CLAUDIO RODRÍGUEZ MORALES -.
Lunes por la mañana. El dueño de una radio –que, a su vez, lee noticias para ahorrar en locutores, discursea como líder de opinión y estruja a sus empleados como el que más- pone énfasis en que la Presidenta Michelle Bachelet nuevamente ha faltado a su palabra. No cumple con su promesa de definir a sus nuevos ministros en las 72 horas siguientes a la entrevista televisiva concedida a un animador en retirada. Tampoco cumple con el horario de inicio de la ceremonia, fijado a las nueve en punto.
Suman y siguen los desaciertos, protesta el empresario radial y es avalado por sus periodistas -comunicados con él vía teléfono celular desde el palacio de La Moneda- que lo alimentan con chismes de pasillo para rellenar durante los minutos de espera.
En la trastienda, socialistas, socialdemócratas, comunistas, demócratas cristianos y radicales se pelean a muerte un pedazo de la torta (no tan fresquita como hace un año, pero aún apetitosa para los golosos dirigentes), mientras en público dicen celebrar la decisión de su jefa. Una muestra de liderazgo, llaman los presidentes de partido al reordenamiento del naipe palaciego.
Desde los tiempos de Salvador Allende que un gobierno democrático no se compromete con cambios al –hasta ahora- inmutable modelo chileno. Hasta ahí las semejanzas. Allende pretendía instaurar un socialismo nada de ortodoxo, pluriclasista, vocinglero y multipartidario, amparado en el desorden y en una institucionalidad desgastada; Bachelet, en cambio, promete aminorar los efectos del engranaje neoliberal de la dictadura lo más que se pueda (demasiado vigente en sus consecuencias: bajos sueldos, educación y salud vueltas negociado, pensiones de vejez miserables y un medio ambiente hecho bolsa). ¿Suena conocido? Asegura comprender a una ciudadanía mucho más empoderada que exige cambios. Ante eso, su respuesta es una nueva constitución (esquivando el bulto cuando se le pregunta por el mecanismo del proceso constitucional), educación gratuita y reforma tributaria. Motivo suficiente entre quienes se sienten afectados para quitar el pie del acelerador, eliminar grasa laboral, clamar por más orden en el gallinero (su propio orden) y asemejar una época con la otra para que cunda el miedo y la sensación de caos ¿La apuesta de estos fácticos? La angustia ante el futuro vuelve a la clase media conservadora, onanista y militarizada, cargando la balanza para su lado. Las cifras macroeconómicas flojas entregadas por los árbitros del sistema -nacionales y mundiales- alientan el revoloteo concéntrico de los pájaros de mal agüero.
Bachelet busca en éste, su segundo paso por La Moneda, superarse a sí misma, a pesar de la resistencia y de su evidente triunfo a lo Pirro (ella ganó por su simpatía y sonrisa, una pura imagen, nada de ideas, programas ni partidos poderosos que la respalden, refunfuña la oposición derrotada y desalojada de la casa de gobierno). Sus ministros delfines –supuestamente comprometidos con el proceso de recauchaje- se tambalean como palitroques al viento por unas boletas de honorarios fotocopiadas, dineros para campaña en sobrecitos mágicos, mala evaluación en las encuestas e intrigas animadas, de seguro, por la vieja guardia concertacionista y partidos con calculadora en mano. El hijo de la Presidenta -político y empresario, hombre de dos mundos- y su emprendedora esposa meten a la reina madre en un lío de proporciones, inmovilizándola por varios días. La bomba es un préstamo millonario para invertir en la especulación inmobiliaria, obtenido en cuestión de horas, con la elección ya ganada y gracias a la diligencia del dueño del banco, principal financista de la campaña y, por si fuera poco, dueño del canal donde la Presidenta decide difundir su más importante decisión de este año: el cambio de gabinete. El hijo dilata su renuncia a su cargo ad honorem en el gobierno -pero de suculentos recursos para programas sociales- hasta niveles intolerables. En cuestión de horas, el matrimonio “real” se vuelve receptáculo de un odio a raudales, ya sea por lo reprobable de tan grosero tráfico de influencias, como por la envidia feroz del votante medio de no gozar similares prebendas en su cotidiano. Hasta los dirigentes de oposición, en su mayoría defensores férreos de la herencia pinochetista, vuelven el préstamo bancario un asunto de Estado. Reclaman, arriba de cualquier tarima, por el derecho de todo ciudadano a endeudarse en niveles estratosféricos, tal como lo hace la familia presidencial.
Cuando la Presidenta reacciona, es a regañadientes, tarde y a media voz. En su estilo calmo, llama imprudencia a las movidas comerciales de su familia y crea una nueva comisión para separar los negocios de la política. Nada de autoflagelaciones ni de castigos ejemplarizadores. Sus asesores explican que ha priorizado su rol de madre por sobre el de autoridad. Se comenta lo afectada que queda con el incidente: un golpe a los suyos es un golpe a ella misma.
Trascienden los nombres de los ministros salientes y sus reemplazantes. El empresario radial presenta la información como una exclusiva de su noticiero, cuando es una minuta repartida entre todos los presentes en La Moneda. Hasta reporteros gráficos solitarios y camarógrafos cuentan con su hoja doblada en el bolsillo.
Durante la conferencia, se espera un golpe a la cátedra. No por nada son 72 horas y más de especulación gratuita de políticos y opinólogos. Pero la tan esperada decisión no es más que una mezcla de eliminados, enroques y transfusiones de sangre azul conocida. Se suman al gabinete un par de jóvenes, otros no tanto. De primera y segunda línea, ninguno analfabeto en las riendas del poder. Todos lobistas y con vínculos con los viejos tercios que aún no se resignan a formar parte del decorado. Otro lote cae paradito de un lado a otro del parquet del salón Montt Varas (con el buen estabilizador dado por la militancia, imaginamos). ¿Qué pasará con los cambios que tanto incomodan a la oposición de adentro y fuera del gobierno, más a buena parte del gran empresariado (salvo al empresariado amigo, que lo hay, sin duda, sino volvamos al tema del préstamo)? Esperar para saber.
Cuando le cuentan al aire sobre el rostro de congoja de la Presidenta finalizada la ceremonia de cambio de gabinete, rodeada de espaldas masculinas palmoteándose en señal de felicitación, tapando el micrófono del estudio con la mano, el dueño de la radio comenta con safisfacción: “Lo sabía. En cuestión de meses, esto irá de mal en peor”. Sus periodistas lo celebran como el mejor chiste de sus vidas.
Imagen: http://duna.cl/gabinete2014/
3 Comentarios
Incisivo y ameno tu comentario sobre una situación espinosa; desenredas las marañas políticas con mano maestra que nos deja pendientes del hilo. Lo único que recuerdo de las pocas declaraciones de Bachelet como pre-candidata (la avalaba su 1a gestión) es algo así como "los chilenos no deben esperar que yo solucione todo en un año". Y ahí, en el factor tiempo, puede que esté el quid porque los chilenos cuentan entre la gente menos paciente del mundo. El tiempo se le aceleró al Hijo tanto que no le dio respiro a la Madre; tras el parto el muchacho se puso en pie de guerra: "no hay tiempo que perder, a invertir, en mí".
ResponderEliminarHace falta, si es que la hace, un sistema que rija el tiempo prudente para que arranquen las licitaciones y se realicen sin nepotismo ni a escondidas. No sé si hablo sin saber del tema.
Excelente análisis, estimado amigo. Concuerdo en varios puntos. Un circo inútil al fin y al cabo.
ResponderEliminarSaludos cordiales
Siempre lo sospeché pero ahora puedo asegurarlo, Chile es la mentira más grande del cono sur. Mentira en términos políticos, en la vanidad de ser el ejemplo a seguir. Cuando oigo a la presidente dar un discurso me surge un terrible desánimo pues siento en su voz demasiada liviandad y como argentina estoy acostumbrada al "el que no llora no mama" y eso me indica que hay que dar batalla por lo justo y no pedir tanto permiso. La política de Bachelet me parece débil y lo está demostrando.
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