Las Rosas se
llama mi pueblo; no encontré mejor frase para empezar este texto. Yo soy parte
de mi pueblo, lo seré siempre por más que esa circunstancia me pese en algunos
momentos. Soy de mi pueblo y no puedo hacer absolutamente nada al respecto.
Siempre me costó escribir crónicas de largo aliento, sucede que soy,
básicamente, cuentista. Me fascina imaginar historias, generar conflictos,
elucubrar tramas, mancillar personajes. Podría decir que escondo en la ficción
mis propias miserias, que exorcizo mis demonios a través de los cuentos. Por
tal motivo, por esa psicótica y hasta cobarde tendencia a camuflar todo en la
ficción, es que me cuesta terriblemente escribir cualquier otra cosa. No
obstante, suelo defenderme bastante bien cuando los acontecimientos me
apremian. Hoy quiero hacerlo, hoy voy a hacerlo. Cuando me propusieron escribir
para Plumas Hispanoamericanas, primero me puse contento, luego reflexivo, luego
triste y por último tuve ganas de matar a trompadas a alguien. Plumas en cierta
manera me excedía ¿Qué tenía yo para ofrecerles? ¿Qué diablos esperaban que
escribiera? Vengo de publicar en una revista virtual mexicana orientada al
erotismo, vengo de la pornografía, de la televisión, del arte chatarra ¿Dónde y
cómo encajo yo en un blog como Plumas Hispanoamericanas? Eso fue lo que pensé
en primera instancia, después de leer las biografías de muchos de sus
colaboradores. A la mierda, pensé, aquí publica gente estudiada, escritores de
trayectoria, personas con mucha experiencia. ¿Y yo? No, yo no soy nada de eso,
y me niego rotundamente a echar mano al remanido cliché de afirmar que
pertenezco a la Universidad de la Calle. No y no, no pertenezco a ninguna
Universidad, no soy nadie. Pero ellos, los de Plumas, insistieron en que
escribiera. Pues bien, aquí estoy, escribiendo. Pero no quiero irme por las
ramas, voy a intentar presentarme de la manera más escueta posible.
Como les decía,
Las Rosas se llama mi pueblo. Se encuentra al norte de la provincia de Santa
Fe, en Argentina. Tengo una relación de amor-odio con mi pueblo, pero ya
llegaremos a ese punto. El norte santafesino se caracteriza por sus calores
agobiantes, por sus vientos llenos de polvo, por sus soledades invernales. Hay
muchos pueblos llamados Las Rosas a lo largo y a lo ancho de toda Argentina,
incluso Roberto Arlt nombra un Las Rosas en su nouvelle Viaje Terrible, pero ése queda lejos, en algún lugar del
Caribe, me parece. Bueno, nací en Las Rosas, me crié en casa de mis abuelos y
llevo el apellido de mi madre, una esquizofrénica desatada con la que siempre
me llevé pésimo. Pero no voy a hablar de ella, al menos no todavía, sería
demasiado pretencioso de mi parte, y ya dije que quiero evadir cualquier tipo de
cliché.
En mi relación
con el pueblo que me vio nacer reconozco dos sentimientos radicalmente opuestos,
que tienen que ver con dos momentos muy diferentes de mi vida:
Repulsión, que
no es lo mismo que odio. Nunca odié a mi pueblo; me repele, me asquea, siento
el mismo rechazo que podría sentir por una tarántula o un sapo gigantesco. Una
aversión instintiva, casi de supervivencia. El tiempo y la distancia solo
desdibujaron las cosas, le dieron a ese rechazo otra tonalidad, otra
perspectiva. Obvio, cuando somos pequeños no pensamos en esas cosas. En la
infancia todo es bello, todo es divertido, todo se reduce a nuestros mundos
imaginarios. El asunto cambia cuando crecemos y comenzamos a darnos cuenta de las
miserias que nos rodean. Si algo le agradezco a Las Rosas, en todo caso, es la
preciosa infancia que supo brindarme. Pletórica, rebosante, impregnada de
siestas, de gorriones, de chicharras, de horas en bicicleta a cara lavada, a
pleno sol. La escuela, los terrenos vírgenes, mis maestras, las ruinas del
viejo ferrocarril, el cine. Sí, el cine. Me resulta imposible hablar de mi
infancia sin mencionar el videoclub de mi pueblo, nuestro cinematógrafo
improvisado. Videoclub Las Rosas, se llamaba. Lo atendían dos viejitos
adorables; Félix y Negra. Como eran pocas las familias que contaban con
reproductor en el pequeño Las Rosas de los ochenta, Félix había armado una
suerte de sala dentro de su negocio. La cosa era así: vos elegías tu película,
Félix la buscaba en su catálogo, y, si estaba disponible, te conducía a alguna
de las tres habitaciones que tenía equipadas con televisión, reproductor y
mullidos sillones. Era casi como ver las películas en tu propia casa, toda una
fiesta para los sentidos. Fue gracias a esas tardes de cine que tuve mis
primeros acercamientos a la escritura. Fueron esas películas: Critters, Volver
al futuro, Terminator, todas esas explotaitions post apocalípticas italianas-francesas-españolas
a lo Mad Max, Piranha, Pesadilla en Elm Street las que
me llevaron a escribir, y fue la historieta (entonces no se le decía comic), y
fue la televisión. Para mí no había libros en esa época, la literatura llegaría
después, mucho después. Podría explayarme y contar que mis relatos de
extraterrestres y fantasmas revolucionaron mi escuela, que mis maestras estaban
encantadas, que mi imaginación cinéfila mantenía cautivos a todos mis
compañeros. Podría contar todo eso, pero esta presentación se tornaría muy
larga, y prefiero guardarme algunas cosas. Tenía yo once años cuando a mamá se
le diagnosticó esquizofrenia. Ingresé a la secundaria teniendo plena
consciencia que mi vieja era una loca, pero eso no me interesaba en lo más
mínimo. Fue una etapa de mierda mi secundaria, una basura total. Tampoco hubo
libros en esa época, de hecho, nunca aprobaba literatura, siempre me sacaba uno
y las profesoras me odiaban. Creo que todavía me odian.
Acá termina mi
monólogo. Me pareció justa esta deliberada exposición antes de seguir adelante.
Acabo de presentarme ante ustedes, libre, desnudo, despojado. Este soy yo, esto
es lo que resta de mí. Si llegaron a este punto es porque Plumas
Hispanoamericanas aprobó la publicación de esta crónica. No sé de qué voy a
hablar en lo sucesivo, tal vez de cine, tal vez de música, tal vez de mujeres,
tal vez de sexo, realmente no lo tengo muy claro. Estoy escribiendo una novela,
voy por el tercer capítulo. Seguiré con eso mientras tanto, y con mis
narraciones porno en esa revista mexicana, y con mis historias de lesbianas.
Algunas
obsesiones permanecen inalterables.
Imagen extraída de http://centauriweb.hu/galeria/irolepek/
7 Comentarios
Literatura del yo (validada por Kenzaburo Oé, por Knut Hamsun y sus premios Nobel), honestidad, tragicomedia, frescura narrativa, la historia encriptada en un espíritu contemplativo.
ResponderEliminarEs un honor que Emanuel nos acompañe a escribir en esta página.
Le doy la más cordial bienvenida y un fuerte abrazo.
Para mi el solo nombre de Knut Hamsun me llena de ideas de secretos...
EliminarBienvenido, querido Emanuel! Y bienvenidas sus letras. Se nos ha desnudado muy edificantemente. Y siga renegando de Las Rosas como Puig de su Villegas.
ResponderEliminarBienvenido Enmanuel. Me ha cautivado tu relato escrito "desde la tripas". Cuando consigo hacer eso, creo que logro mis mejores textos.
ResponderEliminarCon o sin las lecturas de rigor en aquellos tiempos, dentro de usted habita un escritor auténtico.
Me encantó esta presentación, esta crónica! Me gusta mucho tu forma alegre y fresca de narra, con el toque necesario de tristeza y rebeldía. Espero seguir leyéndote. Besos :)
ResponderEliminarQué sorpresa este nuevo escritor. Muy interesante, espero lo que sigue!
ResponderEliminarSaludos
Bienvenido Emanuel, es un placer tenerte en Plumas y espero que sigas publicando acá.
ResponderEliminarFue un placer leerte, me gusta tu frescura.
Saludos.