Peralta y asociados


Pablo Cingolani

Su mejor proyecto fue ese. La fábrica de hielo. Habría que anotar de manera más precisa: la fábrica de cubitos de hielo. Había leído y se había emocionado con la lectura de Cien Años de Soledad y en verdad se debe haber emocionado mucho porque no solía leer libros. No leía libros porque proclamaba, todo el tiempo: la industria nos salvará. No tengo tiempo que perder. No puedo leer libros mientras quedan tantas cosas por hacer. Por eso, por ese afán imparable, sólo por eso, vendió todo o lo donó o lo heredó de antemano, y partió en busca de su destino. Su destino se llamaba la Fábrica de Cubitos de Hielo Peralta y Asociados. Su destino era también o se llamaba más bien: Groenlandia.

En su cuaderno verde –el cuaderno que usaba para “desenvolver” (era otra de sus palabras preferidas) sus proyectos- anotó lo siguiente con letra gótica, menuda, impecable:

“La superficie de la isla de Groenlandia es de 2 millones 522 mil kilómetros cuadrados. De todo eso, es agua congelada, o sea meramente y puramente hielo, 1 millón 820 mil Km2. Para que se entienda bien: casi todo es hielo. De lo que se trata, en suma, es de cortarlo en cubitos, ponerlo en bolsitas y luego repartirlo por todo el mundo para que el señor o la señora que precisan del suplemento (sic) en su whisky o en su bebida preferida, puedan utilizarlo de manera adecuada. La empresa se llamará Fábrica de Cubitos de Hielo Peralta y Asociados. Sede mundial de la corporación: la isla de Groenlandia”.

Lo mejor de todo sucedió cuando llegó a Nuuk. O sea, a la capital de Groenlandia que antes tenía un nombre en danés pero que hace un tiempo lo cambiaron por ese: Nuuk, un denominativo nativo. Precisamente ellos, lo recibieron en el aeropuerto de Nuuk.

¿Motivo de la visita?- le preguntó muy cortésmente un funcionario de migraciones del aeropuerto anotado. Hacía un frío de cagarse. Peralta respiró profundo, y dijo retrasando las silabas para que el compañero esquimal lo entendiera cabalmente:

—Ven-go a ins-taaa-lar la Fáaa-br-ica de Cu-bi-tos de Hieee-lo Pe-ral-ta y Aso-cia-dos. Con to-do el hieeee-lo que hay aquí –y su gesto lo decía todo y a decir verdad: conmovía-, ¡vamos a inundar de hielo al mundo! ¡Groenlandia está salvada!

El esquimal (Inuit o incluso Kalaallit es más políticamente correcto), el funcionario de migraciones, venía bien. Se había despachado un par de brandys bien cargados antes de empezar el turno y le cayó mejor Peralta y su apoteósica fábrica de hielo que, en su mambito, olía a la redención para su Groenlandia, su querida patria groenlandesa. Le dijo, casi como confesándose, mientras le estampaba el sello de entrada a la isla en el pasaporte:

—En dos minutos termino mi laburo…. ¿Por qué no vamos al bar y lo seguimos hablando? Eso de la fábrica de hielo, buena cosa, puede andar, puede funcionar…es verdad, aquí, como vos decís, lo que sobra es hielo….

Peralta no lo dudó y dijo que sí. Hoy es socio de la pizzería más famosa de Nuuk. Su especialidad es la pizza con ballena. Con trozos memorables de ballena encima de una masa crocante y esponjoso, de dioses, como la amasaba su madre. Ni Melville se imaginó nunca algo así. Hay que reconocer que Peralta si no inventa, innova, y la pizza con ballena es la más vendida en Nuuk y hasta han colgado un video en You Tube: la pizza más rara del mundo. Tiene 8 millones 450 mil visitas: seis veces más la cantidad de superficie de hielo que hay en Groenlandia. El nombre del emprendimiento no podía ser otro: Pizzería Peralta y Asociados. El socio es el esquimal o el inuit de los brandys.

A la decimonovena cerveza en el bar más bizarro de Nuuk –no digo cómo se llama porque me da vergüenza-, Nanuk (este es el nombre del inuit, socio de Peralta. Nanuk significa en el idioma de ellos “oso polar” pero como Nanuk es petiso le baten Miki, que entre los de allá quiere decir pequeño), Nanuk decía, le dio (digamos) tras la diez y nueve cerveza, un ultimátum a Peralta.

Nanuk le dijo a Peralta algo así: que todo el hielo de Groenlandia no servía para un carajo, que se lo podía meter, en cubitos si quería (vos, Peralta, le dijo), todo, entero, enterito, bien adentro… de la oreja.

Peralta, filosófico, sacó su cuaderno verde y tomó nota. Apuntó también: ¿dónde podré conseguir tomates? ¿Habrá albahaca en las verdulerías? ¿Miki querrá abrir una pizzería conmigo? Me cae bien el chabón… ¡Aguante Groenlandia! “Desenvolver”, subrayó dos veces.

A la cerveza numero 62 (sesenta y dos), Peralta le arrojó el dardo y Nanuk, filosóficamente también, le contestó: la pizzería, hermano, va. Pero aquí no hay tomates, ni albahaca, ni nada: aquí hay ballenas.

—Oka, hermano: ballenas­— y esa noche, no se dijo más. Un primo de Bjork era el encargado de los shows musicales en aquel antro. Las veladas empezaban (casi) siempre a la medianoche y podían durar dos horas o dos días. Lars, el primo de Bjork, había sido muy rebelde y armó mucho jaleo en los bares de Reikiavik, así que un día se vino en kayak de isla a isla: casi naufraga en el corazón del mar porque primero chocó con un tempano a la deriva y luego con un grupo de morsas violetas que andaban como locas detrás de un banco de bacalaos.

Lars tocaba “blues esquimal” (el lo llamaba así; el Thule Blues era su gran hit local) y usaba instrumentos raros, hechos con huesos de cetáceos, caracoles árticos y hasta una flauta fabricada con algas fósiles y unos pistones de unos aviones de la RAF que habían caído durante la segunda guerra. A su lado, siempre estuvo Gunnar, un guitarrista danés, que también había sido muy rebelde y armó mucho jaleo en los bares de Copenhague, así que un día se vino en kayak desde el continente hasta Islandia –donde conoció a Lars- y esa proeza figura en el libro de los records náuticos. La Real Sociedad de Exploradores de Dinamarca le entregó una medalla al valor pero la verdad es que, tras tremenda odisea líquida, Gunnar quedó medio tocado, se aferró a su Fender Stratocaster, tocaba como poseído y si se bebía dos tragos, empezaba a contarte la vez que zapó con Jimmy Page en un parque de Amiens.

Peralta sólo recuerda que, madrugada polar en Nuuk, frío de dagas, sanguinario, sentados en el muelle del puerto, le enseñó a Gunnar los primeros acordes del Blues de Santa Fe, aquella inmortal composición de Pappo. Gunnar, en su incitante borrachera, juraba a Peralta que se iría en kayak hasta la Argentina con tal de conocer y tocar con Pappo. Nanuk se había ido a la playa con Lars a pescar algo, sacaron un robalo hermoso, que desayunaron.

La pizzería de Peralta y Nanuk fue un verdadero éxito de la interculturalidad. Una noche, Darío Peralta, marcó el número 00541146729987 para hablar con su madre. Quería contarle de la pizza con cetáceo, del fervor de los nuukenses por la masa crocante que ella, allá en Haedo, le había enseñado a preparar cuando era un niño. Doña Nora estaba en una de sus sesiones de espiritismo y no atendió el teléfono.

Pablo Cingolani
Río Abajo, 28 de junio de 2016

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1 Comentarios

  1. Lo leímos anoche mientras crepitaba la leña. Un lujo de lectura! Gracias.

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