EDUARDO MOLARO -.
¨Cualquier timador de dos con cincuenta concentrará sus energías en robarle a un Victor Hugo, a un Neruda, a un Baudelaire o a cualquier escritor de renombre. No como yo, que he sido tan torpe en esas artes que sólo he podido robarme a mí mismo¨, dijo el Poeta Edmundo Morales en una discusión con Amaranto Salieri, un librero de la calle 9 de Julio, cuya extraña pulsión era la de creerse propietario de la autoría de todo texto que pasara ante de sus ojos.
Y fue tan así que llegó a decir que La Odisea, LA Divina Comedia, El Decamerón y hasta el folleto publicitario de la ¨Zapatería El Cayorda¨ eran frutos de su inventiva y no de quien declarábase formalmente su autor. Incluso se agarraba a las trompadas con cualquier impertinente que presentara como endeble excusa que los textos clásicos que él reclamaba lo precedían en centurias.
Pero ante tanta oposición, Amaranto se rebeló como artista. Comenzó a escribir ( o a reescribir, según él ) sus novelas, dándole a cada una ciertos giros que – acaso – las enriquecían un poco más.
Pero casi nunca fue comprendido. Ni siquiera por aquellos que solían defender las causas perdidas.
Un día apareció en el Bar ¨El vómito¨ con una enorme manojo de hojas, Ante la pregunta de los cofrades de aquel paraíso infernal, Amaranto apuró un vaso de caña Legui, de anónima procedencia, y en tono pomposo espetó: ¨Acabo de culminar mi obra cumbre! ¨¡ LA PIEL DE ZAPA!
Desde un rincón partieron unos tibios aplausos, hijos de una sólida y reverencial ignorancia; unas felicitaciones nietas del lustrabotismo a cambio de tragos; y desde la mesa de La Barra Poética surgieron unas risotadas maliciosas, con ulterior lanzamiento de botellas sobre la humanidad de Amaranto.
- Sos un ladri, Amaranto! Vos te pensás que somo´burro, te pensás… - gritó el Tano Brazzutto.
- Dejá de robar, Amaranto. Te abusás de que los difuntos no te pueden romper la trompa – le reprochó Heráclito.
- Permiso! Voy al baño! – dijo Edmundo Morales, hombre un tanto aprensivo a las escenas de violencia.
Pero Amaranto no se dejó intimidar y defendió la parada:
- Brutos! Ignorantes! Ni siquiera me dejan contarles que mi historia habla de una especie de cuero de mágicas propiedades, que concede todos los deseos de un joven y que se va encogiendo con cada solicitud cumplida.
- Eso ya lo escribió un franchute, hijo ´e puta! – Se enojó Heráclito
- Si. Un franchute! - Agregó El Tano Brazzutto, quien luego preguntó por lo bajo ¨¿Cuál franchute, Heráclito?¨
- Eso lo escribió Honoré de Balzac! – sorpresivamente respondió Héctor Pascales, el meteorólogo de la calle Oyuelas, hombre sabio en su menester, pero confiablemente ignorante en materia de literatura.
- Usted cállese la boca, Pascales! Si no quiere pasarla mal - amenazó Amaranto con imprudencia.
El aire se puso tenso. Las miradas de los otros parroquianos se cruzaban espantadas, mitad por saber que se venía la trifulca y mitad porque no sabían dónde mierda jugaba ese tal Balzac.
Pero la imprudencia de Amaranto quedó suspendida en el aire. Una afrenta semejante no podía pasarse por alto por más piedad que uno le pusiera.
Fue así que Heráclito D´Exceso apuró su trago, se levantó y antes de romperle la nariz a Amaranto alcanzó a decir…
- Ahora sí te lo ganaste...
Y como el que avisa no traiciona, Heráclito cumplimentó la paliza con el goce del deber cumplido y sin la molesta carga de remordimiento alguno.
Amaranto fue llevado al hospital más cercano y sus escritos quedaron diseminados y pisoteados en el mugriento piso del bar. Incluso algún reciclador oportunista levantó alguna hoja al sólo efecto de tener algo donde anotar los puntos del chinchón.
Ya de regreso al barrio, en esa melancólica caminata de nuestros héroes de la calle Ituzaingo, el Tano Brazzutto permaneció en un llamativo y prolongado silencio.
Los demás cofrades, sabedores de que los silencios masculinos no deben ser perturbados con innecesarias, heréticas y casi femeninas preguntas tales como ¨¿te pasa algo?¨, apenas disimularon un gesto cuyo significado expresaba ¨¿Y a este coso qué le pasa?¨ y cuya respuesta no admitía otro gesto que el encogimiento de hombros.
Finalmente, cuando cada uno se disponía a desviarse a sus respectivos domicilios, el Tano Brazzutto no pudo más y disparó:
- Muchachos! ¿ Quién carajo es ese Balzac?
Imagen: Portrait of Balzac. Pablo Picasso
6 Comentarios
Bueno.. extraordinariamente logrado el personaje y su ambiente. Y ya sabes... los defensores de las causas perdidas son el ejército derrotado de la causa invencible. Es una frase copiada, pero no sé quien es su autor (un obispo brasileño creo). Edmundo Morales haciendo mutis por el foro está muy ocurrente.
ResponderEliminarMuchas gracias, querida Encarna! Te envío un beso, un fuerte abrazo y mis deseos de felicidad.
ResponderEliminar¿Y Balzac, a quién copiaba? Amaranto es simplemente un vengador. La escritura eso es.
ResponderEliminarCuánta verdad!
EliminarBueno y entretenido. Me pregunto: ¿ No considerarían también un plagio los amigos de La Barra Poética la publicación (quizás no autorizada), en este atlas, de sus quehaceres y anécdotas?
ResponderEliminarGracias Eduardo por compartir sus escritos.
Un gran abrazo y muy buenos deseos para el año 2015, para ti y toda tu familia.
GRacias, Luis! Y no lo descarto! Caramba!
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