Sentado, porque sentado -dicen las reglas- hay que escribir, busco un tema mientras la primera mañana de otoño mantiene el cielo en penumbra. Ideal para mí. Frío sin exceso. Nada caliente, que ni siquiera el café acepto hirviendo.
Una revista abierta sobre la silla hace un perfil de Angela Merkel, la política democristiana alemana y posible canciller. Alemania sería un tema ideal y sin embargo Merkel no me llama la atención. El hecho de provenir de la parte oriental (ex-comunista) es seductor; interesante imbuirse en los detalles de lo que el país cambió desde la simbólica caída del muro. Podríamos hablar del socialismo alemán, de la finura patriarcal de Bebel, del asesinato de Rosa Luxemburgo, del militarismo teutón y la sangrienta pero conmovedora historia (y razonamiento) que sigue al desangrarse en el este, primero contra Suecia y Polonia y luego contra Rusia. Algo que va quizá más lejos que la política, incluso más que la expansión territorial, un ideario de muerte que se sume en el misterio.
Hablaría de Könisberg, ciudad todavía germánica dentro del imperio -viejo y nuevo- ruso. De sus calles arboladas, igual que en Tallinn y Riga, con la esencia plácida y algo triste que Alemania impronta en sus cosas. Herencia romántica, tal vez, pero cuesta llamar románticos a Schulz y Kafka, judíos sí, pero tan germánicos y tan exponentes de esta melancolía que menciono y que Günter Grass ha retratado tan bien. Tendría que recordar la escuela intermedia y mencionar a Hermann Hesse cuyo Demian leía y que ni su lobo estepario logró superar. Max Demian como síntesis de Alemania, vaga, sin detalles, más con aires de memoria que de conocimiento. Un paisaje de Max Pechstein pintado en Radolfzell, pueblito que en un pasaje de tren que nunca usé se anotaba como destino final de una angurria de vida. No conocí Radolfzell pero con los colores de Pechstein me basta y me sobra.
Descartada -hoy- Alemania como tema, los ojos recorren el objeto negro de un televisor apagado en el piso, un águila de bronce sobre la impresora, junto a dos piedras con dibujos de Emily encima, un pato multicolor de Aly, mi reloj y una aguatera holandesa en miniatura cerámica que llegó desde Amsterdam. No.
No deseo hablar de finanzas a pesar de que leo la página de negocios del Times cada día porque en las ramificaciones del dinero se pueden hallar detalles inadvertidos de lo que sucede en el mundo en general, en todo ámbito. Los grandes artistas, su obra para decirlo mejor, se mueven en esas aguas. Han perdido su riqueza intrínseca para convertirse en objetos de lucro. La Dama de blanco de Picasso se cotiza en una decena de millones de dólares y ese precio es el punto de partida de su aceptación y crítica, ya no la paleta del pintor. No otra cosa son las constantes reclamaciones de devolución de obras de arte a sus propietarios que las perdieron en las incursiones nazis o en el saqueo soviético de Berlín, por dar dos referencias. Más que el justo retorno de una pertenencia robada, hay ansia de dinero. Los coleccionistas de entonces sabían y apreciaban el valor del arte nuevo. Se hicieron de Matisses y Malevichs por precios irrisorios, para perderlos después ante la soldadesca entretenida. Por años se consideraron objetos perdidos hasta que comenzaron a mostrarse de nuevo en museos. Otros años en silencio para que en los últimos tiempos y dada el alza del mercado de obras de arte se haya comenzado a reclamarlas, no como joyas de creación humana sino como riqueza a secas.
Los libros de los estantes podrían ser un tema cada uno. Pero tropezamos con la extensión, la ambigüedad, la fantasía inconmensurable del total. Cómo escoger entre un catálogo de monedas y medallas de la república de Bolivia, más para entendidos, un volumen de historia de China, de Cambridge y en inglés, una excursión al Gran Chaco, memorias de Ehrenburg, Jorge Edwards y John Mortimer. Pasión de bibliómano, bibliófilo, bibliólogo, bibliófago, bíblico... gustoso de la letra escrita e impresa.
Pensando en un tema se me agotó el espacio y tengo que dejar la búsqueda para después. Ahora que trabajé toda la noche me acuesto y pongo de Almodóvar la Mala educación, para nutrirme de ideas con qué desnudar en próximo texto a los curas.
28/09/05
Publicado en Lecturas (Los Tiempos/Cochabamba), septiembre, 2005
Imagen: Sello postal alemán con un cuadro de Erich Heckel, 1974
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