Psicopatías y colisiones

EMANUEL MORDACINI .-


Las Rosas se llama mi pueblo; no encontré mejor frase para empezar este texto. Yo soy parte de mi pueblo, lo seré siempre por más que esa circunstancia me pese en algunos momentos. Soy de mi pueblo y no puedo hacer absolutamente nada al respecto. Siempre me costó escribir crónicas de largo aliento, sucede que soy, básicamente, cuentista. Me fascina imaginar historias, generar conflictos, elucubrar tramas, mancillar personajes. Podría decir que escondo en la ficción mis propias miserias, que exorcizo mis demonios a través de los cuentos. Por tal motivo, por esa psicótica y hasta cobarde tendencia a camuflar todo en la ficción, es que me cuesta terriblemente escribir cualquier otra cosa. No obstante, suelo defenderme bastante bien cuando los acontecimientos me apremian. Hoy quiero hacerlo, hoy voy a hacerlo. Cuando me propusieron escribir para Plumas Hispanoamericanas, primero me puse contento, luego reflexivo, luego triste y por último tuve ganas de matar a trompadas a alguien. Plumas en cierta manera me excedía ¿Qué tenía yo para ofrecerles? ¿Qué diablos esperaban que escribiera? Vengo de publicar en una revista virtual mexicana orientada al erotismo, vengo de la pornografía, de la televisión, del arte chatarra ¿Dónde y cómo encajo yo en un blog como Plumas Hispanoamericanas? Eso fue lo que pensé en primera instancia, después de leer las biografías de muchos de sus colaboradores. A la mierda, pensé, aquí publica gente estudiada, escritores de trayectoria, personas con mucha experiencia. ¿Y yo? No, yo no soy nada de eso, y me niego rotundamente a echar mano al remanido cliché de afirmar que pertenezco a la Universidad de la Calle. No y no, no pertenezco a ninguna Universidad, no soy nadie. Pero ellos, los de Plumas, insistieron en que escribiera. Pues bien, aquí estoy, escribiendo. Pero no quiero irme por las ramas, voy a intentar presentarme de la manera más escueta posible.

Como les decía, Las Rosas se llama mi pueblo. Se encuentra al norte de la provincia de Santa Fe, en Argentina. Tengo una relación de amor-odio con mi pueblo, pero ya llegaremos a ese punto. El norte santafesino se caracteriza por sus calores agobiantes, por sus vientos llenos de polvo, por sus soledades invernales. Hay muchos pueblos llamados Las Rosas a lo largo y a lo ancho de toda Argentina, incluso Roberto Arlt nombra un Las Rosas en su nouvelle Viaje Terrible, pero ése queda lejos, en algún lugar del Caribe, me parece. Bueno, nací en Las Rosas, me crié en casa de mis abuelos y llevo el apellido de mi madre, una esquizofrénica desatada con la que siempre me llevé pésimo. Pero no voy a hablar de ella, al menos no todavía, sería demasiado pretencioso de mi parte, y ya dije que quiero evadir cualquier tipo de cliché.

En mi relación con el pueblo que me vio nacer reconozco dos sentimientos radicalmente opuestos, que tienen que ver con dos momentos muy diferentes de mi vida:

Repulsión, que no es lo mismo que odio. Nunca odié a mi pueblo; me repele, me asquea, siento el mismo rechazo que podría sentir por una tarántula o un sapo gigantesco. Una aversión instintiva, casi de supervivencia. El tiempo y la distancia solo desdibujaron las cosas, le dieron a ese rechazo otra tonalidad, otra perspectiva. Obvio, cuando somos pequeños no pensamos en esas cosas. En la infancia todo es bello, todo es divertido, todo se reduce a nuestros mundos imaginarios. El asunto cambia cuando crecemos y comenzamos a darnos cuenta de las miserias que nos rodean. Si algo le agradezco a Las Rosas, en todo caso, es la preciosa infancia que supo brindarme. Pletórica, rebosante, impregnada de siestas, de gorriones, de chicharras, de horas en bicicleta a cara lavada, a pleno sol. La escuela, los terrenos vírgenes, mis maestras, las ruinas del viejo ferrocarril, el cine. Sí, el cine. Me resulta imposible hablar de mi infancia sin mencionar el videoclub de mi pueblo, nuestro cinematógrafo improvisado. Videoclub Las Rosas, se llamaba. Lo atendían dos viejitos adorables; Félix y Negra. Como eran pocas las familias que contaban con reproductor en el pequeño Las Rosas de los ochenta, Félix había armado una suerte de sala dentro de su negocio. La cosa era así: vos elegías tu película, Félix la buscaba en su catálogo, y, si estaba disponible, te conducía a alguna de las tres habitaciones que tenía equipadas con televisión, reproductor y mullidos sillones. Era casi como ver las películas en tu propia casa, toda una fiesta para los sentidos. Fue gracias a esas tardes de cine que tuve mis primeros acercamientos a la escritura. Fueron esas películas: Critters, Volver al futuro, Terminator, todas esas explotaitions post apocalípticas italianas-francesas-españolas a lo Mad Max, Piranha, Pesadilla en Elm Street las que me llevaron a escribir, y fue la historieta (entonces no se le decía comic), y fue la televisión. Para mí no había libros en esa época, la literatura llegaría después, mucho después. Podría explayarme y contar que mis relatos de extraterrestres y fantasmas revolucionaron mi escuela, que mis maestras estaban encantadas, que mi imaginación cinéfila mantenía cautivos a todos mis compañeros. Podría contar todo eso, pero esta presentación se tornaría muy larga, y prefiero guardarme algunas cosas. Tenía yo once años cuando a mamá se le diagnosticó esquizofrenia. Ingresé a la secundaria teniendo plena consciencia que mi vieja era una loca, pero eso no me interesaba en lo más mínimo. Fue una etapa de mierda mi secundaria, una basura total. Tampoco hubo libros en esa época, de hecho, nunca aprobaba literatura, siempre me sacaba uno y las profesoras me odiaban. Creo que todavía me odian.

Acá termina mi monólogo. Me pareció justa esta deliberada exposición antes de seguir adelante. Acabo de presentarme ante ustedes, libre, desnudo, despojado. Este soy yo, esto es lo que resta de mí. Si llegaron a este punto es porque Plumas Hispanoamericanas aprobó la publicación de esta crónica. No sé de qué voy a hablar en lo sucesivo, tal vez de cine, tal vez de música, tal vez de mujeres, tal vez de sexo, realmente no lo tengo muy claro. Estoy escribiendo una novela, voy por el tercer capítulo. Seguiré con eso mientras tanto, y con mis narraciones porno en esa revista mexicana, y con mis historias de lesbianas.

Algunas obsesiones permanecen inalterables.             

Imagen extraída de http://centauriweb.hu/galeria/irolepek/  

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7 Comentarios

  1. Literatura del yo (validada por Kenzaburo Oé, por Knut Hamsun y sus premios Nobel), honestidad, tragicomedia, frescura narrativa, la historia encriptada en un espíritu contemplativo.
    Es un honor que Emanuel nos acompañe a escribir en esta página.
    Le doy la más cordial bienvenida y un fuerte abrazo.

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    Respuestas
    1. Para mi el solo nombre de Knut Hamsun me llena de ideas de secretos...

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  2. Bienvenido, querido Emanuel! Y bienvenidas sus letras. Se nos ha desnudado muy edificantemente. Y siga renegando de Las Rosas como Puig de su Villegas.

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  3. Bienvenido Enmanuel. Me ha cautivado tu relato escrito "desde la tripas". Cuando consigo hacer eso, creo que logro mis mejores textos.
    Con o sin las lecturas de rigor en aquellos tiempos, dentro de usted habita un escritor auténtico.

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  4. Me encantó esta presentación, esta crónica! Me gusta mucho tu forma alegre y fresca de narra, con el toque necesario de tristeza y rebeldía. Espero seguir leyéndote. Besos :)

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  5. Anónimo7/8/15

    Qué sorpresa este nuevo escritor. Muy interesante, espero lo que sigue!
    Saludos

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  6. Bienvenido Emanuel, es un placer tenerte en Plumas y espero que sigas publicando acá.
    Fue un placer leerte, me gusta tu frescura.
    Saludos.

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