EDUARDO MOLARO -.
(Del Atlas Desmemoriado del Partido de Lanús – TOMO II)
El Coliseo era uno de esos parques de diversiones de carácter trashumante. Cada quince días, casi como los circos, se instalaba en algún terreno baldío o en una canchita de fútbol para ofrecer sus modestos entretenimientos a los vecinos de la zona.
Allí uno podía encontrarse con una montaña rusa desvencijada pero eficaz, autitos chocadores, las espantosas tacitas que giran y los clásicos juegos de kermese tales como voltear las latitas con una bola o embocar pelotitas del ping-pong en unos vasos, so pretexto de ganarse como premio un infame perro de yeso.
Pero su atracción más inquietante era El Tren Fantasma.
En todos los lugares donde hubiera un entretenimiento semejante nunca iba a faltar un compadrito que se hiciera el gracioso arrojándole una naranja a Drácula o escupiendo a Frankenstein, pero en este Tren Fantasma esa clase de individuos podía arrepentirse rápidamente de sus boberías.
En aquel juego los personajes no eran muñecos mecanizados ni señores disfrazados. Se dice que los fantasmas eran reales y que las monstruosas criaturas que allí convivían cumplían oscuras comisiones de las huestes infernales de Valentín Alsina.
Se hablaba, por ejemplo, de uno en particular conocido como ¨La garra sangrienta¨, personaje que tenía por hábito arrancar el corazón de las señoritas vírgenes (No faltó el maledicente que dijera que aquel personaje vivía condenado a la inacción, debido a la proverbial escasez de señoritas vírgenes en todo el Partido de Lanús).
También se mencionaba a un fantasma cuyo nombre variaba entre ¨Canterville¨, ¨El Peregrino¨ y ¨El Negro porongudo¨ (siendo este último el nombre más utilizado por los lugareños) y que tenía por costumbre correr hasta atrapar y sodomizar a los visitantes de aquel Tren Fantasma.
Desde los rincones más procelosos de aquel túnel fantasmagórico solían emerger criaturas aterrorizantes: Arañas reales del tamaño de una peluca, serpientes venenosas, maridos celosos portando un revólver y vendedores de seguros.
También los viajeros podían ser afectados por la triple mordida del Can Cerbero o convertidos en estatuas de yeso por la mirada de Judith, la frígida y malvada hechicera.
No era difícil ingresar al Tren fantasma, pero sí era improbable emigrar de allí, al menos ileso.
Muchos recuerdan la historia de Filomeno Trasamuntti, que – más allá de la ya aterradora portación de su nombre – una noche se introdujo en la vagoneta del tren fantasma del parque de Diversiones Coliseo y nunca más volvió a salir.
Se decía, por esos tiempos, que Filomeno había pasado a formar parte de las huestes espectrales del aquel macabro entretenimiento.
También se hablaba de Marishka, una especie de princesa rusa cuya belleza era poco comparable con cualquiera de las mortales de la zona. Se dice que Marishka exhibía sus pechos y enamoraba a los desprevenidos viajantes del trencito para luego adormecerlos entre sus senos y devorárselos a medianoche.
El poeta Edmundo Morales, famoso por tomar riesgos en alcobas prohibidas pero también por asustarse ante un insecto, decidió que valía la pena hacer el intento de conocer a tan hermosa dama y se dirigió al Parque de diversiones junto a sus cofrades de La Barra Poética de la calle Ituzaingo.
Antes de ingresar al tren fantasma y a su túnel aterrador, el poeta dudó unos instantes. Pero rápidamente recobró coraje cuando vio que el Tano Brazzutto cargaba con balas de plata (de anónima procedencia) su infaltable revólver calibre 38.
- ¨Por las dudas¨ - advirtió el entrañable y pendenciero personaje.
Cuentan que ingresaron todos juntos en las primeras tres vagonetas del trencito, pero que una vez dentro del túnel ninguno de ellos pudo distinguirse entre la niebla y la oscuridad.
Edmundo aguzaba su vista, sin mayor resultado, en busca de la hermosa dama. Luego de varios minutos pudo encontrar en un claro a su amigo Heráclito D'Exceso, el filósofo de la calle Posadas, cagándose a trompadas con Jack El Destripador, y a su hermano Marcial Morales, aprovechando la oscura intimidad del túnel para darle matraca a Estelita, la hija del almacenero.
Pero ni una noticia de Marishka, la hermosa rusa exhibidora de pechos.
De pronto se topó de frente con su amigo Pedro Del Mar, el famoso cantor mudo (a quien unos segundos antes tenía sentado a su lado) haciendo aterradores gestos grandilocuentes. Pero es bien sabido que la mudez de algunas personas impiden una óptima comunicación y Edmundo no entendió tres carajos de lo que Pedro trataba de advertirle.
El poeta ya empezaba a tener miedo.
La vagoneta giró bruscamente hacia la derecha y Edmundo se encontró frente a un espejo donde se veía rodeado de hermosas mujeres que le acariciaban el cabello y se tocaban sus partes íntimas. Volteó para comprobar aquel prodigio, pero ninguna de ellas estaba allí. Al volver hacia el espejo se vio anciano, enfermo y custodiado por Las Parcas.
Edmundo Morales decidió rápido. Se tiró de cabeza de la vagoneta y, fiel a su estilo, emprendió la huida corriendo en busca de una salida.
Cuando logró salir de aquella oscuridad, se encontró caminando entre las tumbas del Cementerio de Lanús, distante a unas 20 cuadras de donde se encontraba emplazado el Parque de diversiones.
Edmundo miró hacia un lado, miró hacia el otro, respiró profundo y se desmayó.
Al otro día (y no pregunten cómo) se encontró con todos sus amigos en la misma esquina de siempre. Pero ninguno de ellos quiso hablar del asunto.
El único que todavía sonreía era Marcial Morales. El galán había pasado una noche llena de ardor con Estelita, la hermosa hija del almacenero.
Pero como todo "lengua de trapo", no pudo dejar de contar su hazaña amatoria y de su felicidad de haber dormido entre los pechos de la muchacha. Luego encendió un cigarrillo, acusó una mueca de dolor y con un repentino gesto de preocupación remató:
- ¿Pueden creer que, mientras reposaba entre sus pechos, la muy hija de puta me mordió el brazo, el cuello y el hombro? ¡ Miren cómo me dejó! Ni que quisiera comerme …
Los cófrades, ateos consumados todos ellos, se santiguaron al unísono.
Septiembre de 2015
6 Comentarios
Esperemos que el señor narrador haya alcanzado a huir del Negro Porongudo.
ResponderEliminarExcelente continuación del famoso Atlas Desmemoriado del Partido de Lanús.
Fuerte abrazo, querido amigo.
Jajaja. No sabría decirle, querido amigo. Gran abrazo
EliminarUna rusa depredadora, la pesadilla de todo hombre. Espeluznante relato amigo. Saludos y queremos más!!
ResponderEliminarGracias, Lore! Los habrá!
EliminarMuy entretenido amigo Molaro. Su Atlas es infinito y digno de estar en la biblioteca de Babel junto al Libro de Arena.
ResponderEliminarGracias, Cosette. El Atlas apenas merece en una Junta de Psiquiatras. Un saludo afectuoso
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