura de Dubois, en desmedro de su
perfil heroico y pese a la molestia de sus acérrimos defensores, que aún no son
pocos en el puerto y en el resto del mundo.
Del Campo señaló que tras el cataclismo –en redacción similar sino idéntica a una crónica de El Mercurio de Valparaíso del 25 de agosto de 1906- el penal fue presa de tumulto, destrozos y fugas. “(…) se dio orden de hacer un rejistro (sic), encontrándosele (a Dubois) debajo de unas latas completamente transformado, y abrigado con un poncho. Además, se había afeitado la pera, para desfigurar el rostro. Los grillos y las esposas habían sido limados. Interrogado en el acto, contestó que un compañero de prisión le había proporcionado un poncho y un sombrero y que había hecho limaduras; pero que no tenía intención de fugarse”.
Del Campo señaló que tras el cataclismo –en redacción similar sino idéntica a una crónica de El Mercurio de Valparaíso del 25 de agosto de 1906- el penal fue presa de tumulto, destrozos y fugas. “(…) se dio orden de hacer un rejistro (sic), encontrándosele (a Dubois) debajo de unas latas completamente transformado, y abrigado con un poncho. Además, se había afeitado la pera, para desfigurar el rostro. Los grillos y las esposas habían sido limados. Interrogado en el acto, contestó que un compañero de prisión le había proporcionado un poncho y un sombrero y que había hecho limaduras; pero que no tenía intención de fugarse”.
Agregamos una tercera publicación de la época,
"La catástrofe del 16 de agosto de 1906 en la República de Chile", aparecida
en Santiago el año siguiente del cataclismo, firmado por Alfredo Rodríguez
Rojas y Carlos Gallardo Cruzat, donde tangencialmente se aborda el caso Dubois
en un estilo documental, sin aportar información adicional a lo ya sabido o
inventado por otros escritores.
Pasadas las décadas, las publicaciones sobre Emilio
Dubois no se dieron tregua: “Valparaíso” de
Joaquín Edwards Bello (1963, crónicas); “Los más sensacionales crímenes
de Chile”, de Claudio Espinoza Molina (1966), de lectura dinámica y apasionante,
no sólo del caso Dubois sino de los restantes contenidos en el volumen; "De
las memorias del Inspector Cortés", del ex detective René Vergara, (Santiago
en 1976); el documento “Memoria para optar al título de abogado” de Ventura
Maturana (hombre fuerte de la policía política del ex dictador Carlos Ibáñez
del Campo); la obra de teatro autodefinida como costumbrista y policial titulada
“Drama histórico nacional en un acto y seis cuadros, escrito especialmente para
el Circo Popular de la Empresa Díaz y Campo”; la lira popular “Triste fusilamiento
de Emilio Dubois en Valparaíso” del poeta Daniel Meneses; las crónicas
periodísticas de Claudio del Solar aparecidas en el diario La Estrella de
Valparaíso con el título de "El criminal del siglo. Vida, amores, crímenes
y el proceso Dubois basado en archivos y testimonios de la época” en 1981; y la
investigación “L’ Animita” de Oreste Plath de 1993.
A este registro vale la pena agregar la publicación
del cómic “Apócrifos del Caballero Oscuro” (2012), de Germán Adriazola, donde Batman
combate el crimen dentro de nuestras fronteras. En uno de sus capítulos,
Batparaíso, el héroe es encerrado en un closet por el Guasón y aparece en el
Valparaíso de 1906, cuando el dentista Charles Davies es atacado por un
desconocido en la entrada de su consulta y residencia. El hombre murciélago se suma, de esta manera, a la captura del malhechor de mostachos y barba puntiagudos.
Una evolución respecto a la imagen del -a estas
alturas- legendario Emilio Dubois la entregó el libro de crónicas “Valparaíso,
el mito y sus leyendas”, de Víctor Rojas Farías (2001). Superando la mera
recopilación de antecedentes (algo presente en las mayorías de las publicaciones
sobre el tema, con una que otra variante menor), Rojas Farías se adentró en las
múltiples facetas que le ha otorgado el imaginario colectivo de Valparaíso al
personaje y que detallamos a continuación:
1. Ladrón de origen francés, elegante y cordial, que
repartía entre los pobres el producto de sus robos. Una vez fallecido se volvió animita milagrosa para necesitados y menesterosos;
2. Poeta y pintor francés enloquecido quien, en su
afán de crear una obra única, decidió convertirse en artista del crimen, pagando
con su vida semejante delirio;
3. Aventurero galante y heroico quien, al radicarse en
Chile, cayó en una trampa tendida por la policía con el fin de
acusarlo de una serie de asesinatos. Esta versión es avalada
por la historia de tres sujetos de apellidos Grossi, López y Martínez, todos
detenidos y confesos del homicidio de Ernesto Lafontaine, en Santiago, antes de
la captura de Dubois en Valparaíso. Cuando este último estuvo en manos de la
justicia, se le atribuyó la muerte de Lafontaine, junto a las de los
comerciantes porteños Challe, Titius y Tillmanns, estableciéndose la inocencia
de los tres detenidos iniciales. A
partir de este antecedente, la historia tiene su revés: se dijo que los
supuestos problemas físicos de los tres sujetos –Grossi era un anciano de débil
contextura, López era manco y Martínez tenía varias costillas hundidas- volvía
inverosímil que fuesen los autores del crimen de Lafontaine, por lo que las
confesiones habría sido obtenida mediante torturas. Para aumentar el nivel de la tragedia, hubo
versiones que señalaban que Grossi y López fallecieron en la cárcel de Valparaíso
un día antes de ser puestos en libertad, sepultados por un derrumbe durante el
terremoto de 1906;
4. Una persona santa y endemoniada, primero elegante y
cordial, luego descuidada y hosca, enferma crónica que asesinaba bajo un estado
de sonambulismo;
5. Un francés elegante y aristocrático que seducía y luego
asesinaba señoritas porteñas por el solo placer de presenciar los gestos de
dolor de las moribundas. Ya fallecido, comenzó a conceder deseos pero en
representación de Satanás, con la correspondiente condena de quienes deciden invocarlo.
Novelas
A nuestro juicio, los mayores aportes literarios a este
truculento pasaje de la historia del puerto corresponden a tres novelas de
escritores chilenos: “Emilio Dubois, el genio del crimen”, de Abraham Hirmas (1967),
“Todas esas muertes” de Carlos Droguett (1971, Premio Alfaguara, España) y “La
vida privada de Emile Dubois” de Patricio Manns (2004).
En la primera novela, el periodista Abraham Hirmas
desplegó su talento como narrador de prosa rápida, en un estilo limpio, lineal
y fluido, evitando una toma de posición demasiado evidente, pero con tendencia compasiva hacia las víctimas, constituyéndose en una herramienta fundamental para conocer
los hechos precisos del caso. “En una de esas tibias noches nace Luis Brihier
Lacroix en el luminoso mes de abril de 1868. Mientras su padre, José Luis asomado a
la ventana, sueña con el porvenir del recién llegado y confía en que será
herrero como él o pescador como sus amigos, su madre, María Rosa, duerme
enervada por el sufrimiento. Ninguno de los dos imagina que el pequeño será,
con los años, uno de los criminales más despiadados que registra la historia
policial del mundo”.
Por su parte, el Premio Nacional de Literatura, Carlos
Droguett, en el estilo denso, torrentoso y acumulativo que caracterizó toda su
obra, asumió como propia la historia del aventurero francés, como una suerte de
alegato en contra de la opresión de los poderosos. “Dubois no fue un asesino
vulgar. Lejos de eso. Hay en sus asesinatos –y los hemos recorrido
pacientemente- una dignidad esencial, la misma que se encuentra en los grandes
artistas, escritores, pintores, músicos. Si hubiera tenido a mano una pluma
hubiera sido un novelista psicológico; pero la fuerza que sentía desarrollarse
avasalladora en él no encontró mejor plano en qué emplearse que el cuerpo
humano, que el alma humana a la que tenía siempre presente y cuya soledad lo
atraía. El cuidó siempre la perfección y la mesura en su difícil trabajo;
odiaba los gritos de terror de las víctimas, los estertores de la agonía, los
movimientos últimos, evidentemente ridículos, torpes (…); por eso sus hechos
eran rápidos, relampagueantes y limpios. Su odio a la grandilocuencia, su
desprecio por la palabra simplemente exterior, le hizo abandonar el teatro y
por eso no se quedó en la literatura y siguió caminando hasta que bajó hacia la
ciudad". Esa ciudad era Valparaíso.
Finalmente, Patricio Manns, en “La vida privada de
Emile Dubois” desarrolla a modo de
ucronía, una historia paralela, tal vez más rica y completa que la real, del
paso del francés por Chile buscando hacer justicia por sus propias manos al
abuso y la usura: “Dubois parecía un hombre muy especial. Había llegado a
Valparaíso cuatro años antes, en 1900, procedente de Buenos Aires. Se sabe que
nació en Valensole, cerca de Manosque, al norte de Aix-en-Provence, en el
mediodía francés, pero él no entregó jamás indicios de lo que fueron esos años
de su vida ni la razón por la cual, en algún momento de su juventud, pasó a
España, radicándose en Barcelona o, al menos, en Cataluña. También se ignora
cómo y cuando llegó a Buenos Aires, y por qué razón decidió instalarse en
Valparaíso. Alto y delgado, poseía una fuerte contextura. Llevaba barba y vestía con
atildada elegancia –y mucha propiedad- sus finas camisas de punto, sus chalecos
de bellas líneas, sus pantalones de fantasía y sus botines de cabritilla.
Combinaba todo aquello con una capa negra o un capote oscuro, guantes blancos y
un alto sombrero de fieltro”.
Cierre
Si aún, amigo lector, queda con gusto a poco en esta
revisión del legado histórico - literario de Emilio Dubois, sólo podemos
agregar que, al igual que en el caso de los escribientes, aquella construcción del
cementerio de Playa Ancha contribuye al recuerdo del francés
aventurero, aunque sea según lo imaginado por cada uno de los visitantes que ascienden hasta donde el cerro, la tierra y el mar confluyen.
Se trata de un lugar simbólico, en todo caso, pues los restos de Dubois, al año
de vencerse el arriendo del espacio, fueron depositados en una fosa común hoy
desparecida. La tumba que existe en la actualidad, moldeada con insistencia por
el viento, a pesar de no contar con osamentas, restos ni polvo de cadáver alguno, ha sido, es y seguirá siendo el escenario para la devoción popular.
5 Comentarios
Que manera de mover el mundo literario la historia de Emile Dubois. Además, la forma en que entregas tu relato Claudio, nos invitas a seguir conociendo mas de este personaje desde otras miradas, especialmente las de los tres últimos autores que citas (Hirmas, Doguett y Manns).
ResponderEliminarUn abrazo
Don Claudio, usted sabrá la dirección exacta del primer asesinato en calle Huérfanos?
ResponderEliminarSaludos
Eduardo, he tratado de averiguar ese dato, pero, hasta ahora, no he podido dar con él. Apenas sepa algo, le aviso.
EliminarA mi parecer, la novela de Hirmas no constituye ningún aporte. No pasa de ser un plagio descarado a la obra de Inocencio del Campo. Páginas enteras copiadas textual, y cuando el autor pone de su cosecha, nos entrega datos falsos y equivocados. El crímen de Lafontaine fue en Huérfanos 865. Saludos
ResponderEliminarHola! Sabes donde podria acceder al libro de Inocencio del Campo? Está en alguna biblioteca o librería?
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