PABLO CINGOLANI -.
Justo hoy, 10 de diciembre de 2015, estaba invitado a la presentación en calidad de expositor del número 40 de la muy meritoria revista bimensual Fuentes que edita el infatigable Luis Oporto Ordoñez, en su condición de director de la Biblioteca y Archivo de la Asamblea Plurinacional de Bolivia, la antigua Biblioteca del Congreso.
Justo hoy, 10 de diciembre, es el día internacional de los derechos humanos y también, justo hoy, en la Argentina, asumió la presidencia de la nación, el señor Macri.
La cita en el salón Revolución daba inicio a las siete y media de la noche; es decir: fui cargado de una multiplicidad de imágenes que había visto por la televisión en torno a la posesión de Macri. Llevaba en mi retina una imagen inverosímil, la más inverosímil de toda la jornada vivida en Buenos Aires, a saber: cuando por unos altavoces empezaron a pasar una canción de la malograda Gilda, y en el balcón de la casa de gobierno argentino y frente a una multitud de sus partidarios, Macri se puso a bailar y Michetti, la vicepresidenta, se puso a cantar la cumbia de marras. Fue, sin dudas, una escena inclasificable, de un desconcierto abrumador e inasible, sobre todo para uno, como yo, que recordaba de ese mismo balcón, frente a ese misma plaza, pero con otras multitudes delante, escenas tan inolvidables como cuando Evita se quiebra, se quiebra física y emocionalmente, y se abraza a Perón.
Evita, a meses de su muerte, en medio de su martirio, con ese gesto, colmó ese mismo balcón de un dolor indescriptible (sólo viendo la escena puedes aproximarte a tanto sufrimiento y tanto compromiso) pero que luego floreció e imantó, con su ejemplo sin doma, a lo mejor de la juventud argentina, a esa juventud heroica que, con las armas en las manos, defendió, con su vida, su legado de justicia social.
Justo hoy, 63 años después, en ese mismo balcón de Evita inmortal, Macri se puso a cumbiar y su vice a cantar frente a cien mil narcotizados que se baboseaban y los aplaudían. Puedo pecar de anacrónico, de nostálgico, de soberbio, de sectario, de excluyente, de ser un come mierda, un peronista hijo de puta: no me importa. Hay imágenes que te marcan. Unas te marcan el corazón de rebeldía y de patriotismo. Te señalan el destino, la gloria que creemos merecer que es la felicidad del pueblo. Otras imágenes, te marcan lo contrario: la dependencia, el quiebre cultural, la globalización bailada y cantada, la frivolidad –esa que empezó con el pizza y el champan de Méndez y que con Macri parece que puede rozar o superar el paroxismo. Tinelli vence.
Con toda esa historia revuelta en las tripas, acudí a la Vicepresidencia del Estado Plurinacional y me sentaron en una testera, con dos jóvenes historiadores y Lucho a mi lado. Justo hoy.
Y justo hoy, cuando me tocó la palabra, empecé agradeciendo la presencia de tanta gente -150 personas para presentar una revista de historia es mucha gente en estos tiempos cínicos- y empecé recordando que hoy, justo hoy, era el día ONU de los DD.HH.
Y me acordé de mi propia historia –que también es la historia del pueblo argentino. Porque, justo hoy, pero hace 33 años atrás, en 1982, el 10 de diciembre de ese año había sido convocada la segunda (¿o la primera?) “marcha de la resistencia” por parte de las organismos defensores de los derechos humanos, encabezados por las Madres y las Abuelas de la Plaza de Mayo y por Familiares, mis queridos Familiares de Detenidos y Desaparecidos por Motivos Políticos, donde yo militaba con Graciela Lois y Lita Boitano, dos compañeras entrañables, que sé que siguen vivas y activas, y a quienes abrazo con estas palabras.
La Marcha de la Resistencia se llamaba así porque duraba 24 horas continuas: se trataba de marchar un día entero, dando vueltas a la pirámide de la plaza: la histórica marcha de las madres de los desaparecidos (el ellas bailan solas de Sting) pero un día entero. Era una demostración de fuerza no sólo moral, como eran todas las marchas de los jueves, sino también un esfuerzo físico, especialmente para muchas de esas mujeres que cargaban 60, 70 años además del dolor de la desaparición de sus hijos.
Resulta que ese diez de diciembre de 1982, los milicos venían mal: venían de la rendición de Malvinas, venían acorralados por el movimiento obrero organizado que pedía elecciones y venían presionados por los políticos que también pedían lo mismo. Pero había que torcerles el brazo y ellos, los asesinos, los militares que habían enlutado Argentina, debían fijar una fecha. Para el 16 de diciembre, estaba pautada la súper marcha política, la que pasó a la historia como la marcha de la multipartidaria. Pero antes estaba prevista la marcha de la resistencia, de los organismos. Nosotros, los militantes del peronismo revolucionario, apoyábamos a todos: a las Madres, para empezar. Y estuvimos ahí, cuando empezó la marcha de la resistencia del 10 de diciembre de 1982, 33 años atrás.
Sucedió algo previsible: los milicos no se iban a bancar con “esas viejas de mierda” (como las llamaban) les copen la plaza dos días, días antes que vengan los políticos con la otra marcha. Entonces, hicieron lo único que sabían hacer: reprimir al pueblo argentino, y algo de lo más ignominioso (que luego haría ese infeliz y también asesino de De la Rua, que hoy estaba muy fresquito, invitado a la asunción de Macri, y sólo verlo me provocaba nauseas), eso ignominioso era reprimir a las propias Madres. Y lo hicieron los muy hijos de puta, lo hizo la policía montada, lo hizo la policía federal. El objetivo: echarlas de la plaza, echarnos a todos de la plaza.
Pero sucedió algo maravilloso: nos terminaron echando –a gases, a bastonazos, a balines, a gritos amenazantes, a insultos- de la plaza pero no nos fuimos. Nos quedamos en la Avenida de Mayo, donde empieza la plaza. Y allí, frente a un cordón de mil milicos, armados hasta los dientes, seguimos dando la vuelta.
Lo que nosotros, los militantes, empezamos a organizar desde el principio, fue el aguante, el aguante a las viejas (con cariño, siempre les dijimos así, como cualquier argentino le dice a su propia madre), el aguante no sólo en términos de seguridad sino, sobre todo, en términos de logística.
Nos habían arrebatado la plaza –donde había carpas, donde había agua, medicinas, aguante- pero no nos pudieron arrebatar al pueblo, al pueblo trabajador, por ejemplo, a los mozos de un café tradicional de la Avenida de Mayo –La Embajada del Café- que además de laburantes y de peronistas, eran amigos nuestros, y decidieron, todos y solidariamente, quedarse toda la noche, dejando abierto el bar, los baños, las sillas, las canillas de agua –como hoy, la temperatura se elevaba a 32,33 grados- y así aguantamos, así le torcimos el brazo a la dictadura. Justo hoy, se cumplieron 33 años de esa jornada de lucha memorable, épica, donde las Madres, las Abuelas y los Familiares le dijeron claramente a los milicos: de aquí no nos vamos, de aquí no nos mueve nadie, aparición con vida y castigo a los culpables.
Fiel a mi costumbre de no hablar del tema para el cual se me invita, eso les contaba, justo hoy, a mis hermanos y hermanas bolivianas presentes en el evento, y les preguntaba, les preguntaba algo inquietante: ¿cómo puede ser que treinta y tres años después en esa misma plaza, en ese mismo balcón dónde Evita se quebró para redimirnos, Macri asuma la presidencia bailando cumbia?
Justo hoy. Dije algo así: hoy es uno de los días más dolorosos y tristes de mi vida. Y no sólo la mía. Pero allí retomé el tema por el cual había sido convocado al evento: la historia. Dije: basta de historia, debemos convertir la historia en memoria, en memoria viva de un pueblo que lucha, sólo así la historia sirve para algo: si es soporte y mecha de un pueblo que se convence, que toma conciencia de que el único que salvará al pueblo es el pueblo mismo, como decía Perón, como profetizaba Evita. Sólo así vamos a vencer al dolor, sólo así vamos a domar a la tristeza, sólo así vamos a volver a unirnos, a organizarnos y vamos a retomar la senda de la victoria, de la victoria del pueblo, de la victoria de la patria grande.
Y todos allí, justo hoy, nos conmovimos. Yo lo sentí, porque después vino uno, vinieron dos, tres, diez, a decirme: gracias, argentino, porque así se dicen las cosas. Y yo les respondí: así las tienen que decir ustedes mismos, porque la única manera de defender lo que es del pueblo es que el pueblo mismo lo defienda. Y fue entonces que me acordé también de Sarita Dillon, de la Nelva Falcone, de Juanita Bettanin, que también estaban ahí, justo hoy, en esa plaza, en esa marcha, pero hace 33 años. Con ellas, tiempos después, fundamos la Comisión Peronista de Derechos Humanos, tal vez la parte más noble de mi militancia política, tal vez la parte que recuerdo con más ganas, con más amor, con más sensibilidad humana. Y la memoria intacta de Adriana Lesgart. Justo hoy, y para siempre: militantes del campo nacional y popular, militantes argentinas, militantes montoneras. Y la memoria intacta del Carlón, del turco Haidar, de Yager y del viejo Cambiasso. Justo hoy, como nosotros, los que nos seguimos sintiendo igual que ayer: militantes del campo nacional y popular, militantes argentinos, militantes montoneros.
A Ricardo Labanca y a Jorgito Morresi, in memoriam,
Porque ellos también estuvieron ahí
Y siempre estarán en nuestros corazones
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