PABLO CINGOLANI -.
A Fepo
Si fuera por mí, me instalaría siempre en esa noche y no me iría a ninguna otra parte. Si fuera por mí, me ampararía en esos pliegues de fraternidad y convivencia humanas, y desde allí vería eternamente las estrellas y el sol. Si fuera por mí, esa vez donde compartimos con toda la comunidad de Mojos un pijcheo y una amanecida de confesiones cruzadas, la tatuaría en mi alma.
Mojos era el culo del mundo. Para que te ubiques donde más o menos puede quedar tal orificio terrestre, te lo resumo así: debías traquetear en vagoneta y hacia el noroeste un día entero, 14-15 horas, desde la ciudad de La Paz hasta el pueblo de Pelechuco. De Pelechuco, nosotros caminamos seis días, “bien caminados” como dicen en el campo: un día hasta Queara, otro día hasta Puina, otro para volver desde Puina, tres jornadas más para bajar desde Queara hasta Mojos.
Según Percy Harrison Fawcett, uno de los más afamados exploradores de todos los tiempos, este último tramo era de los “más espeluznantes” que existen (y conoció) en la Tierra. Dos siglos antes, la autoridad colonial, decía más o menos lo mismo: que los cerros eran tan abruptos y tan escabrosos, que no permitían una comunicación efectiva. Aludía a Apolo, a dónde culminaba la vía y desde donde mandaba el representante del rey. Fawcett, como nosotros, estaba queriendo llegar hasta allí. En el medio, más o menos en el medio de la travesía; en el medio, más o menos en el medio, de azares y circunstancias-que-no-te-voy-a-contar-ahora, está Mojos.
Mojos no siempre fue el culo del mundo. La conquista española fue facilitada por la presencia estatal incaica pre-existente. Apolo era cocal real y si uno traza una línea hacia el oeste, sale a los cruceros de Carabaya, las minas de oro del Inca. De Carabaya al Cusco, era vía rápida. Cuando los españoles bajaron por los Andes orientales por esos lados (la entrada de Carabaya le decían), se establecieron en la ceja de selva y en un lugar estratégico que fungía de avanzada pero a la vez de bisagra de todo ese espacio de transiciones entre la montaña y la selva. Fundaron el año 1616 la Villa de San Juan de Sahagún de Mojos. Mi amigo historiador y catalán Pablo Ibáñez Bonillo escribió un libro entero sobre estos trajines y estas dinámicas de la historia, de nuestra historia. El libro se llama El martirio de Laureano Ibáñez. Guerra y religión en Apolobamba, siglo XVII y pueden leerlo en scribd.com
Hablando de martirios, cuando por fin llegamos a Mojos, allí tenían guardadas dos calaveras. Según otro dilecto amigo, el insigne historiador apoleño, don César Augusto Machicao Gámez, esos cráneos eran muy ilustres. Uno, pertenecía, nada más ni nada menos, que a Cabello de Balboa, uno de los frailes y cronistas más floridos y exquisitos que pisaron Las Indias. Había leído la historia en uno de los libros de César Augusto, y nomás llegar, fue preguntar por las ñatitas. Allí, en efecto, estaban. Extrañas reliquias: dormían envueltas en unos trapos y metidas en una caja asilada en un pahuichi. Posaron para unas fotos que aún conservo. Los lugareños no sabían del padre Urrea ni de Cabello de Balboa, decían que los huesos eran de unos curas que se los habían comido los antiguos.
—¿Ustedes son caníbales?— pregunté en plan humorada— ¿Siguen comiendo gente? Porque si es así, nos vamos…
—¡Cómo pues! Aquí comemos jochi, tatú y venado… ¡gente ya no comemos!
Mi guía era un leco, famoso por esas comarcas, llamado Radamir Sevillanos. El era guardaparque del Parque Nacional Madidi. Radamir, convocó a todo el mundo mojeño a una reunión con nosotros, los caminantes. Todo el mundo en Mojos eran 8 familias. Ocho familias en el culo del mundo. Ocho familias en un lugar de la ceja de selva de la Amazonía Sur, la selva –o lo que queda de ella- más grande del mundo. Un lugar llamado Mojos. Cayó la noche.
Estaban todos y eso merecía celebrarse acorde. Fue entonces que les obsequiamos una bolsa de coca del tamaño de una pelota de pilates. Había coca, mucha coca, para todos, para pijchear con todos.
Sepan que lo que se habló esa noche que se volvió día, no lo divulgaré. No tengo porqué hacerlo. Son cosas que se hablan sólo allí, en esas distancias, en esos rincones imposibles de un mundo que se jacta de su puta interconexión y de que todo está cerca. Lo tengo todo anotado en unos papeles que se van añejando y que son la bitácora de una expedición en la que pocos creían. Yo sí, y mi amigo Felipe también, por eso le dedico estas líneas.
Lo que más quiero remarcar en este escrito, es ese colectivo, fue esa comunión con todos, entre todos. Eso sólo sucede en los sitios donde no llegará nunca el internet, ni saben de la existencia de Mac Donalds, y a donde jamás trajina nadie, o casi nadie, como arribamos nosotros: con el corazón que se abre en busca del otro.
Si fuera por mí, seguiría abrazado, entre el humo del cigarro y la lejía que pica, con toda la comunidad de Mojos. Si fuera por mí, congelaría el espacio-tiempo y seguiría gozando de la eternidad de esos momentos. Si fuera por mí, seguiría allí, entre los Andes y el Amazonas, pijcheando con todos.
Pablo Cingolani
Río Abajo
4 Comentarios
Que interesante relato. Mil gracias por compartirlo. Atrapa, entretiene, instruye...
ResponderEliminarCuando lo leo me voy de aventuras con ud. Qué vida!
ResponderEliminarBuenisimo el relato, saludos.
Si fuera por mí lo leería otra vez! Muy bueno. Saludos
ResponderEliminar"es ese colectivo, fue esa comunión con todos, entre todos."
ResponderEliminarY se siente esa unidad y dan muchas ganas de estar allí. Buenísimo!
Saludos.