MANUEL GAYOL MECÍAS -.
El amor es un estado de energía luminosa en el ser, pero de una intensidad inimaginable, hasta ahora nunca se ha podido calcular la intensidad en la energía del amor. Su luminosidad trasciende la de la luz clásica. De aquí que su velocidad sea incluso mayor que la descomunal medida de los fotones de la luz conocida (300 mil kilómetros por segundo). Esa energía del amor cuántico se mueve en dos sentidos: primero, no va en espiral, sino en vertical (hacia arriba, en busca de los mundos angélicos) y también, a la par, va en horizontal mientras transcurre el tiempo humano de la persona en amor (o enamorada, digámoslo así). Esta luz del amor cuántico tiene el propósito de transformarlo todo alrededor del sujeto enamorado. Su energía en horizontal es puro ámbar, que ayuda grandemente en la evolución humana. La primera energía, la vertical, es un exacto contacto con lo angélico, con la Imago; mientras que la horizontal sirve para dar uno o varios saltos hacia una mayor luminosidad desde lo corpóreo; es decir, dentro del tiempo humano.
Cuando el amor cuántico aparece, el ego se esfuma. Siempre el enamorado (o los enamorados) se hacen presencia; solo les importa el momento que viven, y que este se haga eterno, sin ningún otro punto de referencia que no sea el de ellos mismos. Claro, ello no es uniformemente igual para todo el mundo, hay seres humanos que sienten más o menos intensidad en su enamoramiento, pero eso asimismo es debido a su carácter y hasta su temperamento, y además algunos sienten el amor cuántico de una manera más temporal (quiero decir, de menos tiempo que otros). Incluso hay muchos (bueno, pensemos que son los menos) que nunca conocen el amor cuántico. Y esto es preocupante porque tiene que ver directamente con el freno de la evolución, o en otras palabras, contribuye a la amplitud de la involución en la humanidad. En realidad, no sentir, en algunos momentos de la vida, ese sentimiento, ese estado de intensidad positiva, más que involucionar, lo que hace es que frena la evolución, la detiene en la persona en cuestión, o la hace evolucionar muchísimo más lentamente. Pero el asunto es que sí facilita el riesgo de entrar en un recorrido inverso, regresivo, que puede dirigir a ese ser por cualquiera de los caminos de la Nada. En poquísimas palabras: la persona es vulnerable y se puede perder en los laberintos de las penumbras y la oscuridad. Siempre los seres humanos, y todos los seres, y diríamos que hasta la naturaleza misma, necesitamos la chispa de un amor cuántico.
En la mayoría de los casos, este amor (el cuántico, claro) surge entre dos personas, pero no hay por qué desconocer el fenómeno que se produce para el estado místico. Este amor cuántico lo contagia todo en el contexto de la pareja, o del ser que por la fe se entrega a Dios en puro éxtasis. Este amor es entrega total, confianza total; es el vislumbre de vivencias que vienen de lo más placentero que pueda suceder en cualquier sueño.
Comienza asimismo con un estado paradójico de embriaguez entre la pertenencia y la libertad. Quiere volar, pero se deja hacer para darse. Su meta es el cielo, el infinito, el cosmos profundo y azul. Sin embargo, por un tiempo está atado a su otra parte, porque ambos aún no se han fundido. Hasta tanto su amor (el de ambos) no esté en estado cuántico definitivamente, ninguno de los dos podrán lanzarse al ruedo cósmico de las profundidades insólitas. Pero cuando se llega a la fusión (una de ellas puede ser la unión de los cuerpos realizando el amor), entonces se podrá viajar a la Imago y regodearse en lo inefable del mundo imaginario. Por tanto, hacer el amor (y no hablo de hacer el sexo, desde una perspectiva exclusivamente material, cuyo placer es positivo y constructivo asimismo, pero el amor no es solo esto, sino algo más) es el goce mayor a que pueda aspirar el ser humano en este mundo.
Hacer el amor es la paradoja más hermosa con que Dios dotó a los seres humanos. La penetración (posesión) y la entrega es ubicua, es una y otra al mismo tiempo: el que penetra se entrega, el/la que se entrega posee también. Es uno de los aspectos más mágicos del amor. Cuando la pareja, en su cópula, logra el clímax (casi siempre en este caso del amor cuántico puede ser un clímax dual) todo a su alrededor se desvanece, no importa en lo absoluto, solo interesa la presencia del ser amado. Es el súmmum de los placeres humanos. Es el ahora inigualable, incomparable al menos dentro de las cosas y situaciones gozosas de este mundo, al que podemos aspirar. De hecho es una iluminación fugaz pero, al mismo tiempo, eterna, porque perdura en la memoria para toda la vida, y es cuando los dos seres amados se entregan recíprocamente. La Entrega es la más sublime y mayor etapa del amor.
Eastvale, California, noviembre de 2013
[Este ensayo forma parte del libro inédito La penumbra de Dios (De la Creación, la Libertad y las Revelaciones). Intuiciones I]
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